La nieta de América

Cuando hablamos de América nuestro imaginario lo asocia a grandeza. Un espacio geográfico importante que ubica nuestro origen. América suena a tierra. Incluso, existe un término que la industria cinematográfica ha tomado para describir a un tipo de mujer encantadora que cualquiera quisiera conocer, amar e imitar. A algunas estrellas las recordamos por haber tenido la dicha de ser consideradas  las “Novias de América”. Pero mi caso no este.

Yo, soy la afortunada que nació con un título debajo del brazo que resume todo lo que ese nombre significa: yo soy la Nieta de América.

Si es cierto que las almas gemelas existen entonces seguiré sumando aciertos a mi vida, porque mi abuela es la mía. Comprendí que nuestro lazo no era un encuentro sino un reencuentro de almas que han estado juntas por muchos años. Seguramente en muchos roles, pero si hay uno que se destaca en esta relación infinita es el de abuela-nieta.

América nació en Upata en 1927. Un pueblo por Ciudad Bolívar que no estaba preparado para recibir a este personaje tan fuera de tiempo. Ella es sacada de una buena historia. Construida con detalles y perfecciones imperfectas. Bordada con genio, musa y duende. La conocí el día que nací, porque ahí estaba ella al lado de mi mamá, pujando y pariendo con su temple para que luego de esas agotadoras 16 horas yo pudiera salir y entonces volvernos a ver.

Mis vacaciones escolares tenían un destino fijo: la casa de mi abuela. Desde allí dirigí mi centro de operaciones creativas porque estar con ella era jugar a crear. El virtuosismo de sus manos era la clase y cada uno de sus proyectos un universo que disfrutaba inmensamente. Pero con ella no solo me divertía, también era un espacio de discusión.

La sabiduría de nuestros antepasados no es en vano. Nos separan generaciones de lucha, de reivindicación de valores; de espacios conquistados. Hay una brecha inmensa de heridas de guerra físicas y emocionales. Pero además en el caso de mi abuela hay un estado de conciencia abismal. Para América el único propósito por el que vale la pena levantarse todas las mañanas es por ser feliz y ese ha sido el mantra que a sus 92 años me repite cada vez.

Es la chamana de la tribu. El alma de la fiesta. La voz tajante. La transparente que poco le importa la opinión del otro. Mi abogado y mi juez. La maestra de ceremonia. La amiga.

Mi abuela es mi amiga, de las mejores. Me escucha con atención y mientras lo hace le da la vuelta a la cabeza para buscarme en el armario de sus respuestas la solución indicada coloreada en su manera particular de combinar palabras e ideas. No se da por vencida fácilmente. Es una testaruda colosal en el arte de regresarme la sonrisa.

Mi abuela es la mamá de mi papá pero de refilón también lo es de mi mamá porque si hay algo que me ha hecho adorarla es la forma en que ha querido a su nuera a pesar de que legalmente ya hoy no lo sea. Los nietos somos la prueba de la trascendencia. Pero ser nieta de América es el testimonio de un tipo amor que da fe e su existencia.

Yasmín Centeno

Memoria familiar

Hoy es un buen día para honrar a nuestros ancestros masculinos.

Desciendo de varias generaciones de hombres buenos, y tuve la dicha de conocer a mis dos abuelos.

De uno, aprendí el valor de la humildad, la fortaleza y la generosidad. Franco y sencillo, mi abuelo Manuel, de quien llevo el nombre además del apellido, era un hombre pequeño, ágil y amigable, que se movía como el dueño y señor del otrora amable barrio habanero de Jesús del Monte. Era peleón, y cuando se molestaba, se ponía rojo y mi prima y yo corríamos a escondernos. Tonterías de niñas, porque bien sabíamos que el abuelo Manolo era un pan de Dios. Con él se inició mi padre en el mundo del comercio y el trabajo independiente. Ambos eran almas libres, de rápido andar, pero ¡cuánto disfrutaban de hacer un alto en el camino para compartir una charla casual con el vecino o el dueño de la bodega!

De la mano del otro abuelo descubrí los libros , la música y el saber. Mi abuelo Abelardo tenía una enorme biblioteca, que a los ojos de mi niñez, parecía infinita. A los 10 años me mostró un inmenso libro encuadernado en piel. Era Don Quijote de la Mancha. A este personaje ya yo lo conocía a través de sus relatos orales. Nadie sabía tanto de todo como él. Era pausado y caminaba lento. Largas horas de mi infancia las pasé a su lado, leyendo sin parar y escuchando óperas en la radio. Algunas veces entraba por onda corta Radio Martí, que emitía su señal desde Miami. Entonces había que concentrarse, hacer silencio, porque tal vez llegaba una noticia esperanzadora, esa que le dejaba soñar con el regreso de su primera nieta, que ya se había ido de Cuba, y abrigar la esperanza de que las otras dos, mi hermanita y yo, no tuviéramos que partir.

