La tercera vía (hacia la felicidad)

Uno de mis ejercicios favoritos como escritora, es observar a la gente. Me encanta, por ejemplo, imaginarme la vida de la señora que camina junto a mí en el supermercado y va llenando su carrito de productos que me dicen un montón de cosas acerca de quién es. O también adivinar a dónde va el señor que detiene su carro a mi lado, en el semáforo, mientras espera con angustia la luz verde. Pero mi favorita, desde pequeña,  es mirar las ventanas iluminadas de los edificios en las noches, ver pasar una  silueta, o dos,  y construir en mi cabeza toda una vida posible. ¿Es una familia? ¿Un hombre solo esperando a su amada?? ¿Tal vez una mujer que cuida de su madre anciana? Y la pregunta más interesante de todas: ¿son felices allí adentro?

En el último año de mi vida he descubierto que la mayor parte de las personas buscan la felicidad por tres vías: la primera, la más común, es el concepto de felicidad que tiene que ver con el éxito del mundo material. Y por mundo material me refiero a todo aquello que tiene que ver con la seguridad económica y el éxito profesional. Cuando somos muy jóvenes, pensamos que comprar una casa, un auto y tener el trabajo soñado, que a la vez nos dé un ingreso económico importante y nos permita realizarnos profesionalmente, constituyen la felicidad, o al menos, una buena parte de ella.

La segunda vía hacia la felicidad, tiene que ver con las relaciones. Encontrar el amor, la pareja adecuada, formar una familia, tener hijos, pertenecer a un grupo de amigos que nos permitan disfrutar los pequeños placeres de la vida.  Esta idea comienza a rondarnos en la adultez temprana, probablemente nos llegue primero a las mujeres y un poco más tarde a los hombres, pero en general, la soledad no suele estar atada al concepto que tenemos de felicidad.

Si logramos alcanzar las dos anteriores, es probable que no creamos necesario recorrer  la tercera vía. Podemos conformarnos con satisfacer nuestras exigencias intelectuales y nuestras necesidades emocionales. Pero cuando una de las dos falla, cuando una pérdida nos arranca sin aviso la seguridad material o un pedazo de corazón, la tercera vía está allí, esperándonos. Muchos la ignoran y caen al vacío. Otros la transitamos como única vía de salvación, y allí redescubrimos una felicidad distinta. Esa vía, es la espiritual.

El tránsito por la pérdida me obligó a descubrir una fuerza escondida que hace años me enviaba señales. Pero yo estaba muy bien con mi vida emocional y material y no tenía interés en emprender un viaje (doloroso, siempre es doloroso) hacia mí misma. Abrir la puerta a esa fuerza y permitirle revelarse con todo su poder, me mostró un camino desconocido, maravilloso y lleno de nuevos retos. Ese camino es hacia mí y la felicidad se realiza en el encuentro conmigo. El encuentro que trasciende mi yo material, mi yo emocional, y me lleva a lo que hay en mí de eterno e imperecedero. Esta felicidad es la única que no tiene fecha de caducidad porque no está signada por la pérdida.

La fe, que mi madre me regaló, y la certeza absoluta de que soy algo más que un cuerpo físico, me han permitido descubrir una felicidad distinta. En este trayecto he echado mano de todas las herramientas y aprendizajes que he considerado que aportan luz a mi búsqueda. He conocido gente con el alma rota, que ha renacido victoriosa luego de un tortuoso viaje hacia el interior de sí mismos. No existen atajos en este recorrido, no creo en gurús que ofrecen la felicidad en tres pasos ni en el círculo mágico del éxito. Creo en el camino lento del autoconocimiento, que implica mirar el pasado y reconocerlo, perdonar,  perdonarme, y dar gracias porque soy la suma y consecuencia de todo eso. Implica mirar al futuro, aceptando que voy a caminar con una nueva conciencia cada minuto que me regale Dios, y que solo valdrá la pena hallando el sentido y la trascendencia en el otro. Implica mirar al hoy en su impermanencia, y saber que hago, simplemente, lo que me corresponde.

