«Es el ciclo de la vida…»

Para Martina

Nació Martina Elisa. Se ha adelantado unas semanas para llegar en noviembre, un mes que en mi memoria estaba asociado con la pérdida.

“Es el ciclo de la vida, tia abu”.  Así es, Martina.

Ella tiene mi nombre y el de mi madre, para confirmar que todo continúa siempre, en formas similares y a la vez distintas. Solo cambian los lugares y  los tiempos. Ella es la primera de una nueva generación familiar. Y nosotros, inmigrantes o hijos de inmigrantes,  pensamos que los hijos de nuestros hijos nacidos en esta tierra, también serían venezolanos. Pero no fue así.  Martina nació en la Madre Patria. El Universo sigue empecinado en demostrarnos que la rueda de la fortuna no se atiene a los planes ni a los deseos. Y que este mundo que vivimos no se parece en nada al que vivieron nuestros padres y mucho menos al de nuestros abuelos.

Todo cambia continuamente.

Mis padres descendían de al menos cuatro generaciones de cubanos. Era natural crecer en casas grandes donde cohabitaban con frecuencia tíos y primos, y los abuelos nunca se quedaban solos. Entonces, el cambio era más lento.  A mis padres les tocó la durísima tarea de romper tradiciones y arraigos, y con el dolor de su alma guardado en una maletica, dijeron adiós a los abuelos, a quienes nunca más volverían a ver.

Cuando llegamos a esta tierra de gracia, era posible pensar que sería el nuevo suelo donde echar raíces. Aquí crecimos mi hermana y yo, nos casamos con otros descendientes de inmigrantes y aquí nacieron nuestros hijos. Entonces parecía posible construir certezas. Pero no fue así. En la ancianidad de mi madre, ya su nieta mayor,  la niña de sus ojos, había tenido que partir en busca de un mejor destino.

Hace poco tiempo escribí sobre la “modernidad líquida”.  La liquidez de Bauman aplica a todo. Al trabajo, a las relaciones, y por supuesto, al sentido de nacionalidad y de patria.  En un mundo globalizado las fronteras se desdibujan, y por más que a veces duela, la decisión de abandonar el lugar de origen ha dejado de parecer una idea descabellada. La búsqueda de lo que hoy entendemos por calidad de vida, es el motor que impulsa nuestra barca en dirección a nuevos destinos. La postmodernidad nos dice que hay que fluir y salir de la “zona de confort”, aunque esta no tenga confort en lo absoluto. Definitivamente, el mundo ha dejado de ser sólido y todo lo perdurable se va quedando en el tiempo.

Aunque para los venezolanos el tema de la migración es particularmente doloroso porque lo sentimos en carne propia, el planeta entero está lleno de migrantes que traspasan fronteras y atraviesan mares. La familia de hoy día tiene muy poco en común con la familia tradicional en la que probablemente crecimos. Y mi generación, que sobrevive entre las ideas de tradición y arraigo sembradas por nuestros padres y la necesidad de movilidad y cambio de nuestros hijos, ha debido aprender las nuevas reglas del juego.

Crecimos con el sueño de la casa llena, las reuniones dominicales y los nietos corriendo en el jardín. Pero hay que asumir que este mundo es otro. La vida de hoy es volátil aquí y en todas partes y se trata de aceptar el viaje como viene y no como queremos que sea. Fuimos educados para un mundo estable que ya no existe, y cuanto antes lo entendamos, más rápido estaremos dispuestos a aprender a vivir en él.

Las familias de nuestros días son satelitales. Como las células, se dividen, pero luego se multiplican y crean infinitas células más, que vuelven a agruparse.  Esas nuevas células pueden hallarse en cualquier parte del cuerpo, no importa si pertenecen a órganos distintos. Todas ellas  constituyen un tejido que es necesario en su conjunto, para que la vida sea posible.

Nació Martina Elisa y está lejos. En la Madre Patria, donde nació algún tatarabuelo. El también partió y dejó su siembra en un lugar distante. Y me pongo a pensar que es la vuelta al origen y al mismo tiempo, la continuación.

En el teléfono veo las fotos de Martina y hasta la puedo escuchar. Recuerdo que mis padres se comunicaban por cartas que tardaban semanas o meses en llegar a su destino. No podían ver a los suyos en la distancia.  Soy privilegiada. La tecnología me permite conocer a alguien que ha nacido muy lejos. Y observo que todos los tiempos y todas las épocas contienen lo bueno y lo malo porque eso es la naturaleza humana. Que a veces nos aferramos a sueños que soñaron antes que nosotros, sin darnos cuenta de que los nuestros pueden ser otros, si les permitimos entrar.  

Vuelvo a pensar en la célula e imagino a mi familia dividida,  creciendo, multiplicándose en el mundo.  Reagrupándose. Creando nuevos núcleos. Construyendo lazos con otras familias que se eligen desde el alma aunque no se comparta el mismo ADN. Hermanos y primos que tal vez no crezcan juntos, descubrirán nuevos modos de encontrarse y de quererse. Porque lejos o cerca, lo importante es hallar la manera de no romper el tejido que nos une.  

Martina Elisa. La esperanza. La continuidad.

“Es el ciclo de la vida, tia abu”.

Así es, Martina. Ya pronto voy a verte.