REGRESO A CASA

Regreso a casa.

He vivido un par de meses lejos de mi mundo ordinario. Otros países. Otras vidas. Otros afectos. No mejores. No menores. OTROS.

Algunos huyen de su mundo ordinario como si del infierno se tratara, para luego enredarse en un infierno ajeno que no se atreverán nunca a reconocer. O pueden llevar su infierno a cuestas.

Y así, unos van, otros vienen. Con su infierno o con su paz.

Yo voy y vengo. Me voy y me quedo.

Reconozco el mundo como escenario.  Cuando subo a la tarima piso siempre las mismas tablas. La misma luz me ilumina desde arriba  y la misma oscura cortina se extiende a mis espaldas. Solo cambia el decorado. Quizás el color de la luz.

 A veces hay flores y bosques,  casas nuevas, calles relucientes de asfalto y caminos suaves por los que provoca andar sin zapatos. Las luces brillan esplendorosamente, y vuelven invisible el cortinaje, que puede convertirse en arcoiris, ciudad de neón, o hasta en el mismísimo mar.

Otras veces no hay nada de eso. Hay un escenario en penumbra. Las tablas se asoman como calles rotas o caminos empedrados. Hay flores marchitas y algunos árboles que resisten el verde a pesar de la sequía. La luz es tan tenue como la de una vela, y la opaca cortina del fondo refleja formas que parecen fantasmas y casas destartaladas.

En cambio, yo, siempre soy yo. Soy el hogar de mi misma. Soy suficiente.

Vivimos en un entorno colmado de angustia. Nuestra civilización no entiende el aquí y el ahora. Añoramos  el ayer, planificamos el mañana. Y apenas hemos alcanzado ese “mañana”, aparece la esperanza de otro “mañana”.  Así se nos va escapando la vida sin abrazar lo único cierto que tenemos: el hoy.

La continua expectativa en que vivimos, esa sensación de que nada es suficiente y que siempre habrá un mejor porvenir, es la fuente principal de nuestra angustia. ¿Y qué tal si no hubiera un mejor porvenir? ¿O si no hubiera porvenir en lo absoluto? ¿No habrá valido entonces la pena el mero hecho de vivir?

En el presente solo cabe la gratitud por la vida, tal y como nos ha sido dada.  Y solo en el presente podemos cultivar nuestro centro de paz.

Todos hemos experimentado esos momentos en que una vivencia poderosa nos hace olvidamos por un rato de nosotros mismos. Como cuando vamos al cine y la película nos engancha de tal manera, que al finalizar no sabemos dónde estamos ni cuánto tiempo hemos pasado allí. Eso es vivir el presente con absoluta plenitud.

Para alcanzar ese estado de paz, Budha dice que necesitamos seguir cuatro leyes:

La primera, es la aceptación del hecho de que la vida implica felicidad y dolor. Todo a nuestro alrededor, cualquiera que sea el escenario, está sujeto al tiempo, y por lo tanto, tiene fecha de caducidad.  

La segunda ley, se refiere al apego. El dolor es directamente proporcional a la intensidad de nuestros apegos. Honraremos la vida sin el afán de retenerla y aceptaremos la muerte como su fin natural.

La tercera ley, es sobre el espacio-tiempo. Cuando aceptamos que solo nuestro cuerpo físico está atado a estas dimensiones, podemos liberar nuestra conciencia y hallar nuestro espíritu, que nos trasciende.

La cuarta y última ley, es el camino recto hacia la paz. Si cultivamos el desapego, aceptando los límites que supone la existencia humana, entonces, libres de expectativas, podremos vivir en plenitud el presente.  

La vida me ha enseñado repetidamente algunas lecciones que yo me negaba a aprender. En los últimos años ella ha sido particularmente perseverante, y me ha obligado a subir varias veces a ese escenario en penumbra que me resultaba aterrador. Ha dejado de asustarme  la amenaza de caer entre las tablas rotas. Camino confiada, porque finalmente aprendí que el miedo no puede prevenir ningún evento que corresponda al devenir de mi destino. El miedo crea la angustia y la angustia nos separa de vivir el hoy.  