Los tuve por quince años. Nunca pude regresar para decirles lo mucho que los necesité.

Mi padre? Para mí era el hombre más guapo del mundo. El más simpático. El más humano. De él aprendí todo. La bondad. El afecto. El valor. El trabajo. La familia. La responsabilidad. La cordura. La discreción. El respeto. El esfuerzo. La seguridad.El sacrificio y la entrega por amor. Creía más en mí que yo misma, y esa ha sido una fuerza poderosa para salir de los baches de la vida.

Dicen que de la energía masculina tomamos la estructura y las normas para adaptarse al proceso de la vida. Yo pienso que esa buena energía también me ayudó a no equivocarme cuando elegí al padre de mis hijos. Él también fue el mejor, pero esa historia les corresponde a nuestros hijos.

Miro hacia atrás y veo mi ejército de ángeles. Mi padre, mis abuelos y antes que ellos sus padres, sus abuelos…Por supuesto que no eran perfectos. Solo lo hicieron lo mejor que pudieron y no siempre como quisieron.

¿Y nosotros?¿Lo estamos haciendo lo mejor que podemos? ¿Cómo nos verán mañana nuestros nietos?

En la memoria familiar solo cabe una palabra: GRATITUD

Tres meses lejos: aprendizaje y trabajo

Tres meses lejos.

Museos, teatro, cine . Y espacios abiertos para andar . La libertad.

También hubo aprendizaje y trabajo.

Invitada por mi discípula y ahijada, Lorena Arraiz Rodríguez,  dicté un taller online sobre Storytelling para su consultora  LaEstrategiCom. La oportunidad de trabajar con las historias de alumnos de diversos países, me permitió comprobar, una vez más, que solo difiere el escenario y siempre es posible conectar con el otro desde lo humano.

También, con el apoyo generoso de mi querida Cristina Martínez Da Silva, tuve el privilegio de dictar dos talleres en su acogedor  T-Lab, en La Latina. El objetivo de Cristina es incorporar a la comunidad en proyectos artísticos y reflexivos con una inversión pequeña. Comenzamos  con “El Relato de mi Vida, descubriendo mi héroe interior”, un taller que yo había estrenado poco antes en Caracas.  Unos días después, la serendipia hizo lo suyo y me encontré con esa fabulosa narracuentos  que es Mamen Hidalgo. Compartiendo un café y conversando sobre temas femeninos, se nos ocurrió unir nuestros talentos y crear una pieza de entretenimiento y reflexión personal. Con el título del libro homónimo de Jean Shinoda Bolen  “Las Diosas en cada mujer”, surgió un trabajo divertido y profundo sobre arquetipos, que nos hizo reír y reflexionar junto a un grupo genial de mujeres.  

Gracias a Dios y a la vida por tantos regalos, pero especialmente, por ponerme en el sendero que conduce a la conciencia.

De nuevo en casa, continúo apostando a la luz, y encendiendo mi velita, sigo descubriendo mi misión en este plano temporal.

Para Elisa

 

Las madres son espejos.

Desde su infinitud,  nos devuelven, sin propósito, la mirada del otro.

Esa mirada nos desnuda y nos deconstruye, nos regresa al origen.

Es una mirada temida y temerosa.

No se puede escapar de ese espejo. Nos hacemos mujeres viéndonos en él, y allí nos buscamos por oposición o por semejanza, o por ambos.

Cuando somos niñas, el espejo es solo un cristal transparente. El alma inocente apunta al ideal que proyecta esa figura inmensa de amor y misterio, y, desprovistas de todo juicio, somos en nuestra esencia.

Algunas tienen menos suerte, y a los pocos años el cristal se mancha, tal vez se quiebra, y  deja una imagen difusa, rota en mil pedazos. Algunas pasan la vida tratando de rearmarse.

Pero de cualquier forma, en nuestra adolescencia, el espejo aparece en todo su esplendor. La imagen que nos devuelve no suele gustarnos. En ella descubrimos  el defecto y la virtud, la fortaleza y el miedo, la generosidad y el egoísmo, el amor y el odio, el acierto y el error. Son ellas y somos nosotras. A la vez y distintas. Como una sola. Y ahora sí, la semejanza o la distancia, empiezan a construir la base sobre la que se asienta nuestra adultez. Estamos marcadas por ese espejo que son ellas, cuyo vientre habitamos por nueve meses.

