Arriesgarse a amar

Cuando nos conocimos, mi esposo y yo teníamos 24 años y estábamos muy lejos de la madurez emocional y la evolución espiritual. Yo me acababa de graduar de la universidad y él estudiaba y trabajaba desde muy joven. Sin embargo, nos enamoramos perdidamente. Aquella relación parecía tener todo para no durar. Yo me iba al exterior y estaba en otra relación y él parecía estar lejos de buscar un compromiso formal. Él era árabe, y eso aterraba a mi papá. Yo, era una chica muy liberal para el gusto de su mamá. Sin embargo, asumimos el riesgo de vivir aquel amor. Cuando yo me fui teníamos solo dos meses de conocernos, pero eso era suficiente para saber que nuestros valores estaban alineados. Esa era la base de todo. El resto, no estaba bajo nuestro control y había que asumir por igual las consecuencias del éxito o del fracaso

Me llama la atención el modo en que algunas personas hablan hoy en las redes sociales acerca de lo que deben ser el amor y la pareja. Pareciera que la gente tiene que hacer un trabajo profundo de autoconocimiento antes de arriesgarse a amar, que todo debe estar bajo control, que ante el menor signo de inmadurez emocional hay que salir corriendo, que ya no se puede pelear ni discutir, que la pareja tiene que ser un modelo de responsabilidad, madurez y elevación espiritual. Me perdonan aquí los consejeros de parejas, pero yo digo: ¡qué aburrimiento! ¡Yo no hubiera soportado una relación tan estable y perfecta a los 24 años! El amor es riesgo, pasión y entrega. Y lo único que veo claro después de leer, ver y escuchar tantas cosas acerca del amor,  es el miedo a perder el control,  es el miedo al dolor.

Claro que en una pareja debe haber condiciones no negociables como el respeto, la fidelidad, los hijos. Valores que, si no son compartidos desde el inicio, conducen al fracaso. Eso, y la decisión personal de cada uno de poner lo mejor de sí mismo para que esa relación funcione. El amor no “fluye” solo, el amor es un trabajo y hay que alimentarlo y cuidarlo para que florezca. El amor a largo plazo es una decisión personal. Sin embargo, nada de eso nos promete salvarnos del dolor. Somos humanos y podemos cambiar. Podemos traicionar o pueden traicionarnos, o podemos, simplemente, dejar de amar. Somos imperfectos e impredecibles. Pero nunca el miedo al dolor debe ser un freno para arriesgarnos a amar.

Nos casamos un año después de conocernos y de haber mantenido una relación a distancia. Largas llamadas telefónicas, cartas y visitas breves mantuvieron viva la llama, aunque muy poco sabíamos quién era el otro en su mundo ordinario, en la vida real. Cuando dije a mis amigos del posgrado que me iba a casar, una querida profesora de Literatura, con su marcado acento argentino, me dijo una frase que hasta entonces yo no había escuchado: “más vale intentar y fracasar que nunca intentar”. Estábamos llenos de miedo el día que fuimos solos al Ayuntamiento de aquella pequeña ciudad norteamericana donde yo estudiaba, y dijimos sí frente a una juez feminista y dos secretarias que actuaron como testigos.

Nunca me arrepentí de haberme arriesgado. Sé que pudo haber salido mal, pero salió bien, o mejor aún, ambos nos esforzamos porque saliera bien. Estuvimos juntos casi 40 años y enamorados hasta el último día. Tuvimos altibajos, crisis y peleas, aunque nunca dejamos de estar de acuerdo en las cosas importantes. No siempre logramos sacar lo mejor de cada uno, pero nunca dejamos de intentarlo. Aprendimos que eso que tú estás dispuesto a demostrar y a entregar tiene que ser compatible con lo que el otro necesita para sentirse amado. Y que, si alguien debe cambiar algo para que la relación crezca, ese eres tú, porque nunca podrás cambiar a nadie. Crecimos, evolucionamos, maduramos juntos. Creo que de eso se trata la pareja. No de ser perfectos para llegar a una relación perfecta, sino de aceptar el compromiso y el trabajo que significa amar a largo plazo con nuestras imperfecciones.