Memoria familiar

Hoy es un buen día para honrar a nuestros ancestros masculinos.

Desciendo de varias generaciones de hombres buenos, y tuve la dicha de conocer a mis dos abuelos.

De uno, aprendí el valor de la humildad, la fortaleza y la generosidad. Franco y sencillo, mi abuelo Manuel, de quien llevo el nombre además del apellido, era un hombre pequeño, ágil y amigable, que se movía como el dueño y señor del otrora amable barrio habanero de Jesús del Monte. Era peleón, y cuando se molestaba, se ponía rojo y mi prima y yo corríamos a escondernos. Tonterías de niñas, porque bien sabíamos que el abuelo Manolo era un pan de Dios. Con él se inició mi padre en el mundo del comercio y el trabajo independiente. Ambos eran almas libres, de rápido andar, pero ¡cuánto disfrutaban de hacer un alto en el camino para compartir una charla casual con el vecino o el dueño de la bodega!

De la mano del otro abuelo descubrí los libros , la música y el saber. Mi abuelo Abelardo tenía una enorme biblioteca, que a los ojos de mi niñez, parecía infinita. A los 10 años me mostró un inmenso libro encuadernado en piel. Era Don Quijote de la Mancha. A este personaje ya yo lo conocía a través de sus relatos orales. Nadie sabía tanto de todo como él. Era pausado y caminaba lento. Largas horas de mi infancia las pasé a su lado, leyendo sin parar y escuchando óperas en la radio. Algunas veces entraba por onda corta Radio Martí, que emitía su señal desde Miami. Entonces había que concentrarse, hacer silencio, porque tal vez llegaba una noticia esperanzadora, esa que le dejaba soñar con el regreso de su primera nieta, que ya se había ido de Cuba, y abrigar la esperanza de que las otras dos, mi hermanita y yo, no tuviéramos que partir.

Los tuve por quince años. Nunca pude regresar para decirles lo mucho que los necesité.

Mi padre? Para mí era el hombre más guapo del mundo. El más simpático. El más humano. De él aprendí todo. La bondad. El afecto. El valor. El trabajo. La familia. La responsabilidad. La cordura. La discreción. El respeto. El esfuerzo. La seguridad.El sacrificio y la entrega por amor. Creía más en mí que yo misma, y esa ha sido una fuerza poderosa para salir de los baches de la vida.

Dicen que de la energía masculina tomamos la estructura y las normas para adaptarse al proceso de la vida. Yo pienso que esa buena energía también me ayudó a no equivocarme cuando elegí al padre de mis hijos. Él también fue el mejor, pero esa historia les corresponde a nuestros hijos.

Miro hacia atrás y veo mi ejército de ángeles. Mi padre, mis abuelos y antes que ellos sus padres, sus abuelos…Por supuesto que no eran perfectos. Solo lo hicieron lo mejor que pudieron y no siempre como quisieron.

¿Y nosotros?¿Lo estamos haciendo lo mejor que podemos? ¿Cómo nos verán mañana nuestros nietos?

En la memoria familiar solo cabe una palabra: GRATITUD