Debieron pasar muchos años para que yo aceptara mirar mi reflejo sin temor a la sombra. Porque aunque yo amaba inmensamente a mi madre, crecí por oposición a todo lo que ella proyectaba. Ella era frágil y yo era fuerte. Ella era temerosa y yo valiente. Ella era dependiente y yo era libre. Ella era familiar y yo solitaria. Ella hablaba, yo callaba.

Solo en mi etapa más adulta y después que su alma pasó a otro plano, comprendí  todo lo que de ella había en mí. Y todo lo que de mí hubo en ella.

Yo no tengo hijas, y no puedo hablar desde esa experiencia. Pero a mi alrededor he visto a  muchas jóvenes fracasar en su vida profesional y personal, por el temor a enfrentar la sombra, escondida en sus madres.

Hay que aprender a mirarnos sin temer.

Yo encontré a mi madre y me encontré en ella. En su miedo, en su fragilidad, en su dependencia, en su palabra. Y reconociendo el pasado, en ella descubrí mi valentía, mi fuerza, mi libertad, mi soledad y mi silencio.

Desde aquí, porque sé que está cerca, le doy gracias por haber sido todo lo que soy, de un modo distinto. Del único modo que podía. Del único modo que sabía.

Sigo mirándome de cerca en ese espejo, y allí la RE-CONOZCO

 

La tercera vía (hacia la felicidad)

Uno de mis ejercicios favoritos como escritora, es observar a la gente. Me encanta, por ejemplo, imaginarme la vida de la señora que camina junto a mí en el supermercado y va llenando su carrito de productos que me dicen un montón de cosas acerca de quién es. O también adivinar a dónde va el señor que detiene su carro a mi lado, en el semáforo, mientras espera con angustia la luz verde. Pero mi favorita, desde pequeña,  es mirar las ventanas iluminadas de los edificios en las noches, ver pasar una  silueta, o dos,  y construir en mi cabeza toda una vida posible. ¿Es una familia? ¿Un hombre solo esperando a su amada?? ¿Tal vez una mujer que cuida de su madre anciana? Y la pregunta más interesante de todas: ¿son felices allí adentro?

En el último año de mi vida he descubierto que la mayor parte de las personas buscan la felicidad por tres vías: la primera, la más común, es el concepto de felicidad que tiene que ver con el éxito del mundo material. Y por mundo material me refiero a todo aquello que tiene que ver con la seguridad económica y el éxito profesional. Cuando somos muy jóvenes, pensamos que comprar una casa, un auto y tener el trabajo soñado, que a la vez nos dé un ingreso económico importante y nos permita realizarnos profesionalmente, constituyen la felicidad, o al menos, una buena parte de ella.

La segunda vía hacia la felicidad, tiene que ver con las relaciones. Encontrar el amor, la pareja adecuada, formar una familia, tener hijos, pertenecer a un grupo de amigos que nos permitan disfrutar los pequeños placeres de la vida.  Esta idea comienza a rondarnos en la adultez temprana, probablemente nos llegue primero a las mujeres y un poco más tarde a los hombres, pero en general, la soledad no suele estar atada al concepto que tenemos de felicidad.

Si logramos alcanzar las dos anteriores, es probable que no creamos necesario recorrer  la tercera vía. Podemos conformarnos con satisfacer nuestras exigencias intelectuales y nuestras necesidades emocionales. Pero cuando una de las dos falla, cuando una pérdida nos arranca sin aviso la seguridad material o un pedazo de corazón, la tercera vía está allí, esperándonos. Muchos la ignoran y caen al vacío. Otros la transitamos como única vía de salvación, y allí redescubrimos una felicidad distinta. Esa vía, es la espiritual.

El tránsito por la pérdida me obligó a descubrir una fuerza escondida que hace años me enviaba señales. Pero yo estaba muy bien con mi vida emocional y material y no tenía interés en emprender un viaje (doloroso, siempre es doloroso) hacia mí misma. Abrir la puerta a esa fuerza y permitirle revelarse con todo su poder, me mostró un camino desconocido, maravilloso y lleno de nuevos retos. Ese camino es hacia mí y la felicidad se realiza en el encuentro conmigo. El encuentro que trasciende mi yo material, mi yo emocional, y me lleva a lo que hay en mí de eterno e imperecedero. Esta felicidad es la única que no tiene fecha de caducidad porque no está signada por la pérdida.

La fe, que mi madre me regaló, y la certeza absoluta de que soy algo más que un cuerpo físico, me han permitido descubrir una felicidad distinta. En este trayecto he echado mano de todas las herramientas y aprendizajes que he considerado que aportan luz a mi búsqueda. He conocido gente con el alma rota, que ha renacido victoriosa luego de un tortuoso viaje hacia el interior de sí mismos. No existen atajos en este recorrido, no creo en gurús que ofrecen la felicidad en tres pasos ni en el círculo mágico del éxito. Creo en el camino lento del autoconocimiento, que implica mirar el pasado y reconocerlo, perdonar,  perdonarme, y dar gracias porque soy la suma y consecuencia de todo eso. Implica mirar al futuro, aceptando que voy a caminar con una nueva conciencia cada minuto que me regale Dios, y que solo valdrá la pena hallando el sentido y la trascendencia en el otro. Implica mirar al hoy en su impermanencia, y saber que hago, simplemente, lo que me corresponde.

