ESTÁ BIEN NO HACER NADA

Esta semana me encontré una insólita entrevista con el Vice Gobernador de Texas, Dan Patrick. Con  incredulidad, leí las siguientes palabras: “Volvamos a la vida. Hagámoslo con inteligencia. Y los que tenemos 70 años o más nos cuidaremos a nosotros mismos. Pero no sacrifiquemos al país”. De esas desafortunadas frases me quedaron tres palabras: vida, inteligencia y sacrificio.

“Volver a la vida”, dentro de un contexto trastocado por el miedo, la angustia y la muerte, significa para este señor volver al trabajo, continuar con la producción, seguir haciendo afuera lo que se nos ha enseñado desde pequeños que tenemos que hacer: dinero y seguridad material. Y no es que estas cosas no sean importantes, pero cuando todas las señales de Dios y el Universo te dicen que para salvar al mundo hay que parar, pues hay que parar. La economía se reconstruye, como los ciclos de la humanidad han demostrado suficientes veces. La vida, no.

“Hagámoslo con inteligencia”. ¿De qué inteligencia habla una persona que prioriza la economía sobre la vida? No tengo más comentarios.

“No sacrifiquemos al país”. Pareciera que un país entonces es un cúmulo de bienes materiales donde la persona humana no tiene otro valor sino estar al servicio de los bienes que produce. Si la palabra país  es traducida como economía, no importa el sacrificio de unos cuantos, de quienes que ya no “hacen”,  mientras haya jóvenes con fuerza suficiente para sobrevivir al caos y preservar las bondades del mundo material conocido.

Cosas como esta se repitieron en diversos contextos para demostrar la absoluta desvalorización  de la responsabilidad que como seres humanos tenemos frente al mundo. Y no hablo de aquellos que quizás, aún en medio del miedo, deben continuar saliendo de sus casas porque es en la calle donde se procuran el pan de cada día. Hablo de tantos que paseaban por las plazas y llenaban las playas hasta hace una semana, porque no podían desperdiciar encerrados los días libres o el asueto de primavera.

Muchos seres humanos, en medio de este abismo al que nos lanza la vida, se niegan a entender el  mensaje.

Las redes sociales se desbordan de ofertas de cursos, clases, talleres y actividades de entretenimiento y aprendizajes de toda índole, para que nuestras agendas de encierro estén siempre copadas. Todo con el fin último de no aburrirnos, no desesperarnos, tener paciencia, pero sobre todo,  mantener las pilas cargadas y listas para que a la primera señal del silbato,  todos corramos: FUERAAAA!  Todo eso está bien, cuando  lo integramos como parte de una rutina en la que debe prevalecer el encuentro intrapersonal a la luz  del aislamiento y el silencio.

Pero más allá del encierro obligatorio que como seres sociales nos resulta antinatural, nos aterra la sensación de NO HACER NADA. Y cuando digo no hacer nada, me remito de nuevo al Vicegobernador de Texas: si no trabajamos, no producimos, no hacemos nada en el afuera. Sin duda, muchos estarán auténticamente preocupados por su trabajo y su sustento. Pero no hay nada que podamos hacer para asegurarnos de que una vez pasado esto, todo seguirá igual. Yo creo que no, que nada seguirá igual. Y para entonces, muchos tendrán que replantearse el trabajo y la vida entera. Pero eso será ENTONCES. No debe haber sentimiento de culpa en no hacer nada. No hay nada malo en no hacer nada. En el presente, está en juego la vida de todos, la salud de todos. Y  la responsabilidad personal que tenemos frente al otro es el único valor que pueda salvar a la humanidad. ¿Es tan difícil encontrar en esto un sentido para la vida?

Ayer, mientras repasaba mi Instagram, leí un mensaje de un exalumno y ahijado muy querido, que como tantos, es emigrante. Su post decía algo así: “Cada tres años se repite en mi vida un ciclo que por alguna razón, me obliga al encierro. Esta es la tercera vez que me pasa lo mismo, aunque estas circunstancias son muy diferentes. Desde hace mucho, dejé de creer en casualidades. Por eso me pregunto qué quiere decirme la vida cada tres años encerrándome en mi casa sin yo quererlo”.

Y como yo tampoco creo en casualidades, mi respuesta fue esta: “¿No será que has estado huyendo de algo que no está afuera, sino adentro? En el viaje interno siempre está la respuesta”.

En cada pérdida, en cada catástrofe individual o colectiva, hay un mensaje personal para cada uno.

Nos dicen que es hora de detenernos. Y como queremos seguir sumergidos en el hacer, pues nos aturdimos con cualquier cosa para seguir surfeando la ola. Que ésta nos lleve a cualquier parte menos al interior de nosotros mismos. Allí habitan las sombras que tememos, pero al evitarlas, también nos perdemos el lugar de la luz, que puede revelarnos caminos nuevos.

