Hace un par de semanas me la encontré sorpresivamente. En esta hora loca, en que profesores y alumnos huyen en estampida, Eugenia estaba regresando a Venezuela. Quince años en el exterior no habían borrado su pasión por la docencia, y allí estaba, de vuelta en la UCAB, con ganas de seguir entregando sus conocimientos, su energía y su perpetua sonrisa. Agradecí que, aún, buenas cosas pasaran. Entonces me contó que durante su exilio había desarrollado un nuevo talento: la escritura. Me dijo que había escrito un cuento sobre nosotras, y se lo pedí para compartirlo con ustedes. Aunque aún no he descubierto cual de esas mujeres soy yo, leer este relato fue un lindo viaje a la memoria.
Por Eugenia Canorea
Todo pasó por abrir MI BOCOTA, el problema es que no la puedo mantener cerrada, no sé si te ha pasado pero yo cuando estoy con otras personas y se hace un silencio total siento una incomodidad tan grande que tengo necesidad de llenar el espacio hablando y entonces hablo sin parar.
No sabes como me gustaría poder estar acompañada y sentirme cómoda en silencio, pero, esto no me ocurre ni siquiera con mi mamá, y es que no puedo estar callada ¡Mira que lo intento! Muchas veces mientras hablo pienso: ¿Por qué digo tantas idioteces? Se nota que la gente está aburrida, tratan de callarme, estoy hablando de más, estoy diciendo cosas inadecuadas y aún así sigo dale y dale. A veces pienso que sólo he logrado tener un silencio confortable con mi marido y mis hijos, sólo con ellos no siento esa necesidad de llenar el espacio y ¡Es tan agradable el poder estar callada al lado de otras personas y no sentir que es incómodo ¡
Por otra parte, tampoco se trata de que no me guste el silencio o la soledad, al contrario he pasado largas épocas en mi vida en total soledad y sin otro ruido que el de mis pensamientos y eso me encanta, me llena de paz y tranquilidad, pero, en público sufro de incontinencia verbal.
Regresando a la historia que te quiero contar, todo empezó porque como siempre abrí mi bocota en un momento inapropiado -es más quizás el momento apropiado no existe-. Antes de seguir me gustaría ubicarte un poco en la situación, somos un grupo de amigas que solemos almorzar juntas en la oficina, trabajamos en la misma organización pero cada una tiene una profesión distinta, yo por ejemplo soy psicóloga, y cada mediodía cuando comemos comentamos nuestras vidas, nuestras inquietudes y como suele suceder hablamos de la comida en sí misma.
Tengo la impresión de que las mujeres de hoy en día no tenemos una relación del todo normal con la comida, la presión por encajar en ciertos moldes nos lleva a ser un poco extrañas y -en mi opinión- esto se nota particularmente bien en nuestro grupo.
Voy a comenzar explicando mi propia relación con el necesario acto de alimentarse, la cual además resulta ser -dentro de todo- bastante normalita (claro, quizás tengo esa impresión por aquello de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga que llevamos encima). Bueno, como decía, a mi me encanta comer, cocinar y la gastronomía en general. Estoy suscrita a las revistas Gourmet y Bon Appetite -las dos revistas de cocina más antiguas y prestigiosas de los Estados Unidos-. Pienso que la comida debe ser disfrutada, por eso mismo no desperdicio calorías. Es decir, no como cosas que engorden y no sean divinas y así me guardo las calorías para las cosas que valen la pena. Por ejemplo: no tomo bebidas dulces -a menos que tengan edulcorantes- para poder disfrutar de buenos postres, no como pan ni arroz blanco, en Navidad elimino las comidas regulares para poder atragantarme de hallacas en las reuniones sociales y de vez en cuando, si se me va la mano con algún atracón dominguero, me tomo un laxante para compensar.