Si aún no has atravesado el umbral de la tercera vía, quizás no te ha llegado el momento. Pero cuando llegue, acéptalo, prepárate y atrévete a derribar al guardián. Una vez que te sumerges en tu luz interior, la felicidad es para siempre.

 

El Árbol Mágico

Hace unos meses decidí enfocarme en conocer más de mí.

De mis lecturas de Campbell y Vogler, las clases de guionismo y los recorridos por la literatura y el cine, aprendí que la vida es un viaje: comienza con un llamado a la aventura, rechazamos el llamado, pero más tarde o más temprano, estamos obligados a escucharlo. Hay que romper con el mundo ordinario y comenzar a atravesar umbrales, custodiados por terribles guardianes. Solo cuando entramos en la cueva más profunda y enfrentamos nuestra sombra, podemos alcanzar la meta, el propósito. Entonces, redimidos, logramos renacer y hacernos con el premio de nuestra verdadera esencia. Este proceso es conocido en la literatura y el cine como “el viaje del héroe”. Todos hacemos ese viaje, una y otra vez, a lo largo de nuestra vida. Pero en esta segunda mitad, tengo la madurez para hacerlo de manera consciente.
En este proceso de búsqueda, descubrí el poder que se esconde en la genealogía. Ser emigrante me hizo ahondar en mis raíces. El destierro te mueve el piso, te arranca del suelo y te lanza al viento sin norte. Flotas como una rama perdida, desprendida del árbol del cual eres parte. Pierdes la familia extendida. Pierdes el lugar donde descansan tus muertos. Cruzas el umbral. Pero no siempre logras dejar de mirar atrás. Yo no lo logré. Pasaron muchos años y crucé muchos umbrales, para poder darme cuenta del tesoro escondido en mi árbol.

LA FAMILIA ES UN ÁRBOL MÁGICO EN EL INTERIOR DE CADA UNO”
                                                                                    Alejandro Jodorowsky

Desde muy pequeños, nos enseñan la historia de nuestra cultura y nuestro país, sin embargo, resulta muy curioso que no prestemos ninguna atención a nuestra historia familiar. Lo que conocemos sobre nuestras familias es lo que escuchamos y observamos en los adultos que acompañan nuestra infancia. Algunos tenemos el privilegio de conocer a nuestros cuatro abuelos, unos pocos a algún bisabuelo, pero generalmente no sabemos mucho acerca de sus vidas y sus orígenes antes de que nosotros viniéramos al mundo. Yo me propuse armar mi árbol genealógico, y con ayuda de algunos mentores, lo logré lo mejor que pude.

“AUNQUE NO SABES QUE ES LO QUE BUSCAS, LO QUE TU BUSCAS TE BUSCA”
                                                                         Alejandro Jodorowsky

Descubrir ese árbol trajo gratificaciones inesperadas, y también respuestas largamente esperadas.
No sé si la búsqueda del árbol me llevó a las respuestas, o si la búsqueda de respuestas me llevó al árbol. Solo sé que la conciencia de mi genealogía me ha regalado un viaje mágico a mi ser espiritual.

“LA CURACIÓN LLEGA CUANDO NUESTRA HISTORIA ENCUENTRA UN SENTIDO “
                                                               Alejandro Jodorowsky

He aquí un breve resumen de lo que descubrí:

Desde sus inicios, el psicoanálisis afirmaba que la vida psíquica de cualquier individuo se sostenía en la relación de éste con su familia, en especial con los padres. Para Freud, el carácter de los vínculos entre padres e hijos en la primera infancia, eran determinantes para su personalidad adulta.
Posteriormente, Jung expuso la existencia de lo que llamó inconsciente colectivo. Él mismo estudió a fondo su propio árbol genealógico.
En el presente, la psicología sistémica y la herramienta de las constelaciones familiares constituyen corrientes ampliamente conocidas y utilizadas en la psicoterapia familiar. Alejandro Jodorowsky acuña el término “psicogenealogía” para definir el estudio del árbol genealógico como vía de conocimiento y sanación. Pareciera haberse descubierto un tesoro de conocimientos en nuestro árbol, y creo que hoy pocos ponen en duda la influencia de la familia en la psique y en el modo de actuar en el mundo de cada individuo

Si has llegado hasta este punto te estarás preguntando: ¿Cuál es el motivo por el que puede resultar interesante conocer nuestra genealogía? ¿Se puede acaso cambiar el pasado?