Si tienes salud y amor, comida y techo, por precarios que sean, agradece el presente. Cumple tu parte con el mundo y con la vida que te corresponde vivir. Todas las emociones son válidas. No te impongas ser feliz. Todo es impermanente, esto también pasará. Si no puedes hacer en el afuera, no te sientas culpable. A veces está bien no hacer nada. Viajar en este tren, no es opcional. Pero tienes el poder de elegir tu destino.

 En el viaje interno siempre está la respuesta.

EL PODER DE LA PLUMA

El poder que me ha regalado el acto de escribir, es invaluable.

Desde muy pequeña y habiendo sido una niña introvertida, acompañarme de un papel y un lápiz constituía un acto de resiliencia. Mientras los niños de mi edad rompían la piñata, yo prefería estar sentada jugando con una servilleta, y aunque para entonces no sabía escribir, en mi imaginación ya se levantaba un universo paralelo que me trasportaba a otro lugar más placentero. Descubrir la escritura para mí fue una revelación. En el colegio era siempre la mejor cuando se trataba de escribir cuentos y composiciones. Castellano era mi asignatura favorita.  En mi adolescencia, esa situación no cambió mucho. No fui la chica divertida con quien se hace grupo para ir a una fiesta, sino más bien la amiga tranquila, “más madura”, estudiosa y responsable, que las chicas buscaban cuando necesitaban llorar la traición del primer amor o estudiar la materia raspada que había que pasar para evitar el temido examen de reparación. En mi particular aislamiento, encontré refugio en los diarios. Durante esa primera etapa de adolescencia que pasé en Cuba, era imposible pensar en la existencia de uno de esos preciosos diarios con candaditos y llaves minúsculas que conocí al llegar al capitalismo. Entonces usaba un cuaderno sencillo, lo forraba con la cartulina que hubiera y lo decoraba con lápices de colores.

Así fueron mis primeros diarios. Creo que escribí cuatro o cinco. Los quemé todos, menos uno. Hace pocos años, en un viaje a La Habana, mi prima, quien había quedado como custodia del último de esos diarios, el que escribí el año en que emigré, me lo entregó. Releerlo fue una experiencia dolorosa y a la vez sanadora. Redescubrir quien era yo en aquel momento, comprender cómo enfrenté los acontecimientos dolorosos que me sobrepasaron y cómo esa experiencia me hizo cambiar hasta el punto de no reconocerme en cosas que estaban allí escritas, me hizo comprender que escribirse a uno mismo es un acto salvador. Recorrer la vida a partir de esas huellas dejadas en papeles aquí y allá, es una manera de reconstruir fielmente los hechos, sin ser traicionados por los devaneos de la memoria.

Nunca dejé de escribir, aunque ese trabajo personal, con el devenir de los años y los reclamos de la vida cotidiana, fue quedando al margen. A veces no nos damos permiso para recorrernos porque nos aterra lo que podemos encontrar. A mí me pasó así. Pero cuando hace tres años la vida me dio un golpe bajo , en el apogeo del dolor le dije a mis hijos: “necesito ayuda para hacer un blog”. Así nació elsegundovuelo.com y allí empecé a recorrer un pedazo completamente nuevo de mi existencia. En ese blog están mis primeros artículos escritos desde la oscuridad de la tristeza, y luego siguieron otros que dejaban testimonio del viaje de mi vida, en la certeza de que al recorrerlo de nuevo, era posible reconocerme en mi vulnerabilidad, pero también en mi fuerza.

En la vida profesional, como profesora de guion, también tomé conciencia de que había una narración personal oculta dentro de cada historia que mis alumnos contaban. Estaba el viaje de un personaje que era el protagonista de sus historias, pero también de fondo, escondido o disimulado, transcurría un viaje personal. Hacerme consciente de esto que de algún modo yo ya sabía, me hizo ver mi labor docente desde un nuevo punto de vista. Desarrollar mi intuición para aprender a leer el dolor y la alegría del personaje oculto se convirtió en el objetivo de mis clases, y desde esa posición, encontré un sentido mayor a mi trabajo. Entonces me di a la tarea de aprender nuevas herramientas de apoyo para poder acompañar, de algún modo, la fragilidad de aquellos personajes en sombra.

De esa alquimia que se produjo entre mis vivencias, mi profesión y mis aprendizajes, nació el primer taller de escritura terapéutica. Creo que es muy poco lo que debo agregar para explicar de qué se trata. La escritura terapéutica no es otra cosa que mirar, reconocer y reencuadrar el storytelling personal, entendido como viaje hacia nuestro propio encuentro. Es sacarte la vida de la memoria para ponerla sobre el papel, mirarla desde afuera, y desde allí, colocarle un nuevo marco. El relato de vida nos conduce a  descubrir fortalezas y valores, ignorados u olvidados, para identificar aquello que nos hace  únicos. Un auténtico storytelling nos regala la llave de nuestra conciencia, pero también de nuestro verdadero poder para alcanzar, desde quienes somos y lo que tenemos para ofrecer al mundo, nuevas  posibilidades para reinventarnos.  