La paz interior y la conciencia plena pasan por aceptar que solo somos actores dentro de un escenario que es externo, que escapa a nuestro dominio. De nuestra conciencia profunda nace la capacidad para identificar lo que está fuera de nuestra área de control. Entenderlo y convivir con esta certeza es una fuente de paz.  Pero eso no significa aceptar límites y conformarnos. También de esa conciencia profunda nace la resiliencia. Entonces, depende de nosotros aceptar vivir en las sombras que a veces el mundo físico nos impone, o ser la pequeña luz que marque la diferencia.

Al identificar nuestro breve espacio de acción en el universo, reconocemos que no podemos cambiar el mundo, ni siquiera nuestro entorno más cercano. Sin embargo, nada nos impide descubrir, en nuestro interior, esa pequeña gran misión personal que a cada uno de nosotros le fue asignada. No hay felicidad duradera que no tenga sus raíces en la propia conciencia, en el conocimiento del alma y en la necesidad de dejar en este mundo, una huella bonita

No sé cuántos nuevos escenarios habré de pisar en el futuro. Sé que en cada uno tengo una misión, y mi trabajo personal es descubrirla. Sin miedo al cambio,  domino la escena. Soy yo, defendiendo mi centro, con mi hogar a cuestas. Como un caracol que lleva su casa adentro.

Tres meses lejos: aprendizaje y trabajo

Tres meses lejos.

Museos, teatro, cine . Y espacios abiertos para andar . La libertad.

También hubo aprendizaje y trabajo.

Invitada por mi discípula y ahijada, Lorena Arraiz Rodríguez,  dicté un taller online sobre Storytelling para su consultora  LaEstrategiCom. La oportunidad de trabajar con las historias de alumnos de diversos países, me permitió comprobar, una vez más, que solo difiere el escenario y siempre es posible conectar con el otro desde lo humano.

También, con el apoyo generoso de mi querida Cristina Martínez Da Silva, tuve el privilegio de dictar dos talleres en su acogedor  T-Lab, en La Latina. El objetivo de Cristina es incorporar a la comunidad en proyectos artísticos y reflexivos con una inversión pequeña. Comenzamos  con “El Relato de mi Vida, descubriendo mi héroe interior”, un taller que yo había estrenado poco antes en Caracas.  Unos días después, la serendipia hizo lo suyo y me encontré con esa fabulosa narracuentos  que es Mamen Hidalgo. Compartiendo un café y conversando sobre temas femeninos, se nos ocurrió unir nuestros talentos y crear una pieza de entretenimiento y reflexión personal. Con el título del libro homónimo de Jean Shinoda Bolen  “Las Diosas en cada mujer”, surgió un trabajo divertido y profundo sobre arquetipos, que nos hizo reír y reflexionar junto a un grupo genial de mujeres.  

Gracias a Dios y a la vida por tantos regalos, pero especialmente, por ponerme en el sendero que conduce a la conciencia.

De nuevo en casa, continúo apostando a la luz, y encendiendo mi velita, sigo descubriendo mi misión en este plano temporal.

La tercera vía (hacia la felicidad)

Uno de mis ejercicios favoritos como escritora, es observar a la gente. Me encanta, por ejemplo, imaginarme la vida de la señora que camina junto a mí en el supermercado y va llenando su carrito de productos que me dicen un montón de cosas acerca de quién es. O también adivinar a dónde va el señor que detiene su carro a mi lado, en el semáforo, mientras espera con angustia la luz verde. Pero mi favorita, desde pequeña,  es mirar las ventanas iluminadas de los edificios en las noches, ver pasar una  silueta, o dos,  y construir en mi cabeza toda una vida posible. ¿Es una familia? ¿Un hombre solo esperando a su amada?? ¿Tal vez una mujer que cuida de su madre anciana? Y la pregunta más interesante de todas: ¿son felices allí adentro?