Definitivamente, no. Es imposible elegir otros padres u otros abuelos, reconstruir nuestra infancia o nuestra adolescencia. Pero sí es posible cambiar nuestra forma de mirarlos.
La genealogía nos ayuda a entender la naturaleza de nuestras relaciones y descubrir las fuerzas creadoras que nuestra familia entraña. Nos desvela las dinámicas que conllevan identificaciones e implicaciones de una generación a la siguiente y que dificultan nuestra vida.

Cuando venimos al mundo ya somos parte de una familia y nos sumamos a su conciencia colectiva. Pertenecemos, por lazos sanguíneos, a un grupo familiar. Sin embargo, es la lealtad la que nos convierte en familia. Y en nombre de esa lealtad, que no es más que el sentido de pertenencia al clan, repetimos conductas, enfermedades y sufrimientos. Somos capaces de traicionarnos a nosotros mismos por quedarnos apegados fielmente a contratos inconscientes.

Los condicionamientos emocionales y de conducta grabados por nuestro linaje en nuestro inconsciente personal, el yo más desconocido y misterioso, determinan nuestra postura frente a la vida y conducen nuestros actos irremediablemente a repeticiones de patrones dolorosos en distintos ámbitos personales, de los que difícilmente podemos escapar. El análisis psicogenealógico de nuestro propio árbol, nos devela las causas originales que desencadenaron esos patrones. Su visión y comprensión ya de por si resultan sanadoras, pero podemos dar un paso más hacia la superación de esas hirientes rutinas que nos privan de vivir en plenitud y conciencia.
Sanamos el árbol con la reconciliación y la aceptación. Realizando lo que somos auténticamente. Ejerciendo nuestro destino personal. Echando luz sobre nuestras raíces

La luz sobre mis raíces ha traído luz sobre mi vida. Aprendo a mirar al pasado con la absoluta certeza de que no pudo ser de otra forma. Me reconcilio con mi niña triste, con mi adolescente herida. Agradezco mi vida, tal y como fue. Doy gracias, sin culpas ni reclamos, a mis padres, a mis abuelos, y a ese ejército de ángeles que son mis ancestros. Con ellos a mis espaldas, el viaje se hace más ligero.

La biografía se convierte en biología

Cuando hablamos de biografía, nos referimos, por lo general, al relato detallado de la vida de alguien. En ese relato suelen destacarse los acontecimientos importantes, los eventos que produjeron giros trascendentes en el curso de la vida del personaje. Esos puntos de giro son acontecimientos más o menos trágicos, porque son precisamente esos los que nos obligan a mirarnos adentro y sacar de nosotros el talento escondido, la vocación postergada, el amor retenido. En algunos casos, esos hechos son accidentes fortuitos que dejan cicatrices en nuestro cuerpo físico, y que tendemos a mirar como eventos desafortunados, fuera de nuestro control. De ellos, con frecuencia, emergen personas extraordinarias.

En otros casos, la mayoría, los giros del destino suelen ser pérdidas, injusticias, abusos, traiciones, desamor. Estos eventos son como tormentas internas que inundan el alma y se manifiestan como emociones. Las huellas que éstas dejan no son visibles, como no lo es nuestro cuerpo interno, o nuestra alma.

Pero como nos resulta más cómodo ignorar lo que no vemos, sepultamos en nuestro interior emociones y heridas, sin tener en cuenta que el cuerpo las memoriza en forma de cicatrices y dolor. Las agresiones reiteradas anidan en nuestros sistemas biológicos y órganos, y allí se hospedan hasta construir  el  “eslabón débil”  del cuerpo. Los órganos son extremadamente receptivos a conmociones no expresadas y a sentimientos guardados. Así es como las emociones “toman cuerpo” y las expresamos en frases como “me da dolor de barriga”, “me revuelve la bilis” “me pone la piel de gallina”, “el corazón se me va a salir por la boca”,  “me corta el aliento”.

Para ese momento, nuestro cuerpo, agobiado y roto, busca la manera de enviar a nuestra conciencia un mensaje de auxilio. Ese mensaje, es un síntoma.

Un síntoma es una advertencia de que existe algo que debemos cambiar. El llamado de ese “algo” viene desde muy adentro, desde nuestro núcleo interior, y nos obliga a tratar de entender el lenguaje del cuerpo. Un síntoma pequeño, es un reclamo. Un síntoma fuerte, es un grito de rebeldía.

