No sé por qué el 2020 me suena tan bonito.
No sé mucho de numerología, pero como quiero aprender de todo un poco, me puse a indagar por ahí lo que significa esa cifra tan particular. Encontré que el dos es el número de la empatía, el equilibrio, la unión y la receptividad. El cero es el círculo, la energía creadora. Pero luego descubrí que para saber el número que corresponde al 2020, hay que sumar sus cuatro dígitos, y esto resulta en un cuatro. El cuatro es un número maestro. Entonces conseguí esto tan hermoso:
“La presencia de este número en la creación es continua: son cuatro los puntos cardinales, los vientos, las estaciones del año, las fases de la luna, el nombre de Dios… Por otra parte, alquimistas e iniciados han ensalzado el cuatro como un axioma en la búsqueda de la perfección que el espíritu emprende en esta vida”. “La energía de esta vibración es productiva y práctica, no obstante, luchará por grandes ideales: la justicia, la solidaridad, la igualdad entre clases sociales…estos objetivos humanitarios serán el verdadero motor de la evolución de este año, siempre y cuando no se deje arrastrar por el excesivo apego al poder material”. (Wengo.es)
Me quedé pensando que este puede ser el año de Venezuela. Pero para mí, que soy profesora y sé poco de numerología, el 20 es el número de la perfección, así que un 2020 es dos veces perfecto.
El 10 de enero regresé a casa con nuevos planes y el corazón repleto de alegría. Había visitado a mi familia, abrazado a Martina Elisa, y casi al mismo tiempo me habían revelado que el año nuevo traería otra princesa, mi primera nieta, que nacerá bajo el hermoso signo de Cáncer. ¿Casualidad? Es el signo cuatro del Zodíaco y el opuesto al mío, Capricornio. Agua y tierra, ella y yo, opuestos complementarios. La tierra contiene y canaliza el agua. El agua mantiene la tierra viva y fértil. Con eso bastaba para que el 2020 fuera un año especial. Pero tengo más.
Terminé mi formación en Logoterapia y Análisis Existencial, o como debería llamarse mejor: Análisis Existencial y Logoterapia. Para graduarnos, debíamos diseñar dos talleres que dieran fe de nuestros conocimientos y que a su vez crearan un efecto multiplicador. Tuve el privilegio de diseñarlos y dictarlos en conjunto con mi maestra de terapia sistémica, Astrid Kassert, y no dejo de agradecer esta experiencia.
Cuando hablo de Logoterapia pocos entienden de qué se trata. Lo primero que ocurre, es relacionar logo con palabra, con verbo. En efecto, logos es una palabra de origen griego que significa argumentación por medio de la palabra, pero también se refiere a pensamiento, razón. Ambos significados se relacionan estrechamente.
El creador de esta psicoterapia es el médico vienés Viktor Frankl (1905-1997). Este hombre vivió prácticamente todo un siglo, un siglo oscuro, signado por dos Guerras Mundiales, una entre guerra y una postguerra. Sobrevivió a cuatro campos de concentración en los que perdió a su familia. Pero la Logoterapia no nace allí. Desde la época en que Viktor era estudiante de medicina, buscaba métodos más humanos para ayudar a jóvenes que se encontraban perturbados después de la I Guerra Mundial. Decide especializarse en psiquiatría, y su aporte más importante es el vínculo que establece desde esta disciplina, con la filosofía, para construir una visión antropológica de la terapia.
La Logoterapia existe desde los años 30. Pero cuando años más tarde, Frankl vive el horror de los campos de concentración, tiene la oportunidad de experimentar en carne propia la validez de sus teorías.
¿Qué sentido tiene la vida?, es una pregunta que surge de un continente herido, destruido, para la que Viktor Frankl tiene una sola respuesta: frente a lo que la existencia nos impone, tenemos que responder con un sí, a pesar de todo. Cada hombre es un ser original, único e irrepetible, que está llamado a ocupar un lugar en el mundo y tiene la responsabilidad de descubrir cómo llenarlo.
Frankl concibe al ser humano como un todo integrado por diversas dimensiones: física o biológica, psicológica o intelectual, social, y espiritual. Al reconocer la espiritualidad en el hombre, añade una dimensión que no está sometida a las leyes de la física, no se enferma ni se deteriora. Es lo más sabio de nosotros y lo que nos diferencia del resto de los seres vivos. Es lo que nos permite vivir nuestra existencia desde una posición cercana a nuestros valores y a lo que verdaderamente deseamos para nosotros mismos. Frankl dice que no tenemos nada que preguntarle a la vida. La vida está allí y es lo que es. Nuestro deber es responderle a la vida. Y aunque a veces el acceso a nuestra espiritualidad esté bloqueado por diversas razones, los recursos espirituales no dejan de estar presentes. El fin de la Logoterapia es, precisamente, ayudar el paciente a acceder a esos recursos espirituales para lograr dar sentido a cada momento, por duro que resulte. No podemos cambiar las circunstancias en las que nos toca vivir, pero sí podemos elegir, responsablemente, como responder a esas circunstancias.
Esto es un breve resumen de una formación de casi un año. He aprendido mucho acerca de quién soy y de la responsabilidad que tengo en la búsqueda de mi felicidad. Es poco lo que puedo hacer para cambiar las cosas fuera de mí, pero soy completamente libre para elegir con qué actitud vivir. Soy original. Soy única. Soy irrepetible. Tengo un lugar en el mundo que no puedo dejar vacío. ¿Para qué estoy aquí?
En este caminar voy dejando mi huella, reconociéndola mía. Y veo que de esa huella van naciendo brotes de vida nueva que se multiplican y crecen, y también hay otros casi marchitos que reverdecen cuando les llega un poco de luz y los abrazas…y cuando te alejas porque ya conoces de sobra que hay un destino final, descubres con felicidad infinita que tu lugar no estuvo vacío, y que ejerciste con libertad el derecho a elegir el sentido de tu vida.
Mientras tanto, el 2020 me sigue pareciendo enigmático y luminoso. Perfecto.
Bienvenido será cada mes y cada día, con sus luces y sus sombras.
Mi respuesta es siempre sí a la vida