Si aún no has atravesado el umbral de la tercera vía, quizás no te ha llegado el momento. Pero cuando llegue, acéptalo, prepárate y atrévete a derribar al guardián. Una vez que te sumerges en tu luz interior, la felicidad es para siempre.

 

El Árbol Mágico

Hace unos meses decidí enfocarme en conocer más de mí.

De mis lecturas de Campbell y Vogler, las clases de guionismo y los recorridos por la literatura y el cine, aprendí que la vida es un viaje: comienza con un llamado a la aventura, rechazamos el llamado, pero más tarde o más temprano, estamos obligados a escucharlo. Hay que romper con el mundo ordinario y comenzar a atravesar umbrales, custodiados por terribles guardianes. Solo cuando entramos en la cueva más profunda y enfrentamos nuestra sombra, podemos alcanzar la meta, el propósito. Entonces, redimidos, logramos renacer y hacernos con el premio de nuestra verdadera esencia. Este proceso es conocido en la literatura y el cine como “el viaje del héroe”. Todos hacemos ese viaje, una y otra vez, a lo largo de nuestra vida. Pero en esta segunda mitad, tengo la madurez para hacerlo de manera consciente.
En este proceso de búsqueda, descubrí el poder que se esconde en la genealogía. Ser emigrante me hizo ahondar en mis raíces. El destierro te mueve el piso, te arranca del suelo y te lanza al viento sin norte. Flotas como una rama perdida, desprendida del árbol del cual eres parte. Pierdes la familia extendida. Pierdes el lugar donde descansan tus muertos. Cruzas el umbral. Pero no siempre logras dejar de mirar atrás. Yo no lo logré. Pasaron muchos años y crucé muchos umbrales, para poder darme cuenta del tesoro escondido en mi árbol.

LA FAMILIA ES UN ÁRBOL MÁGICO EN EL INTERIOR DE CADA UNO”
                                                                                    Alejandro Jodorowsky

Desde muy pequeños, nos enseñan la historia de nuestra cultura y nuestro país, sin embargo, resulta muy curioso que no prestemos ninguna atención a nuestra historia familiar. Lo que conocemos sobre nuestras familias es lo que escuchamos y observamos en los adultos que acompañan nuestra infancia. Algunos tenemos el privilegio de conocer a nuestros cuatro abuelos, unos pocos a algún bisabuelo, pero generalmente no sabemos mucho acerca de sus vidas y sus orígenes antes de que nosotros viniéramos al mundo. Yo me propuse armar mi árbol genealógico, y con ayuda de algunos mentores, lo logré lo mejor que pude.

“AUNQUE NO SABES QUE ES LO QUE BUSCAS, LO QUE TU BUSCAS TE BUSCA”
                                                                         Alejandro Jodorowsky

Descubrir ese árbol trajo gratificaciones inesperadas, y también respuestas largamente esperadas.
No sé si la búsqueda del árbol me llevó a las respuestas, o si la búsqueda de respuestas me llevó al árbol. Solo sé que la conciencia de mi genealogía me ha regalado un viaje mágico a mi ser espiritual.

“LA CURACIÓN LLEGA CUANDO NUESTRA HISTORIA ENCUENTRA UN SENTIDO “
                                                               Alejandro Jodorowsky

He aquí un breve resumen de lo que descubrí:

Desde sus inicios, el psicoanálisis afirmaba que la vida psíquica de cualquier individuo se sostenía en la relación de éste con su familia, en especial con los padres. Para Freud, el carácter de los vínculos entre padres e hijos en la primera infancia, eran determinantes para su personalidad adulta.
Posteriormente, Jung expuso la existencia de lo que llamó inconsciente colectivo. Él mismo estudió a fondo su propio árbol genealógico.
En el presente, la psicología sistémica y la herramienta de las constelaciones familiares constituyen corrientes ampliamente conocidas y utilizadas en la psicoterapia familiar. Alejandro Jodorowsky acuña el término “psicogenealogía” para definir el estudio del árbol genealógico como vía de conocimiento y sanación. Pareciera haberse descubierto un tesoro de conocimientos en nuestro árbol, y creo que hoy pocos ponen en duda la influencia de la familia en la psique y en el modo de actuar en el mundo de cada individuo

Si has llegado hasta este punto te estarás preguntando: ¿Cuál es el motivo por el que puede resultar interesante conocer nuestra genealogía? ¿Se puede acaso cambiar el pasado?