EL 2020

No sé por qué el 2020 me suena tan bonito.

No sé mucho de numerología, pero como quiero aprender de todo un poco, me puse a indagar por ahí lo que significa esa cifra tan particular. Encontré que el dos es el número de la empatía, el equilibrio, la unión y la receptividad. El cero es el círculo, la energía creadora. Pero luego descubrí que para saber el número que corresponde al 2020, hay que sumar sus cuatro dígitos, y esto resulta en un cuatro. El cuatro es un número maestro. Entonces conseguí esto tan hermoso:

La presencia de este número en la creación es continua: son cuatro los puntos cardinales, los vientos, las estaciones del año, las fases de la luna, el nombre de Dios… Por otra parte, alquimistas e iniciados han ensalzado el cuatro como un axioma en la búsqueda de la perfección que el espíritu emprende en esta vida”. “La energía de esta vibración es productiva y práctica, no obstante, luchará por grandes ideales: la justicia, la solidaridad, la igualdad entre clases sociales…estos objetivos humanitarios serán el verdadero motor de la evolución de este año, siempre y cuando no se deje arrastrar por el excesivo apego al poder material”. (Wengo.es) 

Me quedé pensando que este puede ser el año de Venezuela. Pero para mí, que soy profesora y sé poco de numerología, el 20 es el número de la perfección, así que un 2020 es dos veces perfecto.

El 10 de enero regresé a casa con nuevos planes y el corazón repleto de alegría. Había visitado a mi familia, abrazado a Martina Elisa, y casi al mismo tiempo me habían revelado que el año nuevo traería otra princesa, mi primera nieta, que nacerá bajo el hermoso signo de Cáncer. ¿Casualidad? Es el signo cuatro del Zodíaco y el opuesto al mío, Capricornio. Agua y tierra, ella y yo, opuestos complementarios. La tierra contiene y canaliza el agua. El agua mantiene la tierra viva y fértil. Con eso bastaba para que el 2020 fuera un año especial. Pero tengo más.

Terminé mi formación en Logoterapia y Análisis Existencial, o como debería llamarse mejor: Análisis Existencial y Logoterapia.  Para graduarnos, debíamos diseñar dos talleres que dieran fe de nuestros conocimientos y que a su vez crearan un efecto multiplicador. Tuve el privilegio de diseñarlos y dictarlos en conjunto con mi maestra de terapia sistémica,  Astrid Kassert, y no dejo de agradecer esta experiencia.

Cuando hablo de Logoterapia pocos entienden de qué se trata. Lo primero que ocurre, es relacionar  logo con palabra, con verbo. En efecto, logos es una palabra de origen griego que significa argumentación por medio de la palabra, pero también se refiere a pensamiento, razón. Ambos significados se relacionan estrechamente.

El creador de esta psicoterapia es el médico vienés Viktor Frankl (1905-1997). Este hombre vivió prácticamente todo un siglo, un siglo oscuro, signado por dos Guerras Mundiales, una entre guerra y una postguerra. Sobrevivió a cuatro campos de concentración en los que perdió a su familia. Pero la Logoterapia no nace allí. Desde la época en que Viktor era estudiante de medicina, buscaba métodos más humanos para ayudar a jóvenes que se encontraban perturbados después de la I Guerra Mundial. Decide especializarse en psiquiatría, y su aporte más importante es el  vínculo que establece desde esta disciplina, con la filosofía, para construir una visión antropológica de la terapia.  

La Logoterapia existe desde los años 30. Pero cuando años más tarde, Frankl vive el horror de los campos de concentración, tiene la oportunidad de experimentar en carne propia la validez de sus teorías.   

¿Qué sentido tiene la vida?, es una pregunta que surge de un continente herido, destruido, para la que Viktor Frankl tiene una sola respuesta: frente a lo que la existencia nos impone, tenemos que responder con un sí,  a pesar de todo. Cada hombre es un ser original, único e irrepetible, que está llamado a ocupar un lugar en el mundo y tiene la responsabilidad de descubrir cómo llenarlo.

Frankl concibe al ser humano como un todo integrado por diversas dimensiones: física o biológica, psicológica o intelectual, social, y espiritual. Al reconocer la espiritualidad en el hombre, añade una dimensión que no está sometida a las leyes de la física, no se enferma ni se deteriora. Es lo más sabio de nosotros y lo que nos diferencia del resto de los seres vivos. Es lo que nos permite vivir nuestra existencia desde una posición cercana a nuestros valores y a lo que verdaderamente deseamos para nosotros mismos. Frankl dice que no tenemos nada que preguntarle a la vida. La vida está allí y es lo que es. Nuestro deber es responderle a la vida. Y aunque a veces el acceso  a nuestra espiritualidad esté bloqueado por diversas razones, los recursos espirituales no dejan de estar presentes. El fin de la Logoterapia es, precisamente, ayudar el paciente a acceder a esos recursos espirituales para lograr dar sentido a cada momento, por duro que resulte. No podemos cambiar las circunstancias en las que nos toca vivir, pero sí podemos elegir, responsablemente, como responder a esas circunstancias.