El resto de mis compañeras de almuerzo también tienen sus particularidades gastronómicas: Jacqueline, la contadora, es una chica muy estilosa cuya cartera siempre irá a juego con sus zapatos, con un vocabulario muy preciso para nombrar las cosas y totalmente obsesionada con la limpieza, carga en el bolso un gel antiséptico que utiliza para repasar cuidadosamente los cubiertos –que lleva en su propia lonchera y que seguramente había lavado muy bien antes de salir de casa-. Limpia también sus manos, su taza, y su mantelito individual de plástico en un ritual automático que realiza antes y después de cada comida. Si algún día olvida su almuerzo inspecciona milimétricamente el estado de la cafetería en la que va a comprar un tentempié y cualquier mínimo detalle: un miga de pan en la encimera, una dependienta sin guantes o con el pelo suelto o los envases para llevar a la vista en lugar de estar herméticamente guardados, es suficiente para que desista de comer nada que salga de aquel lugar. Y por supuesto no ingiere carnes rojas, en realidad, de todas las que almorzamos juntas la única en atreverse con un buen churrasco soy yo.
Luego está Luz, estudió sociología y es una de las personas más amables que he conocido, habla con mucha dulzura, sabe de todo y no hay nada mejor que escuchar su análisis de cualquier situación de actualidad, tiene un tono de voz que tranquiliza, es muy delgada, tiene unos ojos oscuros muy grandes, expresivos y llenos de cariño. Sin embargo, tiene un sentido tal de la disciplina y una rigidez que la hacen vivir encerrada en sí misma como en una jaula. Ella es de las personas que no se perdonan una, todo lo que hace debe ser perfecto, ajustarse a su rutina de vida y a sus esquemas mentales de lo correcto, de lo que debe ser. Claro está, mi amiga no transfiere su firmeza a los demás, con los problemas y debilidades ajenas es muy comprensiva y solidaria. Pero, esa forma de ser si la traslada a la comida de forma que no se alimenta de nada considerado dañino para la salud -desde su propio punto de vista- es decir: eliminó totalmente el azúcar y las grasas, no come carnes rojas, no come mariscos, no come salsas porque tienen grasa, come muy poco. Casi todos los días lleva plumitas con pollo y queso blanco. En el fondo sospecho que simplemente sigue siendo una niña malcriada, no aprendió a comer de todo en la infancia y no sabe probar cosas nuevas. Pienso así, porque aún con su necesidad de limitarse nadie puede decir, por ejemplo, que unas piezas de sashimi van a subir el colesterol o afectar al hígado o al colon y a ella le horroriza el sólo pensar en comer salmón crudo. Adicionalmente en los últimos tiempos ha comenzado una cruzada contra las radiaciones de microondas que, según dice, liberan dioxinas -unas toxinas cancerígenas- supuestamente resultantes de la mezcla producida al calentar recipientes plásticos con grasa, que penetran en los alimentos envenenándonos lentamente cada vez que calentamos algo, por lo cual ella y la mitad del grupo, están cargando con pesados envases de vidrio para la comida.
Oriana, nuestra médica, es sumamente racional e inteligente, tiene voz de locutora y un estilo hippie que la distingue. En mi opinión, es la más sana en su alimentación -en teoría- porque siempre todo le parece delicioso y provocativo. No obstante, no come casi nada, en realidad resulta ser que no puede. Tiene un problema metabólico y por eso casi toda la comida le sienta mal. Generalmente lleva pescado y sus comentarios suelen ser del tipo: Ojalá pudiera comer esto o aquello. En ocasiones se prepara durante días para darse un pequeño gusto, le encantan los helados y el chocolate, pero como es intolerante a la lactosa son parte de los placeres prohibidos.
Yaritza, la psicopedagoga es una mujer muy atractiva de formas voluptuosas, se preocupa mucho por su físico, va cada día al gimnasio y su relación con la comida es bastante estándar, siempre cuida las calorías, tampoco come carnes rojas, come poco y suele llevar alimentos sanos, mucha verdura, mucho pollo (no sé porque todas mis amigas piensan que la proteína más sana es el pollo, yo prefiero el pescado, la ternera, el cochino, no es que el pollo me disguste, sino que me parece algo aburrido). Trata de comer pocos dulces pero si hay un cumple se deja tentar por un buen trozo de torta.
Y finalmente está Esther, profesora, brillantísima, de familia judía, verbo caustico y observaciones agudas, siempre deja clara su posición en todos los asuntos. En cuanto a la alimentación nunca le han gustado las carnes rojas y las eliminó completamente de su dieta hace más de 20 años, luego eliminó también el pollo, y después las legumbres -que le dan gases-. Tampoco le gusta el pescado, comer animales en general le da asco, así que se alimenta de vegetales, quesos, almidones y dulces. Dice que al ver a alguien engullir un bistec siente una profunda repugnancia que llega a las nauseas, se le paran los pelos de sólo pensar en probar los mariscos, por supuesto ni hablar de cosas exóticas, ella con las pastas y las verduras se siente servida, para mi, es la más radical de todas en el sentido de no ocultar su desagrado por la comida. Al mismo tiempo, presenta algunos problemas de salud, afecciones digestivas, deficiencias de hierro, anemia, entre otros.