Definitivamente, no. Es imposible elegir otros padres u otros abuelos, reconstruir nuestra infancia o nuestra adolescencia. Pero sí es posible cambiar nuestra forma de mirarlos.
La genealogía nos ayuda a entender la naturaleza de nuestras relaciones y descubrir las fuerzas creadoras que nuestra familia entraña. Nos desvela las dinámicas que conllevan identificaciones e implicaciones de una generación a la siguiente y que dificultan nuestra vida.

Cuando venimos al mundo ya somos parte de una familia y nos sumamos a su conciencia colectiva. Pertenecemos, por lazos sanguíneos, a un grupo familiar. Sin embargo, es la lealtad la que nos convierte en familia. Y en nombre de esa lealtad, que no es más que el sentido de pertenencia al clan, repetimos conductas, enfermedades y sufrimientos. Somos capaces de traicionarnos a nosotros mismos por quedarnos apegados fielmente a contratos inconscientes.

Los condicionamientos emocionales y de conducta grabados por nuestro linaje en nuestro inconsciente personal, el yo más desconocido y misterioso, determinan nuestra postura frente a la vida y conducen nuestros actos irremediablemente a repeticiones de patrones dolorosos en distintos ámbitos personales, de los que difícilmente podemos escapar. El análisis psicogenealógico de nuestro propio árbol, nos devela las causas originales que desencadenaron esos patrones. Su visión y comprensión ya de por si resultan sanadoras, pero podemos dar un paso más hacia la superación de esas hirientes rutinas que nos privan de vivir en plenitud y conciencia.
Sanamos el árbol con la reconciliación y la aceptación. Realizando lo que somos auténticamente. Ejerciendo nuestro destino personal. Echando luz sobre nuestras raíces

La luz sobre mis raíces ha traído luz sobre mi vida. Aprendo a mirar al pasado con la absoluta certeza de que no pudo ser de otra forma. Me reconcilio con mi niña triste, con mi adolescente herida. Agradezco mi vida, tal y como fue. Doy gracias, sin culpas ni reclamos, a mis padres, a mis abuelos, y a ese ejército de ángeles que son mis ancestros. Con ellos a mis espaldas, el viaje se hace más ligero.

Como alma que lleva el diablo

Lo que voy a contar hoy no tiene mucho que ver con el propósito de este blog, sin embargo, después de que lean esta crónica, se darán cuenta, como yo, de lo poco que nos conectamos con nosotros mismos. De que resulta imposible mirar al otro, sin previamente, habernos mirado.

Hoy se cumplen 11 meses de la partida de mi esposo, y quizás por eso, estaba particularmente sensible. O  quizás porque el evangelio de hoy era ese texto tan bonito de San Marcos que incluye la frase: “Más fácil entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos”. O tal vez porque el sacerdote, al inicio y al final de la misa,  encomendó en sus oraciones a Gregory, un jovencito de la Parroquia, quien había sufrido un grave accidente e iba a ser intervenido el próximo miércoles. Quizás fue un poco de todo eso.

