Yo elijo

 

Hace ocho meses me encontré de frente con la inmensidad. La inmensidad es ese espacio infinito y arrasado cuya visión no podemos soslayar. Yo, frente al mundo, sin la mano del compañero con quien compartí casi toda mi existencia adulta. Cuando recuperé la conciencia de mi nueva realidad, miré a mi alrededor, y en medio del vacío estaban mis hijos, tan confundidos como yo, tan aterrados como yo, pero con una angustia adicional: ¿Era yo capaz de caminar junto a mi recién llegada soledad, sin deshacerme en el intento? Su padre era el ancla,  la fuerza, el alma generosa que acogía a todos y solucionaba los problemas cotidianos de todos. Por supuesto, también los míos. Yo era la madre un poco hippie, espiritual, cinéfila y lectora empedernida, practicante de yoga y comprometida en cuerpo y alma con la docencia, en un país donde un profesor universitario gana un sueldo que no alcanza para comprar un par de zapatos. ¿Cómo iba a hacer para sobrevivir en el mundo cotidiano, en un entorno donde el día a día es una especie de ginkana?

Pensé entonces que no me iba a morir aunque lo deseara, que si decidiera sentarme a esperar la muerte iba a sufrir mucho y haría sufrir a toda la gente que me quería, y que si tocaba seguir en este plano terrenal, era porque la vida aún esperaba algo de mí. Había que seguir viviendo y hacerlo de la mejor manera posible. ¿Acaso yo no tenía nada más para ofrecer? Era mi elección: vivir el resto de mi vida en el dolor o encontrar un nuevo sentido para los años que me quedaban.

Miré atrás y agradecí a Dios todo lo que me había regalado. Miré el futuro y pensé que ya no era tan largo como para preocuparme tanto por él. Y comprendí entonces que lo único que tenemos con certeza, es el presente.  La partida repentina de mi esposo, el hombre a quien amo profundamente,  me obligó a aceptar la fragilidad humana  y a mirar de frente y sin temor a la muerte, como el hecho inexorable al que todos estamos destinados.

Para los orientales, la certeza 

de la muerte y la confianza en el mundo espiritual que la trasciende, el disfrute es una obligación de cada día. En cambio nosotros, los occidentales, consumimos la vida  haciendo planes a largo plazo, sacrificamos la juventud y el disfrute para cuando la estabilidad llegue, para cuando el momento sea propicio. La felicidad vendrá con el trabajo soñado, la casa y el auto, la pareja y el hijo.  ¿Somos conscientes de que tales cosas pueden nunca llegar? ¿Debemos ser infelices siempre, porque no alcanzamos tal o cual meta, porque nunca encontramos la pareja perfecta o no tuvimos el hijo?

Aplazamos la vida porque evitamos a toda costa vivir conscientes de nuestra finitud.

La felicidad debe ser el camino, no la meta. Debe construirse en el presente, no en el futuro. Debe crearse a partir de lo que un día cualquiera tiene para regalarnos, y no de los grandes momentos perfectos que pueden nunca llegar. Puedes salir a la calle maldiciendo el tráfico y las calles rotas, o puedes poner música porque tal vez no tendrás otro momento del día para escucharla. Puedes levantarte de la cama quejándote de que tienes que madrugar porque te toca esperar una hora el transporte público,  o puedes agradecer que a pesar de todo, tienes trabajo. Puedes llenarte de odio y maldecir a los políticos todo el día, o puedes aceptar que hay cosas que no puedes cambiar y enfocarte en hacer bien aquellas en las que tu actitud puede marcar la diferencia. Elige ser feliz. La vida es hoy.

Aprende a disfrutar los pequeños momentos. Ponles magia. Los grandes pueden llegar, o no.

Sé flexible. El mundo cambia, las personas cambian. Acepta que también las metas deben cambiar.  Cuando debes soltar, hazlo desde el alma y sin rencor, si no, no funciona.

Celebra la vida cada día. Cada uno es un regalo que debemos agradecer.

No aplaces los pequeños placeres. Ponte el vestido nuevo, estrena las sábanas, usa la vajilla de porcelana, brinda a tu salud con las copas de cristal.

Cambia de trabajo si el que tienes no te satisface. Y si no consigues uno nuevo que te agrade, emprende y hazlo por tu cuenta. Correr riesgos es estar vivos.

Aprende cosas nuevas y construye nuevos objetivos.

Conserva y cultiva los buenos amigos.

Viaja siempre que puedas.

Amar es el único y verdadero sentido de la vida. No escatimes el amor.

Agradece el camino recorrido. Bueno o malo, es lo que te ha traído a ser quien eres hoy.

La felicidad es una elección. No cae del cielo. No depende de otros ni de lo que tienes. Tampoco es permanente. No significa no tener problemas o no sentir dolor. La felicidad es la decisión en la que aceptamos vivir con los problemas y el dolor, y no a pesar de ellos.