En el último año de mi vida he descubierto que la mayor parte de las personas buscan la felicidad por tres vías: la primera, la más común, es el concepto de felicidad que tiene que ver con el éxito del mundo material. Y por mundo material me refiero a todo aquello que tiene que ver con la seguridad económica y el éxito profesional. Cuando somos muy jóvenes, pensamos que comprar una casa, un auto y tener el trabajo soñado, que a la vez nos dé un ingreso económico importante y nos permita realizarnos profesionalmente, constituyen la felicidad, o al menos, una buena parte de ella.

La segunda vía hacia la felicidad, tiene que ver con las relaciones. Encontrar el amor, la pareja adecuada, formar una familia, tener hijos, pertenecer a un grupo de amigos que nos permitan disfrutar los pequeños placeres de la vida.  Esta idea comienza a rondarnos en la adultez temprana, probablemente nos llegue primero a las mujeres y un poco más tarde a los hombres, pero en general, la soledad no suele estar atada al concepto que tenemos de felicidad.

Si logramos alcanzar las dos anteriores, es probable que no creamos necesario recorrer  la tercera vía. Podemos conformarnos con satisfacer nuestras exigencias intelectuales y nuestras necesidades emocionales. Pero cuando una de las dos falla, cuando una pérdida nos arranca sin aviso la seguridad material o un pedazo de corazón, la tercera vía está allí, esperándonos. Muchos la ignoran y caen al vacío. Otros la transitamos como única vía de salvación, y allí redescubrimos una felicidad distinta. Esa vía, es la espiritual.

El tránsito por la pérdida me obligó a descubrir una fuerza escondida que hace años me enviaba señales. Pero yo estaba muy bien con mi vida emocional y material y no tenía interés en emprender un viaje (doloroso, siempre es doloroso) hacia mí misma. Abrir la puerta a esa fuerza y permitirle revelarse con todo su poder, me mostró un camino desconocido, maravilloso y lleno de nuevos retos. Ese camino es hacia mí y la felicidad se realiza en el encuentro conmigo. El encuentro que trasciende mi yo material, mi yo emocional, y me lleva a lo que hay en mí de eterno e imperecedero. Esta felicidad es la única que no tiene fecha de caducidad porque no está signada por la pérdida.

La fe, que mi madre me regaló, y la certeza absoluta de que soy algo más que un cuerpo físico, me han permitido descubrir una felicidad distinta. En este trayecto he echado mano de todas las herramientas y aprendizajes que he considerado que aportan luz a mi búsqueda. He conocido gente con el alma rota, que ha renacido victoriosa luego de un tortuoso viaje hacia el interior de sí mismos. No existen atajos en este recorrido, no creo en gurús que ofrecen la felicidad en tres pasos ni en el círculo mágico del éxito. Creo en el camino lento del autoconocimiento, que implica mirar el pasado y reconocerlo, perdonar,  perdonarme, y dar gracias porque soy la suma y consecuencia de todo eso. Implica mirar al futuro, aceptando que voy a caminar con una nueva conciencia cada minuto que me regale Dios, y que solo valdrá la pena hallando el sentido y la trascendencia en el otro. Implica mirar al hoy en su impermanencia, y saber que hago, simplemente, lo que me corresponde.

Si aún no has atravesado el umbral de la tercera vía, quizás no te ha llegado el momento. Pero cuando llegue, acéptalo, prepárate y atrévete a derribar al guardián. Una vez que te sumerges en tu luz interior, la felicidad es para siempre.

 

El Árbol Mágico

Hace unos meses decidí enfocarme en conocer más de mí.