Salí de la misa con cierta sensación de paz, caminando despacio entre la gente que corría  “como alma que lleva el diablo” para evitar la cola del estacionamiento. Afuera,  un señor delgado de unos cincuenta años, con rostro desesperado y una carpeta en la mano, buscaba la atención de la gente mientras anunciaba con voz entrecortada: “Yo soy el padre de Gregory, por quien el Padre les pidió que oraran”.  El señor, quien con toda certeza era la primera vez que hacía algo como eso, mostraba con vergüenza una factura guardada en una carpeta en la que se podía leer el monto total de la operación de su hijo. Me acerqué un poco, y le escuché decir en un tono más bajo: “Este es el costo de su operación y no tenemos completo el dinero para cubrirlo”. Mientras repetía aquellas palabras, yo me preguntaba si era que la gente no escuchaba lo que yo escuchaba, y no veía lo que yo veía.

Miré con estupor cómo dos señoras, sin apenas detenerse, le entregaban un par de billetes de baja denominación, como si aquel desesperado padre estuviera pidiendo limosna. También pasaron veloces las dos mujeres que conversaban a mi lado durante la misa, y recordé sus bolsos de marca, colgando del banco.

¿Indolencia? ¿Indiferencia? ¿Cansancio, tal vez?  No pude contener las lágrimas. Me resultaba trágica la vergüenza de aquel señor, intentando ser notado por un público ciego y sordo, ensimismado en el único interés de su propia supervivencia.

Los que conocemos un poco  el Evangelio, sabemos que el texto de San Marcos no dice que ser rico es malo. Lo malo es el apego a la riqueza, la incapacidad de buscar la trascendencia y el sentido, más allá de las posesiones materiales. Y sí,  todos tenemos problemas, carencias y necesidades propias, pero ¿la vida es solo eso? ¡Nadie había entendido una sola palabra de la homilía! ¿Acaso la fe y la búsqueda espiritual no implican el compromiso con una causa más grande que uno mismo? ¿Con el prójimo, por ejemplo?

Con aquella sensación que produce el sentir que eres ajeno al mundo, me acerqué a aquel hombre triste,  le puse la mano sobre el hombro, y le pregunté cómo lo podía ayudar. Sacó un papelito donde había copiado el número de cuenta bancaria de su esposa, me miró a los ojos y me dijo “El Padre me dijo que me encontraría con un angelito”.  Le dije “Tenga fe, todo va a estar bien”.

No creo que haya que ser ángel para tener empatía con un ser humano que sufre

No creo que el amor pueda reducirse a una limosna entregada con mirada esquiva

No creo en la vida espiritual de quienes  ignoran el principal carisma de su fe

No creo que valga la pena sobrevivir, solo para no morir

No creo en la vida sin sentido

No creo en la vida sin trascendencia

No creo en pasar por el mundo “como alma que lleva el diablo”

Cuando llegué a casa desmoronada, le conté a mi hijo lo que acababa de pasar. “La sociedad está jodida, ma. Especialmente la venezolana. ¿De qué te asombras?”

¿De qué me asombro?

Hoy se cumplen 11 meses de la partida de mi esposo, y quizás por eso estaba particularmente sensible. O  quizás porque el evangelio de hoy era ese texto tan bonito de San Marcos que incluye la frase: “Más fácil entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos”. O tal vez porque el sacerdote, al inicio y al final de la misa,  encomendó en sus oraciones a Gregory, un jovencito de la Parroquia, quien había sufrido un grave accidente e iba a ser intervenido el próximo miércoles. Quizás fue un poco de todo eso.

Si alguien quiere donar para los gastos médicos de Gregory, aquí los datos:

Banco Banesco

0134-0946-34-0001164153

CI: V-9.410.582

Tlf: 0424.151.21.38

Taller: El relato de mi vida: descubriendo a mi héroe interior

Este mes de octubre estaré dictando el taller «El relato de mi vida: descubriendo a mi héroe interior».

En medio de esta vorágine que vivimos, muchas veces estamos saturados de información que nos desconecta de nosotros mismos. Es allí donde el relato nos permite a través de la historia y los personajes viajar hacia nuestro propio encuentro.

