Edith Stein: un encuentro con Dios entre dos guerras

Por coincidencia o causalidad, en estos días han llegado a mis manos varios artículos y frases de esta mujer, a quien conocí gracias al montaje teatral que hiciera mi hermana del alma Virginia Aponte hace unos cuantos años en la UCAB. Entonces yo era otra persona y mi mundo era otro, el asunto de la guerra, la injusticia y la muerte se me hacían aún lejanos. Pero hoy cuando la palabra guerra se repite en cualquier contexto, a veces con frivolidad y desde la absurda certeza de que “eso les pasa a los otros”, Edith Stein se me ha hecho presente en su historia de vida, en su pensamiento filosófico, en su espiritualidad humana. Edith vivió entre dos guerras, para, finalmente, ser víctima de la segunda.

Está claro que los hombres no aprendemos de la historia.

Edith Stein o Sor Teresa Benedicta de la Cruz, fue una de las mentes más brillantes de Europa, una pensadora que pudo haber cambiado radicalmente el camino de la filosofía alemana y, con ella, de todo el pensamiento contemporáneo.

El 9 de agosto de 1942 Edith Stein fue asesinada con gas cianhídrico en el campo de concentración nazi Auschwitz-Birkenau, junto a un grupo de judíos convertidos al catolicismo que acababan de ser deportados desde Holanda. Su trágico final marcaría para siempre el recuerdo de su vida y su obra, convertida en mártir para el imaginario católico: el 1 de mayo de 1971 fue beatificada por Juan Pablo II   y en 1998, tras aprobarse el necesario milagro, es canonizada por el mismo papa como Teresa Benedicta de la Cruz, en la Plaza de San Pedro de Roma. Sin embargo, detrás de la figura sagrada, de la monja carmelita convertida en santa, se escondía una de las mentes más brillantes de Europa, una pensadora que pudo haber cambiado radicalmente el camino de la filosofía alemana y, con ella, de todo el pensamiento contemporáneo.

Nacida en el seno de una familia judía el 12 de octubre de 1891, en Breslau (Polonia), Edith Stein fue desde pequeña una niña retraída, que andaba siempre absorta en lecturas precoces.

Solo dos años después de entrar en la universidad comenzó a escribir su tesis doctoral, que obtuvo un summa cum laude, algo realmente raro para una mujer, e impensable en el campo de la filosofía, pues según las costumbres académicas de la época esa calificación te convertía de manera automática en candidato para obtener una cátedra. Su mérito fue todavía mayor si tenemos en cuenta que su director de tesis era el reputado Edmund Husserl, quien por aquel entonces era quizá el filósofo vivo más importante de Europa, y desde luego uno de los más influyentes.

La relación entre la discípula y el maestro se rompería poco después de que éste le ofreciera dirigir un seminario para principiantes, con la triple condición de no cobrar por ello, no obtener reconocimiento académico y, lo más grave, renunciar a postularse para la cátedra. La explicación para este maltrato, a pesar de la admiración que había mostrado por el pensamiento de Stein, parece estar claramente relacionada con la misoginia de Husserl, que ni siquiera se molestaba en argumentar. En estos años , Stein intentará habilitarse para cátedra en cinco universidades distintas (Gotinga, Múnich, Friburgo, Breslau y Kiel) y en todas será rechazada por ser mujer.

Su sustituto como asistente de Husserl fue el entonces joven filósofo Martin Heidegger, quien se apropió del trabajo que ella había hecho durante años, y publicó las Lecciones de Edmund Husserl sin citarla. Con el influjo carismático de Heidegger se perdería el camino intelectual que había abierto Edith Stein hacia la empatía y la intersubjetividad: tras su experiencia como enfermera durante la Primera Guerra Mundial, dónde Stein había tenido que lidiar con los cuerpos de los otros –magullados, heridos y enfermos– tenía claro que un sujeto solo podía llegar a existir en relación con los demás. Y frente a todas aquellas teorías que privilegiaban la perspectiva del yo, como la de Heidegger, ella ponía en el centro la experiencia compartida, la percepción de las vivencias de los demás, que consideraba el fundamento de toda relación con el mundo. El conocimiento, el amor, el lenguaje, la experiencia religiosa: para Stein, todo esto era posible gracias a la relación abierta y natural entre los cuerpos vivos y sus espíritus. 

La decisión de dejar la universidad fue muy dura, pues ella la vivió como un fracaso. Pero este adiós le sirvió para dar el paso que transformaría su pensamiento por completo y dirigiría sus ideas sobre la empatía hacia un camino inesperado: su conversión al catolicismo. A partir de ahora Stein seguirá ahondando en este camino a través de la lectura de los místicos y de su idea de acceso al conocimiento a través del espíritu, más que a través de la conciencia y el pensamiento discursivo.

Abogaba por una educación igualitaria, y señalaba que, en la medida que no se las considera productivas, a las mujeres no se les da ni siquiera la oportunidad de desarrollarse individualmente. Llama la atención entre estas palabras un asunto que aún sigue hoy vigente: Stein apunta que no bastaría con que las mujeres se realicen profesionalmente si los hombres no comienzan a valorar y realizar las actividades típicamente femeninas

Con la llegada de Hitler al poder en 1933, Edith fue apartada poco a poco de las instituciones académicas a las que estaba vinculada y se le negó cualquier actuación pública. Nadie salió a ayudarla cuando fue expulsada del único puesto que le quedaba en el Instituto Pedagógico de Münster, de estudios puramente católicos. Este mismo año entró en el monasterio Carmelo de Colonia, donde tomó los hábitos y recibió el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Esta nueva transformación radical y el tiempo que pasó allí estuvo acompañada por sus lecturas filosóficas y su encuentro espiritual con los místicos.

Stein encontró en el Carmelo el descanso y cobijo que llevaba tiempo buscando, y sin embargo aún le queda por vivir el último traslado forzoso: poco después de prometer los votos definitivos como carmelita llegó la ‘Noche de los cristales rotos’ y la persecución más violenta contra los judíos. Era el año 1938 y sólo habrían de pasar cuatro más para que dos oficiales de las SS irrumpieran en el convento holandés llevándose por la fuerza a la monja. 

De la semana que pasó en el campo de exterminio hay varios testigos que dan cuenta de que Edith Stein mostró, hasta su último segundo de vida, serenidad, entereza y compasión. “Había una monja que me llamó especialmente la atención y a la que jamás he podido olvidar”, cuenta el testimonio de una madre que pudo salvarse después, “aquella mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara, sino que iluminaba y daba calor. Era la imagen de una mujer algo mayor, con aspecto juvenil, que era de una pieza, auténtica y verdadera. En una conversación dijo ella: “El mundo está lleno de contradicciones; en último término nada quedará de estas contradicciones. Solo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?”.

El busto de Edith Stein en Berlín se erige sobre un pedestal de piedra. Una placa presenta allí una cita extractada de su obra que dice así: «Para la consideración externa el cuerpo vivo, como lo que cae bajo los sentidos, es lo primero y el espíritu lo último. Visto desde dentro, el espíritu consciente de sí es lo primero y el cuerpo físico lo más alejado y último». La mirada de Edith Stein ha querido ver a la persona humana desde dentro. Y allí ha descubierto el espíritu como lo que nos abre hacia fuera y hacia ese dentro.

En ese estar expuesto a la mirada de Dios es donde quedan unidas la libertad, que depende de nosotros, y la historia, que se nos escapa de la mano.

Fuente: EL PAÍS, BERTA GÓMEZ SANTO TOMÁS | 12 OCT 2020