Yo elijo (luchar por) ser feliz.

 

 

 

 

Vivir en el derrumbe

Mate González es mujer, periodista y experta en redes. Como muchas de nosotras,  Mate  se convirtió en mamá. La maternidad es un proceso muy complejo, especialmente para quienes queremos, o necesitamos,  seguir activas en nuestra vida profesional.  ¿Podemos ser profesionales y “buenas mamás” al mismo tiempo? ¿Y la culpa?  ¿Se puede aprender a ser “buena mamá”? 

Con este artículo de Mate, que es un regalito de luz para las más jóvenes,  doy la bienvenida a las colaboraciones a mi blog.  Como a ella debo en gran medida que elsegundovuelo.com  se haya hecho realidad,  pues el honor y el placer de tenerla en mi página, son dobles.

Siempre quise ser mamá. Y como soy galla, me preparé para serlo. Desde que decidimos que queríamos tener un bebé empecé a estudiar sobre embarazo, el parto, maternidad, lactancia, crianza …

Todas las noches pasaba horas navegando en internet, estudiando, como si fuera a escribir un reportaje. Como si fuera a escribir una tesis.

Naturalmente hice el curso prenatal, me mentalicé a tener el parto perfecto tal como lo había planificado y había estudiado. Yo sabía lo que me estaba pasando y eso me hacía sentir que tenía el “control”.

Los dos días en la clínica fueron perfectos, juraba que me la estaba comiendo. Hasta que llegamos a casa. Esa primera noche fue de terror. El bebé que venía comiendo de maravilla no podía prenderse al pecho, solo lloraba y nosotros no sabíamos qué hacer, yo buscaba en Google y nada funcionaba… Allí tuve mi primer encuentro con la maternidad, la real que no está en ningún escrito y que por más que te la cuenten no la aprendes hasta que la vives.

Así como esa primera noche de terror fueron los primeros meses, pegada a Google tratando de entender y no entendía nada. El resultado era frustración y angustia.

Junto con un bebé, me traje de la clínica un enorme miedo, había un humanito que dependía exclusivamente de mí. Llegué incluso a tener pensamientos apocalípticos: ¿qué iba a ser de mi bebé si a mí me secuestraba un ovni?

También me traje en la maleta todo el sentimiento de culpa. No entendía a mi bebé, no sabía por qué lloraba. No sabía ni cambiar un pañal, sentía que mi leche no lo alimentaba, que la casa se me caía, que estaba fea y que me estaba embruteciendo…el bebé lloraba y yo lloraba con él pero debía hacerme la fuerte, la feliz.

En silencio me atormentaba mucho, fui muy dura conmigo misma. Tenía tanto miedo. Y es que nada era como yo había estudiado, nada.

Además nadie me dijo, o si acaso Google lo hizo yo lo ignoré, que me iba a sentir perdida. Que viviría un cataclismo. Que estaría en medio de un derrumbe que no había estudiado.

Vivía agobiada, era un manojo de nervios y malhumor. Hasta que un día alguien sumamente amado me dijo que mi ansiedad estaba “socavando la paz de la familia”…  Si acaso quedaba alguna pieza en pie, terminó de caerse.

Esa frase que terminó de quebrarme se convirtió en un motor para cambiar las cosas. O por lo menos para intentarlo.

Dejé de buscar cada cosa en Google. Empecé a escuchar más a mi bebé. A tratar de escucharme a mí, pero no a mi loca cabeza torturadora, no. A escuchar mi corazón y a mi instinto.

Empecé el ejercicio de re-construirme en el que todavía estoy en la fase de aceptar-me como alguien nuevo, distinto.

Estoy entendiendo-me en este ejercicio diario, casi apostólico, de re-conocerme en silencio. De mirar ese derrumbe y a hablar de él.

¿Cómo lo he hecho?

Dejé de llevar la cuenta de las veces que amamanto al bebé, por ejemplo, para soltar el control. Decidí entender que no puedo con todo y empecé a dejar de “estudiar” y a fluir un poquito más.

Decidí que iba a ocupar mi mente en cosas más productivas que en atormentarme: estoy acompañando la gestación, parto y crianza de los proyectos de otros, lo que me mantiene motivada, energizada.

Empecé a bajarle volumen a la culpa, aunque a veces me gane la batalla, y procuro convencerme que lo estoy haciendo bien, que lo estamos haciendo bien.

Dejé de querer ser lo que era y estoy disfrutando más esta cosa nueva que soy. Aunque suene simple, trato de no pensar en cuándo volveré a ser quien fui sino en imaginarme cómo seré.