De mis lecturas de Campbell y Vogler, las clases de guionismo y los recorridos por la literatura y el cine, aprendí que la vida es un viaje: comienza con un llamado a la aventura, rechazamos el llamado, pero más tarde o más temprano, estamos obligados a escucharlo. Hay que romper con el mundo ordinario y comenzar a atravesar umbrales, custodiados por terribles guardianes. Solo cuando entramos en la cueva más profunda y enfrentamos nuestra sombra, podemos alcanzar la meta, el propósito. Entonces, redimidos, logramos renacer y hacernos con el premio de nuestra verdadera esencia. Este proceso es conocido en la literatura y el cine como “el viaje del héroe”. Todos hacemos ese viaje, una y otra vez, a lo largo de nuestra vida. Pero en esta segunda mitad, tengo la madurez para hacerlo de manera consciente.
En este proceso de búsqueda, descubrí el poder que se esconde en la genealogía. Ser emigrante me hizo ahondar en mis raíces. El destierro te mueve el piso, te arranca del suelo y te lanza al viento sin norte. Flotas como una rama perdida, desprendida del árbol del cual eres parte. Pierdes la familia extendida. Pierdes el lugar donde descansan tus muertos. Cruzas el umbral. Pero no siempre logras dejar de mirar atrás. Yo no lo logré. Pasaron muchos años y crucé muchos umbrales, para poder darme cuenta del tesoro escondido en mi árbol.

LA FAMILIA ES UN ÁRBOL MÁGICO EN EL INTERIOR DE CADA UNO”
                                                                                    Alejandro Jodorowsky

Desde muy pequeños, nos enseñan la historia de nuestra cultura y nuestro país, sin embargo, resulta muy curioso que no prestemos ninguna atención a nuestra historia familiar. Lo que conocemos sobre nuestras familias es lo que escuchamos y observamos en los adultos que acompañan nuestra infancia. Algunos tenemos el privilegio de conocer a nuestros cuatro abuelos, unos pocos a algún bisabuelo, pero generalmente no sabemos mucho acerca de sus vidas y sus orígenes antes de que nosotros viniéramos al mundo. Yo me propuse armar mi árbol genealógico, y con ayuda de algunos mentores, lo logré lo mejor que pude.

“AUNQUE NO SABES QUE ES LO QUE BUSCAS, LO QUE TU BUSCAS TE BUSCA”
                                                                         Alejandro Jodorowsky

Descubrir ese árbol trajo gratificaciones inesperadas, y también respuestas largamente esperadas.
No sé si la búsqueda del árbol me llevó a las respuestas, o si la búsqueda de respuestas me llevó al árbol. Solo sé que la conciencia de mi genealogía me ha regalado un viaje mágico a mi ser espiritual.

“LA CURACIÓN LLEGA CUANDO NUESTRA HISTORIA ENCUENTRA UN SENTIDO “
                                                               Alejandro Jodorowsky

He aquí un breve resumen de lo que descubrí:

Desde sus inicios, el psicoanálisis afirmaba que la vida psíquica de cualquier individuo se sostenía en la relación de éste con su familia, en especial con los padres. Para Freud, el carácter de los vínculos entre padres e hijos en la primera infancia, eran determinantes para su personalidad adulta.
Posteriormente, Jung expuso la existencia de lo que llamó inconsciente colectivo. Él mismo estudió a fondo su propio árbol genealógico.
En el presente, la psicología sistémica y la herramienta de las constelaciones familiares constituyen corrientes ampliamente conocidas y utilizadas en la psicoterapia familiar. Alejandro Jodorowsky acuña el término “psicogenealogía” para definir el estudio del árbol genealógico como vía de conocimiento y sanación. Pareciera haberse descubierto un tesoro de conocimientos en nuestro árbol, y creo que hoy pocos ponen en duda la influencia de la familia en la psique y en el modo de actuar en el mundo de cada individuo

Si has llegado hasta este punto te estarás preguntando: ¿Cuál es el motivo por el que puede resultar interesante conocer nuestra genealogía? ¿Se puede acaso cambiar el pasado?