Este taller de dos jueves te permitirá crear el mapa, descubrir puntos de giro en tu historia, conocer tus ancestros, amores, parejas, amigos…

Y mirarte a ti mismo para descubrir qué tipo de héroes eres… ¿Te apuntas? ¡Viajemos juntos!

Coordenadas: jueves 11 y jueves 18/10.
9 a 1 pm
Lugar: Qta Los Duendes (a media cuadra del consulado de Cuba) Chuao
Reservaciones y más info: 0414.129.84.75 (mensaje y whatsapp)

 

Presentación:

Somos parte de un mundo saturado de información que viaja a toda velocidad.

Atendemos poco, entendemos menos. La emoción parece más importante que la razón.

Las sensaciones lucen más interesantes que los datos.

Y solo a través de la forma logramos captar el contenido.

En este contexto, el relato aparece como un recurso de inmenso valor,
al permitirnos, a través del personaje y la narración, recuperar la empatía,
permear las barreras de la incredulidad y rescatar los afectos perdidos.
Este taller busca revelar un valor adicional del relato: viajar hacia nuestro propio encuentro.

El presente curso está destinado a hacer un viaje hacia nuestro pasado a través de la memoria.

Momentos, fotografías, objetos y lugares, rostros desdibujados y nombres que cuesta recordar, serán la fuente para la construcción de nuestra vida como relato.

Es la memoria la que fungirá de fuente para la reconstrucción de personajes y acontecimientos que puedan dar lugar a un buen relato, pero a la vez, la memoria nos llevará de la mano en un recorrido interior, que nos permitirá descubrir el poder sanador de la escritura.

La historia de mi vida: La creación del mapa o línea del tiempo.
El descubrimiento de los puntos de giro de mi historia.
Los personajes: Conociendo a tus ancestros. Reconstruyendo nombres,
rostros y circunstancias. Amores, parejas y amigos.

“El viaje del héroe” o la teoría del relato: Los arquetipos junguianos y la memoria colectiva.
Todos somos héroes. Héroes y mitos. El héroe o la necesidad de salvación.
Salvador, víctima y victimario. Cambios de rol. ¿Qué tipo de héroe eres tú?

Dirige: Elisa Martínez Licenciada en Comunicación Social (UCAB). Máster en Educación (Universidad de Wisconsin) Doctora en Letras (UCAB). Investigadora de la Universidad de Harvard. Maestra en Psicología Positiva. Fue Directora de la Escuela de Comunicación Social de la UCAB. Actualmente Jefe del Departamento de Artes Audiovisuales. Asesora estudiantil. Consultora y editora de guiones. Profesora de Storytelling para diversas plataformas, de Narrativa y escritura de guión argumental, entre otras.

Coordina: Astrid Kassert, Directora del Instituto Asgard de Formación Sistémica

Duración: Este taller está planificado para ser dictado en 2 sesiones de cuatro (4) horas c/sesión
Requisitos: Disfrutar la escritura sin temor al viaje

Aliñadito con perejil y ají dulce

Hace un par de semanas me la encontré sorpresivamente. En esta hora loca, en que profesores y alumnos huyen en estampida, Eugenia estaba regresando a Venezuela. Quince años en el exterior no habían borrado su pasión por la docencia, y allí estaba, de vuelta en la UCAB, con ganas de seguir entregando sus conocimientos, su energía y su perpetua sonrisa. Agradecí que, aún, buenas cosas pasaran. Entonces me contó que durante su exilio había desarrollado un nuevo talento: la escritura. Me dijo que había escrito un  cuento sobre nosotras, y se lo pedí para compartirlo con ustedes. Aunque aún no he descubierto cual de esas mujeres soy yo, leer este relato fue un lindo viaje a la memoria.   

                                                                              Por Eugenia Canorea

Todo pasó por abrir MI BOCOTA,  el problema es que no la puedo mantener cerrada, no sé si te ha pasado pero yo cuando estoy con otras personas y se hace un silencio total siento una incomodidad tan grande que tengo necesidad de llenar el espacio hablando y entonces hablo sin parar.