Ahora que ya nos conoces te puedo contar lo que pasó el otro día cuando no pude mantener mi bocota cerrada, en nuestros almuerzos –como te comentaba- conversamos de todo, los problemas con los maridos, política, trabajo, lo que cada una cocinó ese día, lo que hicimos el fin de semana, en fin lo normal.
Pues bien, esa vez yo había llevado una deliciosa ensalada de inspiración thai que es mi versión de una receta de Cooking Light, lleva un mezclum de lechugas con frutos secos fileteados, el aderezo, siempre por separado, tiene como base la salsa de soya y el limón y finalmente va coronada de unos filetes de ternera con un crostón de ajonjolí que deben quedar doraditos por fuera y muy rojos en el centro, cuando mis amigas vieron mi plato comenzaron con la tradicional monserga de la repulsión que les produce ver la carne roja y sanguinolenta y a mí el comentario me llevó a una disertación relacionada con un artículo que había leído recientemente.
El artículo trataba la relación de las mujeres con la comida y decía que en los últimos años además de la anorexia y la bulimia se han desarrollado una gran cantidad de patologías alrededor de la aproximación a la comida, que estas enfermedades generalmente se disfrazan en la búsqueda de una vida más sana, se va limitando la ingesta alimenticia argumentando la necesidad de comer de forma más saludable. Otro dato relevante es que las manías se expresan de múltiples maneras, algunas veces en la forma y el lugar de comer: hay gente que nunca se alimenta en público o que sólo lo hace socialmente. Luego hay personas que eliminan categorías completas de comida y cada día evolucionan suprimiendo un nuevo renglón hasta que al final no comen casi nada. Otros se atragantan sólo de lo que les gusta para luego hacer dietas extremas de limpieza comiendo piña o repollo en exclusiva durante varios días y muchos más hábitos que no son sino la expresión de un montón de problemas psicológicos relacionados con la autoestima y la necesidad de control del entorno.
Mi perorata finalizó puntualizando que lo más grave de la situación es que muchos de estos hábitos terminan condicionando la existencia de las personas hasta el punto de limitarlas en su vida social, relaciones familiares y muchas veces afectando incluso la salud que pretenden defender.
Ciertamente, ninguna de mis amigas pareció darse por aludida, todas nos consideramos totalmente sanas y en control de nuestras vidas. Somos mujeres modernas, educadas y autosuficientes: mujeres maravilla exitosas en lo profesional y lo personal como esperamos de nosotras mismas. No somos adolescentes obsesionadas con la imagen y la popularidad, cada una ya tiene su lugar en el mundo y estamos bien situadas.
Sin embargo, a los pocos meses Esther me llamó, necesitaba hablar conmigo en privado, me contó entonces que mi discurso de las nuevas patologías psicológicas relacionadas con la nutrición la había impresionado profundamente, me dijo que al escucharme comprendió que algo dentro de ella no estaba bien, se sintió retratada, por eso buscó apoyo médico y psicológico. Ahora, su marido y sus hijos la estaban ayudando, había recuperado el norte, estaba comiendo carnes rojas (recocidas y disfrazadas dentro de salsas y guisos, porque le seguían dando repugnancia). Su anemia crónica comenzaba a remitir y necesitaba hablar conmigo, primero para darme las gracias y segundo para pedirme los datos de la publicación médica en la que aparecía el artículo que les comenté, su doctor y su psicólogo querían revisarlo para poder diagnosticar mejor su patología con esas nuevas investigaciones.
En ese instante quise que la tierra me tragara, me quedé como muerta ¿Por qué no puedo nunca cerrar la bocota? Gracias a un comentario trivial mi amiga había cambiado su vida -al parecer para bien, Dios mediante- y ahora quería conocer mis fuentes de información, y claro ¿Como hago yo para decirle después de todo, que sólo se trataba de un articulito de la revista Cosmopolitan leído en la sala de espera del odontólogo y aliñadito con el perejil y el ají dulce de mi verborrea particular?