*Un síntoma es portador de información

*Aparece para captar nuestra atención y canalizar nuestra energía

*Interrumpe la continuidad de la vida cotidiana

*Es una luz de emergencia que nos llama a hacer una pausa

* Nos advierte de que nuestro cuerpo y nuestra alma no están en sintonía

*A veces, es un potente instrumento para reclamar la atención de los demás

Pero cuando lo escuchas, deja de ser tu enemigo, puede convertirse en aliado, hasta en  maestro, y aunque a veces severo, nos sirve de brújula y nos guía hacia la herida que puja por expresarse.   La pérdida de la armonía ocurre primero en el alma. Luego se manifiesta en el cuerpo, puesto que el alma carece de recursos para expresarse físicamente. La rabia acumulada se concentra en el torax, la angustia en el pecho, el miedo en el abdomen, la tristeza en los hombros, y así cada emoción guardada, cosida con fibras invisibles, va apoderándose de un espacio de nuestro físico hasta hacerlo enfermar.

Cuando hemos identificado a tiempo la causa del síntoma y hemos confrontado la herida abierta en nuestro interior, es posible sanar. Pero cuando obviamos el síntoma y preferimos ignorar la causa, la enfermedad tomará cuerpo, ya sin el apoyo de nuestra voluntad.

Solo podemos sanar desde adentro hacia afuera. No es posible a la inversa.

La vida está llena de misterios, y la enfermedad puede ser una invitación a explorarlos.

 

“La biografía se convierte en biología. Nuestro cuerpo contiene toda nuestra historia, todos los capítulos, párrafos, estrofas y versos, línea a línea, de todos los acontecimientos de nuestra vida. A medida que avanza la vida, nuestra salud biológica se convierte en un relato biográfico vivo que expresa nuestras fuerzas, debilidades, esperanzas y temores.

Todos los pensamientos han viajado por su organismo biológico y activado una respuesta fisiológica. “

Carolyne Myss. “Anatomía del espíritu»

 

 

 

 

El mundo a tus pies

 Tengo 23 años. Con toga y birrete, estrenando vestido y zapatos muy altos, desfilo oronda por el escenario de aquel antiguo auditorio de la universidad. Mis padres están allí, orgullosos, mirándome como quien agradece una misión cumplida. Lo hice bien. Mi novio se fue al exterior hace tres meses. Tiene una beca y ya comenzó su posgrado.  Yo me voy en  un par de meses. Me aceptaron en ese programa de escritura que me gusta, en la misma ciudad que él. Viviremos juntos y en un par de años estaremos casados. ¿Quién lo pone en duda después de siete años de amores? El mundo está a mis pies. Tengo la mirada puesta en el horizonte.  Afuera, me espera un chico a quien acabo de conocer. Es muy sexy y me encanta. Amo a mi novio, pero necesito un compañero de baile para esta noche. Lo invité  a una fiesta con mis amigos. El aceptó.

Tengo 26 años. Estoy recién casada.  Regreso del exterior a trabajar en lo que me gusta. Quiero escribir para la televisión y para el cine. Para eso me he preparado. He recibido una oferta de trabajo tentadora en la universidad, pero no la estoy considerando. Soy dueña de mi destino y voy a cumplir mi sueño profesional. Tal vez hasta gane un Oscar

Tengo 28 años. Mi esposo y yo hemos decidido que es hora de ser padres.  Nos preparamos para eso porque ya nos hemos divertido bastante y las condiciones económicas están dadas para criar un hijo. ¡Vamos por ello! Quiero ser mamá antes de los 30.

Tengo 35 años. He estado trabajando en el campo académico, porque las oportunidades no se pueden desperdiciar y yo tuve una en un millón. La verdad, me aburre un poco,  pero el horario es genial y ahora tengo dos niños pequeños. No, no he tirado la toalla con la escritura. En un par de años aún estaré joven e iré por mis sueños.

Tengo 43 años. Han pasado cosas terribles en mi país y yo le empiezo a temer al futuro. No veo claro el porvenir de mis hijos. Ya mi familia pasó por esto en Cuba y no se va a repetir. Cancelado.  No me lo merezco. Ahora trabajo en un canal de televisión escribiendo y eso me hace feliz.

Tengo 46 años. Trabajo mucho en el canal y me queda poco tiempo para la familia, pero sé que puedo ser profesional, esposa y madre al mismo tiempo. Muchas mujeres lo hacen. ¿Por qué no yo?

Tengo 50 años. Acaban de cerrar el canal de televisión para el cual trabajo. La experiencia de Cuba vuelve a repetirse.

Tengo 52 años. He regresado a la academia y creo que finalmente he descubierto mi verdadera vocación. Empiezo a encontrar satisfacción y placer en compartir conocimientos con los más jóvenes. Creo que soy buena profesora. Todos los días aprendo algo nuevo. Estoy hecha para esto. Todo hubiera sido más fácil si lo hubiera entendido antes.