Definitivamente, no. Es imposible elegir otros padres u otros abuelos, reconstruir nuestra infancia o nuestra adolescencia. Pero sí es posible cambiar nuestra forma de mirarlos.
La genealogía nos ayuda a entender la naturaleza de nuestras relaciones y descubrir las fuerzas creadoras que nuestra familia entraña. Nos desvela las dinámicas que conllevan identificaciones e implicaciones de una generación a la siguiente y que dificultan nuestra vida.

Cuando venimos al mundo ya somos parte de una familia y nos sumamos a su conciencia colectiva. Pertenecemos, por lazos sanguíneos, a un grupo familiar. Sin embargo, es la lealtad la que nos convierte en familia. Y en nombre de esa lealtad, que no es más que el sentido de pertenencia al clan, repetimos conductas, enfermedades y sufrimientos. Somos capaces de traicionarnos a nosotros mismos por quedarnos apegados fielmente a contratos inconscientes.

Los condicionamientos emocionales y de conducta grabados por nuestro linaje en nuestro inconsciente personal, el yo más desconocido y misterioso, determinan nuestra postura frente a la vida y conducen nuestros actos irremediablemente a repeticiones de patrones dolorosos en distintos ámbitos personales, de los que difícilmente podemos escapar. El análisis psicogenealógico de nuestro propio árbol, nos devela las causas originales que desencadenaron esos patrones. Su visión y comprensión ya de por si resultan sanadoras, pero podemos dar un paso más hacia la superación de esas hirientes rutinas que nos privan de vivir en plenitud y conciencia.
Sanamos el árbol con la reconciliación y la aceptación. Realizando lo que somos auténticamente. Ejerciendo nuestro destino personal. Echando luz sobre nuestras raíces

La luz sobre mis raíces ha traído luz sobre mi vida. Aprendo a mirar al pasado con la absoluta certeza de que no pudo ser de otra forma. Me reconcilio con mi niña triste, con mi adolescente herida. Agradezco mi vida, tal y como fue. Doy gracias, sin culpas ni reclamos, a mis padres, a mis abuelos, y a ese ejército de ángeles que son mis ancestros. Con ellos a mis espaldas, el viaje se hace más ligero.

La biografía se convierte en biología

Cuando hablamos de biografía, nos referimos, por lo general, al relato detallado de la vida de alguien. En ese relato suelen destacarse los acontecimientos importantes, los eventos que produjeron giros trascendentes en el curso de la vida del personaje. Esos puntos de giro son acontecimientos más o menos trágicos, porque son precisamente esos los que nos obligan a mirarnos adentro y sacar de nosotros el talento escondido, la vocación postergada, el amor retenido. En algunos casos, esos hechos son accidentes fortuitos que dejan cicatrices en nuestro cuerpo físico, y que tendemos a mirar como eventos desafortunados, fuera de nuestro control. De ellos, con frecuencia, emergen personas extraordinarias.

En otros casos, la mayoría, los giros del destino suelen ser pérdidas, injusticias, abusos, traiciones, desamor. Estos eventos son como tormentas internas que inundan el alma y se manifiestan como emociones. Las huellas que éstas dejan no son visibles, como no lo es nuestro cuerpo interno, o nuestra alma.

Pero como nos resulta más cómodo ignorar lo que no vemos, sepultamos en nuestro interior emociones y heridas, sin tener en cuenta que el cuerpo las memoriza en forma de cicatrices y dolor. Las agresiones reiteradas anidan en nuestros sistemas biológicos y órganos, y allí se hospedan hasta construir  el  “eslabón débil”  del cuerpo. Los órganos son extremadamente receptivos a conmociones no expresadas y a sentimientos guardados. Así es como las emociones “toman cuerpo” y las expresamos en frases como “me da dolor de barriga”, “me revuelve la bilis” “me pone la piel de gallina”, “el corazón se me va a salir por la boca”,  “me corta el aliento”.