Esto es un breve resumen de una formación de casi un año. He aprendido mucho acerca de quién soy y de la responsabilidad que tengo en la búsqueda de mi felicidad. Es poco lo que puedo hacer para cambiar las cosas fuera de mí, pero soy completamente libre para elegir con qué actitud vivir. Soy original. Soy única. Soy irrepetible. Tengo un lugar en el mundo que no puedo dejar vacío. ¿Para qué estoy aquí?

En este caminar voy dejando mi huella, reconociéndola mía. Y veo que de esa huella van naciendo brotes de vida nueva que se multiplican y crecen, y también hay otros casi marchitos que reverdecen cuando les llega un poco de luz y los abrazas…y cuando te alejas porque ya conoces de sobra que hay un destino final, descubres con felicidad infinita que tu lugar no estuvo vacío, y que ejerciste con libertad el derecho a elegir el sentido de tu vida.

Mientras tanto, el 2020 me sigue pareciendo enigmático y luminoso. Perfecto.

Bienvenido será cada mes y cada día, con sus luces y sus sombras.

Mi respuesta es siempre sí a la vida

El arte de saber elegir lo mejor

Hemos leído mucho últimamente acerca del tema de las inteligencias múltiples. Varios son los autores comprometidos con estas teorías y sin duda alguna, la inteligencia no ha escapado a la manía de nuestro mundo moderno de clasificarlo todo. Pero, ¿qué entendemos por inteligencia? Partiendo de la etimología de la palabra, esta se origina en  las raíces latinas intus = entre y legere = leer, escoger. Entonces, podemos definir la inteligencia como la capacidad humana de elegir, entre diversas posibilidades, la mejor.

Este concepto suena raro, ¿no? Elegir entre posibilidades. Elegir lo mejor. Es obvio que el mundo de mi infancia y el de todos mis ancestros no entendieron esto. La inteligencia era vista entonces como un todo subdividido en habilidades y destrezas, que concluían en un temido numerito que te decía tu coeficiente intelectual. Este numerito podía destruir tu autoestima en un solo segundo.

Yo odiaba esos tests porque mi habilidad numérica era deplorable, por no hablar de la espacial. Mi capacidad de ubicación en el espacio físico es nula, y mi vida transcurría en la desorientación más absoluta hasta que algún genio inventó esa maravilla llamada Google Maps. Mis resultados de esos tests resultaban bastante buenos porque mis habilidades verbales y lingüísticas eran excelentes, y eso compensaba lo mal que me iba en las otras áreas.

 En 1983, Howard Gardner expone la Teoría de las Inteligencias Múltiples, e identifica nueve tipos: lingüística y verbal, lógico-matemática, musical, visual-espacial, naturalista, corporal kinestésica, interpersonal e intrapersonal. No solo se reconoce que se puede ser inteligente de diversas formas, sino que se introduce la idea de que la inteligencia involucra aspectos que tradicionalmente no habían estado relacionados con ella. Por primera vez se habla de inteligencia intrapersonal, que es  la capacidad para comprendernos a nosotros mismos, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios, e interpersonal, que es la habilidad  para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas.

En 1995, Daniel Goleman sacó a la luz un nuevo tipo de inteligencia que se ha hecho muy popular en nuestros días: la inteligencia emocional. Entender que el manejo de nuestras emociones y sentimientos y la eficacia en nuestras relaciones es también una forma de inteligencia, es un hallazgo que ha logrado explicar por qué muchos alumnos brillantes con coeficientes intelectuales deslumbrantes, terminan siendo poco exitosos en su vida profesional, mientras muchos a quienes en la escuela considerábamos mediocres, terminan siendo exitosos.   

Gardner dice que es posible integrar y desarrollar todos los tipos de inteligencia. Yo no lo dudo, pero tampoco creo que a estas alturas de mi vida yo aprenda a manejarme en una ciudad sin Google Maps. Sin embargo, tengo la certeza de que hay dos clases de inteligencia que se pueden desarrollar si nos lo proponemos: la interpersonal, que no es otra cosa que la muy cacareada  inteligencia emocional, y la intrapersonal, que es la vía hacia el autoconocimiento y que un grupo de autores ha definido como inteligencia espiritual.

La inteligencia espiritual es la “huída hacia adentro”.  Tiene doce poderes, de los cuales iré hablando en futuras entregas. Aquí les cuento los cuatro primeros:

1.- La búsqueda de sentido. No hay nada en la vida a la que no se pueda encontrar un valor si entendemos que todo tiene un para qué. Si observamos cada hecho de nuestra existencia y su impacto en la sucesión de acontecimientos que crean nuestra historia, notaremos que nada es fortuito y que todo nos invita a abrir la conciencia para descubrir nuestro lugar en el mundo y el objetivo de nuestro viaje.