Tengo 57 años. Mis hijos son dos hombres buenos y guapos. El mayor ha decidido irse a España porque se quedó sin trabajo. Aprovechará para hacer un posgrado. Creemos que es lo mejor en esta situación país.

Tengo 59 años. Mi hijo menor se ha comprometido con su novia, a quien amamos. No podemos estar más felices. En poco tiempo los chicos se habrán ido y mi esposo y yo volveremos a estar solos, como en el comienzo. A pesar de tanto, nos seguimos amando. Podremos viajar y tal vez hasta mudarnos de país…tal vez hasta dejemos de pelear tanto por estupideces

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Tengo 24 años. Terminé con mi novio de siete años  y me casé con aquel moreno sexy que me esperaba en la puerta del auditorio el día de la graduación.

Tengo 27 años. Me ofrecieron un cargo excelente en la universidad. Lo acepté.

Tengo 29 años. No logré ser madre antes de los 30.

Tengo 36 años. Escribí muchos cuentos y poemas mientras llegaba el día en que me dedicaría a ser guionista.

Tengo 44 años. Ganó Chávez. Tengo miedo. Me concentro en mi trabajo como escritora en ese canal de televisión.

Tengo 46 años. Mi matrimonio casi se fue a la mierda junto con el país.

Tengo 51 años. Me quedé sin trabajo.

Tengo 53 años. Regresé a la docencia y encontré una vocación que desconocía.

Tengo 58 años. Mi primogénito partió a buscar un mejor destino. El nido comenzó a quedar vacío.

Tengo 60 años. Mi esposo se convirtió en mi ángel.

¿Y tú? ¿Aun crees que controlas tu vida?

En vez de planes, crea opciones

En vez de mapas, usa la brújula

En vez de metas, construye senderos

El mundo estará a tus pies mientras seas capaz de usarlos para recorrer nuevos caminos

Yo elijo

 

Hace ocho meses me encontré de frente con la inmensidad. La inmensidad es ese espacio infinito y arrasado cuya visión no podemos soslayar. Yo, frente al mundo, sin la mano del compañero con quien compartí casi toda mi existencia adulta. Cuando recuperé la conciencia de mi nueva realidad, miré a mi alrededor, y en medio del vacío estaban mis hijos, tan confundidos como yo, tan aterrados como yo, pero con una angustia adicional: ¿Era yo capaz de caminar junto a mi recién llegada soledad, sin deshacerme en el intento? Su padre era el ancla,  la fuerza, el alma generosa que acogía a todos y solucionaba los problemas cotidianos de todos. Por supuesto, también los míos. Yo era la madre un poco hippie, espiritual, cinéfila y lectora empedernida, practicante de yoga y comprometida en cuerpo y alma con la docencia, en un país donde un profesor universitario gana un sueldo que no alcanza para comprar un par de zapatos. ¿Cómo iba a hacer para sobrevivir en el mundo cotidiano, en un entorno donde el día a día es una especie de ginkana?

Pensé entonces que no me iba a morir aunque lo deseara, que si decidiera sentarme a esperar la muerte iba a sufrir mucho y haría sufrir a toda la gente que me quería, y que si tocaba seguir en este plano terrenal, era porque la vida aún esperaba algo de mí. Había que seguir viviendo y hacerlo de la mejor manera posible. ¿Acaso yo no tenía nada más para ofrecer? Era mi elección: vivir el resto de mi vida en el dolor o encontrar un nuevo sentido para los años que me quedaban.

Miré atrás y agradecí a Dios todo lo que me había regalado. Miré el futuro y pensé que ya no era tan largo como para preocuparme tanto por él. Y comprendí entonces que lo único que tenemos con certeza, es el presente.  La partida repentina de mi esposo, el hombre a quien amo profundamente,  me obligó a aceptar la fragilidad humana  y a mirar de frente y sin temor a la muerte, como el hecho inexorable al que todos estamos destinados.

Para los orientales, la certeza 

de la muerte y la confianza en el mundo espiritual que la trasciende, el disfrute es una obligación de cada día. En cambio nosotros, los occidentales, consumimos la vida  haciendo planes a largo plazo, sacrificamos la juventud y el disfrute para cuando la estabilidad llegue, para cuando el momento sea propicio. La felicidad vendrá con el trabajo soñado, la casa y el auto, la pareja y el hijo.  ¿Somos conscientes de que tales cosas pueden nunca llegar? ¿Debemos ser infelices siempre, porque no alcanzamos tal o cual meta, porque nunca encontramos la pareja perfecta o no tuvimos el hijo?

Aplazamos la vida porque evitamos a toda costa vivir conscientes de nuestra finitud.