 

Mate González Jaime

@mategonzalezj

El Águila

Este relato me lo contó mi prima, unos días después de yo haber sufrido una  inmensa pérdida. A ella, Nory, mi hermana del alma, quien se ha caído y levantado un millón de veces, gracias por la fe

El águila es el ave más longeva de su especie, llega a vivir 70 años
pero, para llegar a esa edad, a los 40 debe tomar una difícil decisión. Sus uñas están apretadas y flexibles y no consigue sostener las presas de las cuales se alimenta, su pico largo y puntiagudo, se curva apuntando contra el pecho, sus alas están envejecidas y pesadas con plumas demasiado gruesas ¡volar se hace tan difícil ya! Entonces el águila tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentarse a un doloroso proceso de renovación.

El proceso dura 150 días y consiste en volar hasta lo alto de una montaña y quedarse ahí, en un nido cercano a un paredón, en donde no tenga necesidad de volar y este a salvo de enemigos. Después de encontrar ese lugar, el águila comienza a golpear su pico contra la pared hasta conseguir arrancarlo, luego deberá esperar el crecimiento de uno nuevo con el que desprenderá una a una sus uñas. Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, comenzará a desplumar sus viejas alas y finalmente, después de cinco meses, sale a su vuelo de renovación, lista para vivir 30 años más.

En nuestras vidas, muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación para continuar con un vuelo victorioso. Si estás justo en ese momento, no te apures en volar pero no renuncies a ser una mujer nueva. Para ello debes desprenderte de costumbres, tradiciones, resentimientos y recuerdos que te aten, porque solamente mirando alto y hacia delante, podrás aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre tiene. El dolor, cuando lo entendemos como parte natural de nuestra vida, así como lo son el amor y la muerte, jugará a tu favor, si aprendes a vivir en armonía con él. Como el águila, entenderás que ese nuevo vuelo hacia el crecimiento y la sabiduría, no sería posible sin el dolor de haber perdido las viejas alas.

30 mil días para vivir

Si el promedio de vida de una persona, siendo bastante optimistas, es de 82 años, el ser humano tiene aproximadamente 30 mil días para vivir

Fue fácil, con una simple regla de tres, saber que a mi edad he vivido unos 22 600 días y me quedan unos 12 600 hasta el destino final. He consumido más de la mitad de mis días! Entonces eso de «la segunda mitad de la vida»  que me daba la sensación de que «ahora es que falta», para bien o para mal, se convirtió en un eufemismo.

De tanto darle vueltas a lo mucho o lo poco que me quede por hacer después de barrer las cenizas y recoger los frutos de más de media existencia, he decidido hacer un blog. Esta forma de escribir y comunicarse no es propia de mi generación, pero como esto se trata de volar de nuevo y de aprender a rescatar las alas cada vez que se rompan, pues aquí vamos.

Soy una mujer en  «la segunda mitad de la vida», con una larga historia de desarraigos, pérdidas y roturas del alma, que hubieran sido irreparables si Dios no me hubiera regalado el don de la escritura que me ayuda a mirarme por dentro. También he tenido una vida hermosa. Puedo contar sobre una larga e intensa historia de amor que me hizo muy feliz, y de algunas cosechas que florecieron sin inundarse y me regalaron la paz y la alegría sin condiciones. Porque la vida es así, llena de todo, a veces se trata de recoger la siembra mientras bailas sobre la yerba, y otras de recorrer a rastras el terreno baldío mientras pretendes que tus lágrimas resuciten alguna flor.

Este blog es para todo el que quiera leerme, pero sobre todo, para esas mujeres, que como el águila, están esperando reconstruirse para emprender un nuevo vuelo: el segundo, el tercero, el cuarto, no importa cuantas veces hayan caído.  Lo importante es volver a volar. Recorrer desde lo alto los días, las horas, los minutos que nos quedan para llegar a la «puerta de oro» de que nos habla Angeles Arrien en «las ocho puertas de la sabiduría» .

En la «segunda mitad de la vida» es mucho lo que hemos vivido y amado. Y si hemos amado, hemos conocido el dolor, en alguna de sus múltiples formas: la ruptura de una larga relación amorosa, la muerte inesperada o temprana de un ser querido, la enfermedad, la separación de los hijos, la migración y el desarraigo…y con toda esa carga que nos aplasta, viene la necesidad de soltar para seguir. Soltar, no para olvidar, sino para crecer. No para huir, sino para aceptar.

Desde aquí, les contaré de las nuevas vivencias y aprendizajes que voy recopilando mientras pego los trocitos del rompecabezas que significa reconstruirme en el pedazo de existencia que me queda. Sé que tenemos muchas vivencias en común. Te invito a compartir las tuyas.

Chocaremos nuestras alas por ahí.

»The pain is there, when you close one door on it, it comes to come in somewhere else»

Irvin D. Yalom