 2.- La capacidad de preguntar. Solo el hombre es capaz de preguntar y preguntarse. Esto nos separa del mundo animal. El individuo está permanentemente en busca de respuestas. Cuando se le acaban las preguntas, pierde su esencia humana y se animaliza.

3.- El autodistanciamiento. Las personas tienen la capacidad única de poner la vida en pausa por un segundo para “salir” de una situación y observarla en perspectiva. Desde allí podemos repensar los hechos, rearmarlos,  y tomar conciencia de que somos arquitectos de nuestro destino.

4.- La autotrascendencia. El ser humano está llamado a un destino mayor, a salir de sí mismo para encontrar al otro y dejar una huella en el mundo que habita. El gran reto del hombre de nuestro tiempo es entender su misión de vida, aceptando que a veces ésta, está fuera de su zona de confort.

Pocas veces  es posible elegir las circunstancias y el entorno en que han de transcurrir nuestras vidas. Y pocas veces también es posible cambiarlas. Pero si tenemos un para qué vivir,  habrán mil maneras de descubrir el cómo. Allí se revela con absoluta claridad el sentido de la definición de inteligencia: intus = entre y legere = leer, escoger. De nuevo, la capacidad humana de elegir entre varias posibilidades, la mejor.

¿Es posible fortalecer nuestra inteligencia espiritual? ¡Desde luego que sí! Aquí te dejo la fórmula:

Practica con frecuencia la soledad, no le temas, es un recurso invaluable para distanciarte y reconocerte

Haz el ejercicio de filosofar, mira hacia adentro y descubre todo lo valioso que hay en tu interior como ser único e irrepetible.

Practica el diálogo socrático, que no es más que el arte de preguntar y preguntarte.

Ejercita tu cuerpo, recuerda el postulado griego de mente sana en cuerpo sano.

Aprende a trascender las situaciones límite, no puedes escapar de ellas. No preguntes por qué.  Descubre y comprende el para qué.

Desarrollar la inteligencia espiritual posee valiosos beneficios al desarrollo integral del ser humano. Promueve la creatividad, establece el sentido de los propios límites para asegurar la certeza de quienes somos, nos conmina a la vivencia plena del ahora como contraparte de la certeza de nuestra finitud, y nos dispone a comprender la vida como proyecto, que cada quien elige cómo llevar a buen fin.

En palabras de Frederick Nietsche, “quien tiene un para qué vivir, puede encontrar muchos cómo vivir”.

Soltar y fluir en la sociedad líquida

La sociedad posmoderna nos ha hecho ver el cambio como una necesidad primaria. Continuamente los medios de comunicación y las redes sociales nos invitan a vivir el hoy, a dejar atrás lo que ya no sirve a nuestros intereses y enfocar la mirada en el próximo paso. Muy probablemente, si hiciéramos un análisis de contenido de esos mensajes, confirmaríamos que las palabras “soltar”  y “fluir” son  las más  recurrentes en las frases con que los gurús de las redes sociales nos invitan a renovarnos.

Fluir es una palabra que caracteriza a la sociedad líquidaconcepto desarrollado por el sociólogo y filósofo polaco ZygmuntBauman (1925-2017) para referirse a un mundo que ha perdido la solidez de la estructura, que se ha vuelto maleable y escurridizo. En un contexto que induce a la transformación permanente, detenerse a pensar es una pérdida de tiempo, y el tiempo es oro cuando los logros materiales son el principal indicador del éxito.

Soltar significa no apegarse a nada, no hacer el menor esfuerzo por sostener y conservar. Con la velocidad de un clic, nos conectamos con todos y nos desconectamos cuando queremos. La permanencia y la estabilidad, asustan.  Esta sociedad en continuo cambio que evita a toda costa la certeza de la pausa, ha convertido al hombre en un ser inmerso en la angustia existencial y la incertidumbre. El que no cambia o se renueva, queda excluido. 

     A diferencia de los líquidos que tienen la cualidad de la fluidez y no se atan de ninguna forma al espacio ni al tiempo, los sólidos no cuentan con la cualidad de fluir. Son estables y perduran. Pero ese legado de valores de nuestros antepasados, lo antiguo, sólido y perdurable,  lo consideramos obsoleto. La tecnología facilita el individualismo y la autogestión, y carente de estructuras sólidas de las cuales asirse, el hombre vive agobiado por la posibilidad de su propia obsolescencia. Ante la amenaza de ser desechado, no hay permiso para construir permanencia.   Y es que “la modernidad líquida” permea todos los ámbitos de la sociedad: el trabajo, las relaciones sociales, el amor, la familia.

     Pero, ¿es verdaderamente imposible para el hombre vivir  sin dejarse arrastrar por la fluidez devastadora que impone el mundo exterior? Viktor Frankl tiene una respuesta para esto: resiliencia. La voluntad de sentido, que nos permite construir una vida sana en un medio insano.