No sabes como me gustaría poder estar acompañada y sentirme cómoda en silencio, pero, esto no me ocurre ni siquiera con mi mamá, y es que no puedo estar callada ¡Mira que lo intento! Muchas veces mientras hablo pienso: ¿Por qué digo tantas idioteces? Se nota que la gente está aburrida, tratan de callarme, estoy hablando de más, estoy diciendo cosas inadecuadas y aún así sigo dale y dale. A veces pienso que sólo he logrado tener un silencio confortable con mi marido y mis hijos, sólo con ellos no siento esa necesidad de llenar el espacio y ¡Es tan agradable el poder estar callada al lado de otras personas y no sentir que es incómodo ¡

Por otra parte, tampoco se trata de que no me guste el silencio o la soledad, al contrario he pasado largas épocas en mi vida en total soledad y sin otro ruido que el de mis pensamientos y eso me encanta, me llena de paz y tranquilidad, pero, en público sufro de incontinencia verbal.

Regresando a la historia que te quiero contar, todo empezó porque como siempre abrí mi bocota en un momento inapropiado -es más quizás el momento apropiado no existe-. Antes de seguir me gustaría ubicarte un poco en la situación, somos un grupo de amigas que  solemos  almorzar juntas en la oficina, trabajamos en la misma organización pero cada una tiene una profesión distinta, yo por ejemplo soy psicóloga, y cada mediodía cuando comemos comentamos nuestras vidas, nuestras inquietudes y como suele suceder hablamos de la comida en sí misma.

Tengo la impresión de que las mujeres de hoy en día no tenemos una relación del todo normal con la comida, la presión por encajar en ciertos moldes nos lleva a ser un poco extrañas y -en mi opinión- esto se nota particularmente bien en nuestro grupo.

Voy a comenzar explicando mi propia relación con el necesario acto de alimentarse, la cual además resulta ser -dentro de todo-  bastante normalita  (claro, quizás tengo esa impresión por aquello de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga que llevamos encima).  Bueno, como decía, a mi me encanta comer, cocinar y la gastronomía en general. Estoy suscrita a las revistas Gourmet y Bon Appetite -las dos revistas de cocina más antiguas y prestigiosas de los Estados Unidos-. Pienso que la comida debe ser disfrutada,  por eso mismo no desperdicio calorías. Es decir, no como cosas que engorden y no sean divinas y así me guardo las calorías para las cosas que valen la pena. Por ejemplo: no tomo bebidas dulces -a menos que tengan edulcorantes- para poder disfrutar de buenos postres, no como pan ni arroz blanco, en Navidad elimino las comidas regulares para poder atragantarme de hallacas en las reuniones sociales y de vez en cuando, si se me va la mano con algún atracón dominguero, me tomo un laxante para compensar.

El resto de mis compañeras de almuerzo también tienen sus particularidades gastronómicas: Jacqueline, la contadora, es una chica muy estilosa cuya cartera siempre irá a juego con sus zapatos, con un vocabulario muy preciso para nombrar las cosas y totalmente obsesionada con la limpieza, carga en el bolso un gel antiséptico que utiliza para repasar cuidadosamente los cubiertos –que lleva en su propia lonchera y que seguramente había lavado muy bien antes de salir de casa-. Limpia también sus manos, su taza, y su mantelito individual de plástico en un ritual automático que realiza antes y después de cada comida. Si algún día olvida su almuerzo inspecciona milimétricamente el estado de la cafetería  en la que va a comprar un  tentempié  y cualquier mínimo detalle: un miga de pan en la encimera, una dependienta sin guantes o con el pelo suelto o los envases para llevar a la vista en lugar de estar herméticamente guardados, es suficiente para que desista de comer nada que salga de aquel lugar. Y por supuesto no ingiere carnes  rojas, en realidad, de todas las que almorzamos juntas la única en atreverse con un buen churrasco soy yo.