La felicidad debe ser el camino, no la meta. Debe construirse en el presente, no en el futuro. Debe crearse a partir de lo que un día cualquiera tiene para regalarnos, y no de los grandes momentos perfectos que pueden nunca llegar. Puedes salir a la calle maldiciendo el tráfico y las calles rotas, o puedes poner música porque tal vez no tendrás otro momento del día para escucharla. Puedes levantarte de la cama quejándote de que tienes que madrugar porque te toca esperar una hora el transporte público,  o puedes agradecer que a pesar de todo, tienes trabajo. Puedes llenarte de odio y maldecir a los políticos todo el día, o puedes aceptar que hay cosas que no puedes cambiar y enfocarte en hacer bien aquellas en las que tu actitud puede marcar la diferencia. Elige ser feliz. La vida es hoy.

Aprende a disfrutar los pequeños momentos. Ponles magia. Los grandes pueden llegar, o no.

Sé flexible. El mundo cambia, las personas cambian. Acepta que también las metas deben cambiar.  Cuando debes soltar, hazlo desde el alma y sin rencor, si no, no funciona.

Celebra la vida cada día. Cada uno es un regalo que debemos agradecer.

No aplaces los pequeños placeres. Ponte el vestido nuevo, estrena las sábanas, usa la vajilla de porcelana, brinda a tu salud con las copas de cristal.

Cambia de trabajo si el que tienes no te satisface. Y si no consigues uno nuevo que te agrade, emprende y hazlo por tu cuenta. Correr riesgos es estar vivos.

Aprende cosas nuevas y construye nuevos objetivos.

Conserva y cultiva los buenos amigos.

Viaja siempre que puedas.

Amar es el único y verdadero sentido de la vida. No escatimes el amor.

Agradece el camino recorrido. Bueno o malo, es lo que te ha traído a ser quien eres hoy.

La felicidad es una elección. No cae del cielo. No depende de otros ni de lo que tienes. Tampoco es permanente. No significa no tener problemas o no sentir dolor. La felicidad es la decisión en la que aceptamos vivir con los problemas y el dolor, y no a pesar de ellos.

Yo elijo (luchar por) ser feliz.

 

 

 

 

«Todo es gratis»

Hace unos días me tropecé con un video de Pilar Sordo.  Con la chispa y el genio que la caracterizan, trataba dos temas complejos que parecen tatuados en la psique de nuestra cultura judeo cristiana. El primero, el pesimismo. El segundo, la culpa. Si vemos ambos conceptos en conjunto, entendemos que el primero es consecuencia del segundo. Dicho de otro modo, nos negamos el optimismo porque no nos sentimos merecedores de la felicidad terrenal.

Entre risas y asombro, escuchaba a Pilar Sordo rememorando las miles de veces que saboteé mi propia felicidad, y peor aún, la felicidad de los otros. En la absurda certeza de que somos “realistas” y “prácticos”, la mayor parte de las veces nos empeñamos en ver una nube oscura sobre cada día soleado, en abrigar, consciente o inconscientemente, la idea de que cada risa se paga con llanto y de que cada momento de felicidad está amenazado por el dolor. Habitando en el miedo, nos convencemos de que alguna extraña cábala evitará que algo malo nos pase si estamos siempre “prevenidos”, es decir, si somos “conscientes” de que el dolor está a la vuelta de la esquina, acechándonos, mientras accedemos a ser (un poco) felices.

Hace unos cuantos años, mientras esperaba el resultado de la biopsia de un quiste mamario,  yo me sentía en absoluto pánico. Mi profesora de yoga me vio tan angustiada, que me llevó con un sacerdote carismático para que me impusiera las manos. Entre otras cosas, le dije al Padre que la vida me había dado tanto,  que yo sentía que tenía que “pagar” algo. La fuerza espiritual que transmitía aquel hombre era poderosa, pero fue una frase lo que me marcó para siempre: “TODO ES GRATIS”

Mientras más se abre nuestra puerta a la felicidad, más nos encerramos en el temor a perderla. La posibilidad (incierta) de un mañana oscuro, puede empañar un presente luminoso. El miedo nos impide pensar que la alegría y la tristeza son en igual medida parte de esta vida, y que no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. La felicidad llega y se va, así como llega y se va el dolor. Todo es impermanente. Todo es gratis. No puede haber culpa en vivir.

Cuando te llegue una alegría, vívela al máximo. No importa cuán breve sea, habrá valido la pena. Y cuando alguien te cuente un momento de máxima dicha, no cuestiones, no preguntes, no adviertas. Comparte esa dicha sin pensar en la amenaza tras la puerta. También le llegará su turno al dolor, y entonces, tocará dejarlo entrar, aceptarlo, porque a través de él también vivimos.