El hombre del presente está sometido a continua presión. La dimensión física, sumergida en el hacer, busca satisfacer la dimensión emocional, a través del tener. El hombre queda  desintegrado, pues se desvanece su dimensión más distintiva: la espiritual. No obstante, conserva  la libertad para elegir cómo responder a ese entorno precario. Hacer uso de esa libertad implica la voluntad de encontrar un sentido a su existencia. Y es en el descubrimiento de ese camino personal y único, cuando el hombre rescata esa dimensión espiritual como respuesta a los problemas que lo agobian, orientando la acción hacia la esperanza, el esfuerzo y el compromiso consigo mismo y con los demás.

Ante una sociedad líquida, indetenible e incierta, solo cabe como respuesta la solidez de los valores y la voluntad de sentido que nos impulsa a asumir la vida como tarea.

Dos años después…

Han pasado dos años desde que tuve que re-aprender a mirar el mundo.

Lo más importante fue preguntarme si yo estaba dispuesta a re-aprender. Es más fácil seguir andando sobre nuestros mismos pasos con tal de evadir el viaje profundo hacia el para qué.

«Deja la superficie

haz una gran reserva de todo aquello que el abismo traga

cuando te canses de mirar, observa

cuando te canses de observar, indaga…»

Dejé la superficie sobre la cual me había deslizado con comodidad, siempre confiando en que el momento de descubrir mi lugar en el mundo podía postergarse.

Me equivoqué.

Hades entró en mi vida tan inesperadamente como suelen aparecer los acontecimientos que nos marcan para siempre.

» …y cuando sepas todo lo que quieres,

pregunten tus miradas más curiosas

Por qué inánimes viven tantos seres

...y palpitan con alma tantas cosas»

No sé cuan inánime había vivido hasta entonces. Quiero pensar que no tanto. En alguna etapa de mi existencia me hice muchas preguntas que se fueron deshaciendo en la inexorable rutina del aburrimiento.

No sabía entonces todo lo que quería, pero una mirada curiosa despertó en mi espíritu para no abandonarme más.

He aprendido muchas herramientas . Mindfulness. Psicología Positiva. Arquetipos Junguianos. Escritura terapeútica. Pero fueron la Terapia Sistémica y las Constelaciones Familiares las que abrieron la primera rendijita hacia la luz. La Logoterapia (búsqueda de la voluntad de sentido)y Análisis Existencial de Viktor Frankl , es la próxima meta.

Las herramientas, sin embargo, son recursos y no magia. El conocimiento pasa por aprender a usarlas para viajar a nuestro espíritu, y eso incluye danzar en la oscuridad con nuestras sombras.

El camino no ha sido llano, pero sigo mi jornada. Tengo el resto de la vida para aprender lo que quiero. Sé que el próximo viaje , el definitivo, puede llegar sin avisar.

De este recorrido de dos años hacia mí misma, puedo resumir algunas ideas:

1.- Somos vulnerables siempre. La precupación no nos pone a salvo de los acontecimientos que van a ocurrir

2.- La vida es frágil y sin certezas absolutas. No hay que postergar lo que queremos hacer o aprender

3.- Todo es impermanente. Ni lo bueno ni lo malo no duran para siempre

4.- La muerte es nuestro fin último. Reconocerla y aceptarla como el final natural de este camino, es liberador

5.- No podemos cambiar los hechos a nuestro alrededor. Solo podemos encontrar en nosotros la mejor manera de responder a ellos

6.- Cada uno tiene su lugar en el mundo. Descubrir cual es, es el principal reto de vivir

7.- Nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios. Estamos en la vida para algo

8.- Una vez que hemos descubierto nuestra misión, el sentido de la vida aparece, como la luz de una estrella que nos guía. Y ya no vuelve a apagarse

Te invito a seguir aprendiendo y a continuar tu jornada con sentido

Próximamente, anunciaré en las redes mis talleres y tendrás mis contactos por si necesitas una clase privada o un encuentro personal.

Te acompaño a transitar el camino

Raspa, que se va el Musiú

¿Qué significa eso en su lengua?

Siempre lo decimos en las despedidas para no llorar, como para apurarnos y que no se prolongue la abrazadera y besadera… es muy triste.

¡Oiga!, pero usted está hecha un mar de lágrimas.

Flashback  (Escena retrospectiva)

A Eulalia le llegó la última semana del verano con sus nietas y ese pensamiento lo sintió en el estómago y entonces decidió salir para donde fuera en busca de distraer la puntada aguda.

Ya casi ni escuchaba ni veía el GPS porque se había aprendido las rutas para los sitios usuales. De pronto se abstrajo en un pensamiento y el carro se le fue una milésima de centímetro hacia la derecha y venía un carro, pero ella enderezó

Chequeó que el espejo retrovisor abarcara todos los puntos ciegos y ladeó la cabeza un poquito más de la cuenta para la derecha cuando vio atrás, el asiento de niño de su nieta vacío y ahí si le pegó el dolor en el estómago otra vez.

