EL ERMITAÑO

Un anciano solitario cubierto con túnica y capa, portando en sus manos un báculo y una lámpara, ha logrado llegar a la cima de la cumbre. Sus pies se apoyan sobre los riscos nevados, los mismos riscos que en el arcano número 1, El Loco, se veían a lo lejos, como una meta aún difícil de alcanzar.

El Ermitaño es una de mis cartas favoritas del Tarot. Corresponde al número 9 que, en la numerología, marca el fin de un ciclo, el cierre de una etapa. Los ciclos y las etapas solo pueden cerrarse desde la soledad y el contacto directo con nuestra conciencia. En eso está El Ermitaño, recorriendo un camino de introspección.

El Ermitaño no tiene posesiones ni equipaje. La larga y blanca barba parece decirnos que el anciano ha pasado un largo tiempo alejado de las exigencias de la civilización. El báculo dorado, símbolo de sabiduría y conocimiento, está en su mano izquierda, indicando que la sapiencia de este hombre no es solo intelectual, sino que se deja guiar por la intuición y el instinto. Este báculo le ha servido de apoyo para escalar, para elevarse desde la humildad espiritual sobre los quehaceres del mundo.

Su mano derecha sostiene una lámpara a la altura de sus ojos, y su mirada está puesta en el camino. En contraste con El Loco que dirige su vista al cielo y se apoya en el suelo con una sola pierna, El Ermitaño ha aprendido que hay que pisar firme y conocer la dirección en que se mueven sus pies. La luz que brota de la lámpara del anciano sabio es una estrella de seis puntas cuyos dos triángulos entrelazados, que apuntan uno hacia arriba y otro hacia abajo, representan la unión del cielo y la tierra, de lo humano y lo divino. Él es cuerpo y alma en equilibrio.

Muchos pueden sentir que la falta de contacto social y el aislamiento, causados por la pandemia, los ha convertido en ermitaños. Pero sentirnos presos de nuestra soledad, cansados del encierro y víctimas del miedo, poco tiene que ver con el noveno arcano. Sin duda, este es un buen tiempo para dejar entrar al Ermitaño, pero no llega impuesto desde afuera. La introspección y el viaje hacia nosotros mismos solo pueden obedecer a una iniciativa personal. Cuando decidimos aprender a reconocernos y a cambiar el rumbo de nuestro destino, hay que subir riscos, atravesar el frio y la oscuridad, y confiar en el poder de nuestro báculo para llegar a nuestra propia cima. Solo así podemos encender la luz de nuestra conciencia y portar la lámpara que ilumine el camino del otro.