Comienza un nuevo año y con él, renace la esperanza. Tal vez este año sea mejor. Revisamos las viejas agendas y nos damos cuenta de que nos quedó mucho por hacer. El mundo, definitivamente, no colabora con nuestros planes. Los dos años de pandemia nos han dejado en una especie de tiempo suspendido, en una suerte de imagen congelada, de acción inconclusa.
Llega a nuestras manos el nuevo calendario, la agenda del flamante 2022. Está en vacía. La contemplamos con esperanza y miedo. 365 páginas en blanco que son un reto. Hacemos el check list del año viejo y nos preguntamos si será bueno retomar aquel proyecto no culminado o dejarlo de lado y empezar otro desde cero. Dudamos de la posibilidad de cumplir aquella meta que había quedado excluida por la pandemia, de hacer realidad el encuentro con aquella persona, de consumar el abrazo a ese sueño postergado. Las noticias del mundo parecen confirmarnos que, en nuestro entorno, poco o nada cambiará. Sin embargo, la primera semana de enero es muy temprano para dejar entrar la desesperanza.
En estos días escuché una charla de Eric Corbera titulada Aprender a vivir en la paradoja. Según la Real Academia Española, paradoja significa “un hecho o expresión contario a la lógica”. Así, una expresión paradójica puede ser “nacer para vivir muriendo”. Corbera propone asumir la vida como paradoja, pues solamente entendiendo la existencia bajo esta forma podemos integrar la luz y la sombra, la esperanza y la desesperanza, la alegría y la tristeza, pues en la totalidad de nuestro ser, ambos extremos tienen cabida y no pueden existir en paz el uno sin la aceptación del otro.
Yo ya llevo algún tiempo aceptando la paradoja de la vida, aún sin haberle puesto ese nombre. He aprendido que puedo abrazar sueños, aceptando mis propias limitaciones y las que me impone el mundo. Puedo escribir planes y propósitos en mi agenda, consciente de que realizarlos dependerá de muchos factores que no puedo controlar. Puedo proponerme ser más amable o más feliz, sabiendo que vendrán momentos oscuros en los que seré menos amable y menos feliz. Me propongo ser mejor sin la certeza de poder serlo, me propongo cambiar el mundo aún estando segura de que no lo puedo cambiar.
Entonces, no escribas tus proyectos y propósitos con tinta indeleble. El mundo no es estable y menos lo es la vida. Puedes proponerte metas inmensas con la seguridad de que eres capaz de alcanzarlas, pero sin olvidar que no siempre llegarán en el tiempo o en el lugar que esperas, y a veces, inclusive, se presentarán bajo otra forma. Tal vez tú mismo encuentres una misión que no hubieras descubierto si aquel otro proyecto se hubiera realizado de acuerdo con tus planes. O tal vez lo que hoy te parece una meta importante, a mitad de año haya perdido relevancia. Vivir en la paradoja es aprender a balancear los opuestos y las polaridades del universo y de nuestra propia naturaleza, es aprender a conocernos, integrarnos y acercarnos a la totalidad de nuestra esencia.
Que en el año nuevo tu propósito más importante seas tú mismo.