Para ese momento, nuestro cuerpo, agobiado y roto, busca la manera de enviar a nuestra conciencia un mensaje de auxilio. Ese mensaje, es un síntoma.

Un síntoma es una advertencia de que existe algo que debemos cambiar. El llamado de ese “algo” viene desde muy adentro, desde nuestro núcleo interior, y nos obliga a tratar de entender el lenguaje del cuerpo. Un síntoma pequeño, es un reclamo. Un síntoma fuerte, es un grito de rebeldía.

*Un síntoma es portador de información

*Aparece para captar nuestra atención y canalizar nuestra energía

*Interrumpe la continuidad de la vida cotidiana

*Es una luz de emergencia que nos llama a hacer una pausa

* Nos advierte de que nuestro cuerpo y nuestra alma no están en sintonía

*A veces, es un potente instrumento para reclamar la atención de los demás

Pero cuando lo escuchas, deja de ser tu enemigo, puede convertirse en aliado, hasta en  maestro, y aunque a veces severo, nos sirve de brújula y nos guía hacia la herida que puja por expresarse.   La pérdida de la armonía ocurre primero en el alma. Luego se manifiesta en el cuerpo, puesto que el alma carece de recursos para expresarse físicamente. La rabia acumulada se concentra en el torax, la angustia en el pecho, el miedo en el abdomen, la tristeza en los hombros, y así cada emoción guardada, cosida con fibras invisibles, va apoderándose de un espacio de nuestro físico hasta hacerlo enfermar.

Cuando hemos identificado a tiempo la causa del síntoma y hemos confrontado la herida abierta en nuestro interior, es posible sanar. Pero cuando obviamos el síntoma y preferimos ignorar la causa, la enfermedad tomará cuerpo, ya sin el apoyo de nuestra voluntad.

Solo podemos sanar desde adentro hacia afuera. No es posible a la inversa.

La vida está llena de misterios, y la enfermedad puede ser una invitación a explorarlos.

 

“La biografía se convierte en biología. Nuestro cuerpo contiene toda nuestra historia, todos los capítulos, párrafos, estrofas y versos, línea a línea, de todos los acontecimientos de nuestra vida. A medida que avanza la vida, nuestra salud biológica se convierte en un relato biográfico vivo que expresa nuestras fuerzas, debilidades, esperanzas y temores.

Todos los pensamientos han viajado por su organismo biológico y activado una respuesta fisiológica. “

Carolyne Myss. “Anatomía del espíritu»

 

 

 

 

El mundo a tus pies

 Tengo 23 años. Con toga y birrete, estrenando vestido y zapatos muy altos, desfilo oronda por el escenario de aquel antiguo auditorio de la universidad. Mis padres están allí, orgullosos, mirándome como quien agradece una misión cumplida. Lo hice bien. Mi novio se fue al exterior hace tres meses. Tiene una beca y ya comenzó su posgrado.  Yo me voy en  un par de meses. Me aceptaron en ese programa de escritura que me gusta, en la misma ciudad que él. Viviremos juntos y en un par de años estaremos casados. ¿Quién lo pone en duda después de siete años de amores? El mundo está a mis pies. Tengo la mirada puesta en el horizonte.  Afuera, me espera un chico a quien acabo de conocer. Es muy sexy y me encanta. Amo a mi novio, pero necesito un compañero de baile para esta noche. Lo invité  a una fiesta con mis amigos. El aceptó.

Tengo 26 años. Estoy recién casada.  Regreso del exterior a trabajar en lo que me gusta. Quiero escribir para la televisión y para el cine. Para eso me he preparado. He recibido una oferta de trabajo tentadora en la universidad, pero no la estoy considerando. Soy dueña de mi destino y voy a cumplir mi sueño profesional. Tal vez hasta gane un Oscar

Tengo 28 años. Mi esposo y yo hemos decidido que es hora de ser padres.  Nos preparamos para eso porque ya nos hemos divertido bastante y las condiciones económicas están dadas para criar un hijo. ¡Vamos por ello! Quiero ser mamá antes de los 30.