Y fue que la silla para niños, hasta le trajo a la memoria la imagen de su propia hija en el asiento de atrás, cuando la cargaban de Nueva Jersey a Nueva York y viceversa, todas las veces que a una pareja joven se le antojara ir y venir con la muchachita tan buena que nunca se quejó, y que por el contrario, parecía mas bien disfrutar las aventuras de sus hiperquinéticos padres. 

Rápido pasó a acordarse  de la segunda hija en el otro asiento y  después del chiquitín,  pero velozmente  se acordó como de tres asientos pasaron a ser dos y de dos pasó a uno y después a ninguno y el carro atrás quedó vacío porque crecieron y se fueron.

Ahora se repetía la historia, después de cargar a sus nietas con la algarabía de las que quieren llegar a grandes bailarina, nadadoras, pintoras y cantoras, ahora los asientos se los quitarían y el regreso sería con los asientos vacíos.

Pero se acordó de que a los nietos se quieren en tercera persona, según había leído en una entrevista que le hicieron a quien fuera su profesora de teatro en la universidad. 

Eulalia pensaba parecido, pero en su mundo audiovisual, veía a los abuelos como unos personajes en una película que entraban y se salían de acuerdo con las circunstancias y cada circunstancia era una historia.

No había una definición del ser abuelo, pero tan bonito que sonaba que era para consentir a los nietos, aunque lo único certero era que el amor a nieto es infinito porque viene de otro ser que ni el mismo abuelo es. 

-¡Raspa, que se va el Musiú mi amor!-  tuvo que decirle el marido recordándole la manera como se despedían en la familia de Eulalia y tuvo que montarla en el carro hecha un mar de lágrimas.

Marinés Lares

Rompe Grupo

-Lo malo de tu mamá, y yo la quiero mucho, es que habla con muchos refranes-

-A caballo regalao, no se le mira colmillo- le dijo la esposa.

Eulalia fue a pasarse todo un largo y ardiente verano con las hijas de su hija que la llamaban abuela, pero nunca dijo que detestaba que la llamaran así en público, porque las apariencias engañan y así ella quedaba como que si no le importara envejecer.

Apenas llegó por la puerta del garaje, en un unísono tono gritaron: ¡abuela! y cuando fue a abrazar a las más grandes, la de un año, que estaba en brazos de la madre no la dejó, porque lanzó los brazos con tal fuerza para abrazarla que Eulalia soltó el celular, la tableta y la cartera en el piso para agarrarla y recibir el abrazo más apretado que una niña de un año pueda sostener.

Eulalia dijo: – ¡Mi rompe grupo!, a lo que los padres se miraron con los ojos abiertos como diciéndose mutuamente: ya comenzó.

Cabe aclarar que Eulalia decía que los terceros hijos eran unos rompe grupos por experiencia, porque tuvo a su varón cuando las hembras estaban ya para graduarse de primaria y secundaria y tuvo que quedarse muchas veces con el bebé en la casa, mientras las dos niñas y el padre formaron un trío dinámico a partir de entonces y se la pasaban en la calle.

La chiquita no perdía oportunidad para lanzarle los brazos, como que si fuera a volar a lo Supermán y Eulalia la recibía y se apretaban en un abrazo las dos hasta no poder respirar más.

Como siempre, los primeros días son de adaptación y cuando por primera vez acostaron a la chiquita que  se quedó llorando en su cuarto, Eulalia voló como una garza y entró en el cuarto y la niña se paró levantó los brazos y se abrazaron y la arrulló hasta que se rindió.

Todo esto lo veían con horror los padres a través de un monitor en la sala de la televisión,  porque la niña estaba muy disciplinada y lloraba tres berrinches y se dormía y después que se fuera Eulalia ¿qué?, llamarían a María como dice un refrán.

A la mañana siguiente como a las seis, la niña pegó un gritico y Eulalia brincó de la cama y se metió en el cuarto, pero al mismo tiempo, el hombre en dos zancadas subió las escaleras con un tetero y le dijo que no y más nunca pasó.

Pero, siempre hay una oportunidad…

La parejita comenzó a ir al último turno del cine aprovechando la presencia de Eulalia, que se quedaba hasta la una de la madrugada despierta, pero eso sí, cuando lo tenían en mente sin participárselo a nadie todavía, ya todos lo sabían y no se sabía por qué.

La rutina de la acostadera seguía su curso y al cabo de unos minutos se oía la puerta del garaje cuando el carro salía y las dos mayores, la perra, Eulalia y la chiquita abrían los ojos como un par de lunas llenas.

La perra saltaba y se acostaba en la colcha de las niñas, las dos grandecitas sacaban los disfraces de princesas para el teatro nocturno y Rompe Grupo y Eulalia se  fundían en un eterno abrazo de amor hasta que se oía la puerta del garaje de nuevo cuando entraban de regreso y la perra avisaba y todas se acostaban haciéndose las Musiúas.

Marinés Lares

La pita, los tacos y la trampa

Para la despedida del mejor plan vacacional que una niña haya podido tener al comando de su abuela, ésta, en lugar de haber amanecido con pañuelo en mano secándose las lágrimas y un rosario rogando que no se cayera el avión de regreso, se despertó con el plan de pasar el mejor día de su vida y dejar que la niña hiciera lo que quisiera complaciéndola en todo.

Le dijo  -ponte el traje de baño y échate protector que yo empaco-.

En un solo morral metió dos toallas, el cepillo, el shampoo y enjuague, la cartera con la plata para la merienda, la ropa para cambiarse y el par de goggles (lentes para nadar).

Se puso el traje de baño más bonito que había comprado y que resaltaba su color de piel morena, que por fin había recuperado después de haberse convertido casi en una mujer blanca por los helados inviernos del norte y bajó casi de dos en dos las escaleras.

Se fueron.

Llegaron y como par de seres sedientes de piscina se zambulleron. La señora quería este último día estar bien segura de que la niña había aprendido a bucear muy bien.

Acto seguido, la muchachita comenzó a lanzar unos juguetes especiales para ello, que se hundían hasta tocar fondo y entonces ambas se zambullían a ver quien los agarraba primero.

La abuela enseguida se dio cuenta de que jamás le ganaría a la nieta, era demasiado rápida debajo del agua y entonces, para ganarle aunque fuera una sola vez,  cuando estaban tratando de agarrar el juguete, la empujó para atrás y lo atrapó ella, la abuela.

A la niña le pareció increíblemente bueno que se pudiera hacer trampa y a raíz de allí la niña halaba a la abuela por las tiras del traje de baño sin ninguna compasión, tanto, que la pobre mujer se tenía que poner el traje de baño prácticamente de nuevo, ahogándose sentada en el fondo de la piscina.

Así pasaron la primera parte del mejor día de sus vidas. Entonces la abue le dijo que ella sugiriera adónde y qué quería comer porque era el día de la despedida, a lo que la niña respondió encantada que ella sabía perfectamente.

La niña se convirtió en la voz del GPS: make a right, make a left, make an U turn?, make a right, ¡Here abuela!  (Cruza a la derecha, a la izquierda, dale la vuelta en U, cruza a la derecha, ¡Aquí abuela!)

Se estacionaron, se tomaron muchas fotos y se fueron al restaurante que había apuntado la niña.

  • Pero mi amor- dijo la abuela-, -este restaurante no es de tacos como tú quieres, es de pitas-
  • No abue, es de tacos, nosotros le decimos tacos-.

Se comieron las pitas más sabrosas del mundo porque uno las hace, pero al final la abuela meditó que no podía dejar a la niña con el concepto erróneo  de que a las pitas se les podía decir tacos también.

Y le dijo, -mi amor, las pitas son el pan de la comida árabe, mientras que los tacos son de México, estas son pitas.

Pero para mí y mis juguetes son tacos.

Y asunto concluido, cada quien se fue para su casa y será para el próximo verano que se aclararán las cosas.

Mientras tanto la señora se hizo la Musiúa.

Marinés Lares

La Musiúa

Nunca antes el dicho hacerse la Musiúa había tenido mejor App (aplicación) que en la situación que se le presentó a esta mujer… ¡Ah! ¡La transculturización!

La mamá de las muchachas, preservadora de su cultura prohibió hablar en inglés adentro de la casa para que no se perdiera el lenguaje español tan bello, a lo que la mayor se aplicó e hizo todo el esfuerzo por hablarlo.

Pasó poco tiempo hasta que le llegó la compañerita, su linda hermanita, que de inmediato la acompañó al Daycare (guardería) y con el don del habla que se trajo de los genes de su bisabuela comenzó a hablar en oraciones y párrafos con un lenguaje de TOEFL (Tofel).

En la guardería se pasaban y se hicieron amiguitas desarrollando el inglés a alto niveles y la mayor se quitó ese peso de hablar español ya que la chiquita no entendía y se armó la sampablera, pero en inglés.

Un día llegó la abuela, que inocente les hablaba en español todo el tiempo, así ellas le hablaran en inglés, un intercambio pues.

La mayor captaba y seguía instrucciones.

La otra no y se hacía la Musiúa. I don’t know what you are saying. (yo no sé que estás diciendo).

Entonces la abuela se lo pasaba y corrieron las semanas.

Hasta que llegó el día que pasó algo que ameritaba una reprimenda oral, un sermón pues y la niña con esos ojazos negros, la miró y le dijo I don’t get it. No entiendo. A lo que la abuela repitió el mismo sermón en perfecto inglés, pero rematándolo en español cuando le dijo;  -y basta ya del aplique de hacerte la Musiúa, porque aquí todos somos bilingües-.

Y desde ese día todos vivieron felices entre el inglés y el español, sin que nadie volviera a hacerse el Musiú por esos lares.

Marinés Lares