Tengo 35 años. He estado trabajando en el campo académico, porque las oportunidades no se pueden desperdiciar y yo tuve una en un millón. La verdad, me aburre un poco,  pero el horario es genial y ahora tengo dos niños pequeños. No, no he tirado la toalla con la escritura. En un par de años aún estaré joven e iré por mis sueños.

Tengo 43 años. Han pasado cosas terribles en mi país y yo le empiezo a temer al futuro. No veo claro el porvenir de mis hijos. Ya mi familia pasó por esto en Cuba y no se va a repetir. Cancelado.  No me lo merezco. Ahora trabajo en un canal de televisión escribiendo y eso me hace feliz.

Tengo 46 años. Trabajo mucho en el canal y me queda poco tiempo para la familia, pero sé que puedo ser profesional, esposa y madre al mismo tiempo. Muchas mujeres lo hacen. ¿Por qué no yo?

Tengo 50 años. Acaban de cerrar el canal de televisión para el cual trabajo. La experiencia de Cuba vuelve a repetirse.

Tengo 52 años. He regresado a la academia y creo que finalmente he descubierto mi verdadera vocación. Empiezo a encontrar satisfacción y placer en compartir conocimientos con los más jóvenes. Creo que soy buena profesora. Todos los días aprendo algo nuevo. Estoy hecha para esto. Todo hubiera sido más fácil si lo hubiera entendido antes.

Tengo 57 años. Mis hijos son dos hombres buenos y guapos. El mayor ha decidido irse a España porque se quedó sin trabajo. Aprovechará para hacer un posgrado. Creemos que es lo mejor en esta situación país.

Tengo 59 años. Mi hijo menor se ha comprometido con su novia, a quien amamos. No podemos estar más felices. En poco tiempo los chicos se habrán ido y mi esposo y yo volveremos a estar solos, como en el comienzo. A pesar de tanto, nos seguimos amando. Podremos viajar y tal vez hasta mudarnos de país…tal vez hasta dejemos de pelear tanto por estupideces

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Tengo 24 años. Terminé con mi novio de siete años  y me casé con aquel moreno sexy que me esperaba en la puerta del auditorio el día de la graduación.

Tengo 27 años. Me ofrecieron un cargo excelente en la universidad. Lo acepté.

Tengo 29 años. No logré ser madre antes de los 30.

Tengo 36 años. Escribí muchos cuentos y poemas mientras llegaba el día en que me dedicaría a ser guionista.

Tengo 44 años. Ganó Chávez. Tengo miedo. Me concentro en mi trabajo como escritora en ese canal de televisión.

Tengo 46 años. Mi matrimonio casi se fue a la mierda junto con el país.

Tengo 51 años. Me quedé sin trabajo.

Tengo 53 años. Regresé a la docencia y encontré una vocación que desconocía.

Tengo 58 años. Mi primogénito partió a buscar un mejor destino. El nido comenzó a quedar vacío.

Tengo 60 años. Mi esposo se convirtió en mi ángel.

¿Y tú? ¿Aun crees que controlas tu vida?

En vez de planes, crea opciones

En vez de mapas, usa la brújula

En vez de metas, construye senderos

El mundo estará a tus pies mientras seas capaz de usarlos para recorrer nuevos caminos

No quiero envejecer

En mi artículo de esta semana les hablo de Pilar Sordo . Si ustedes no han descubierto aún a esta autora, les invito no solo a buscar sus videos en Youtube, sino a leer sus libros. Para empezar, les recomiendo este título: No quiero envejecer. Las claves para vivir plenamente y disfrutar el paso del tiempo. Está publicado por Editorial Océano, 2017.

En una época que sobrevalora la juventud, Pilar Sordo aborda el tema de la vejez de manera crítica y reflexiva, invitándonos a reconsiderarla como una etapa de descanso, disfrute, sabiduría y plenitud.