Luego está Luz, estudió sociología y  es una de las personas más amables que he conocido, habla con mucha dulzura, sabe de todo y no hay nada mejor que escuchar su análisis de cualquier situación de actualidad, tiene un tono de voz que tranquiliza, es muy delgada, tiene unos ojos oscuros muy grandes, expresivos y llenos de cariño. Sin embargo, tiene un sentido tal de la disciplina y una rigidez que la hacen vivir encerrada en sí misma como en una jaula. Ella es de las personas que no se perdonan una, todo lo que hace debe ser perfecto, ajustarse a su rutina de vida y a sus esquemas mentales de  lo correcto, de lo que debe ser. Claro está, mi amiga no transfiere su firmeza a los demás, con los problemas y debilidades ajenas es muy comprensiva y solidaria. Pero, esa forma de ser si la traslada a la comida de forma que no se alimenta de nada considerado dañino para la salud -desde su propio punto de vista- es decir: eliminó totalmente el azúcar y las grasas, no come carnes rojas, no come mariscos, no come salsas porque tienen grasa, come muy poco. Casi todos los días lleva plumitas con pollo y queso blanco. En el fondo sospecho que simplemente sigue siendo una niña malcriada, no aprendió a comer de todo en la infancia y no sabe probar cosas nuevas. Pienso así, porque aún con su necesidad de limitarse nadie puede decir, por ejemplo, que unas piezas de sashimi van a subir el colesterol o afectar al hígado o al colon y a ella le horroriza el sólo pensar en comer salmón crudo. Adicionalmente en los últimos tiempos ha comenzado una cruzada contra las radiaciones de microondas que, según dice,  liberan dioxinas -unas toxinas cancerígenas- supuestamente resultantes de la mezcla producida al calentar recipientes plásticos con grasa, que penetran en los alimentos envenenándonos lentamente cada vez que calentamos algo,  por lo cual ella y la mitad del grupo, están cargando con pesados envases de vidrio para la comida.

Oriana, nuestra médica, es sumamente racional e inteligente, tiene voz de locutora y un estilo hippie que la distingue. En mi opinión, es la más sana en su alimentación -en teoría- porque  siempre todo le parece delicioso y provocativo. No obstante, no come casi nada, en realidad resulta  ser que no puede. Tiene un problema metabólico y por eso casi toda la comida le sienta mal. Generalmente lleva pescado  y sus comentarios suelen ser del tipo: Ojalá pudiera comer esto o aquello. En ocasiones se prepara durante días para darse un pequeño gusto, le encantan los helados y el chocolate, pero como es intolerante a la lactosa son parte de los placeres prohibidos.

Yaritza, la psicopedagoga es una mujer muy atractiva de formas voluptuosas, se preocupa mucho por su físico, va cada día al gimnasio y su relación con la comida es bastante estándar, siempre cuida las calorías, tampoco come carnes rojas, come poco y suele llevar alimentos sanos, mucha verdura, mucho pollo (no sé porque todas mis amigas piensan que la proteína más sana es el pollo, yo prefiero el pescado, la ternera, el cochino, no es que el pollo me disguste, sino que me parece algo aburrido). Trata de comer pocos dulces pero si hay un cumple se deja tentar por un buen trozo de torta.

Y finalmente está Esther, profesora,  brillantísima, de familia judía, verbo caustico y observaciones agudas, siempre deja clara su posición en todos los asuntos. En cuanto a la alimentación nunca le han gustado las carnes rojas y las eliminó completamente de su dieta hace más de 20 años, luego eliminó también el pollo, y después las legumbres -que le dan gases-.  Tampoco le gusta el pescado, comer animales en general le da asco, así que se alimenta de  vegetales, quesos, almidones y dulces. Dice que al ver a alguien engullir un bistec siente una profunda repugnancia que llega a las nauseas, se le paran los pelos de sólo pensar en probar los mariscos, por supuesto ni hablar de cosas exóticas, ella con las pastas y las verduras se siente servida, para mi, es la más radical de todas en el sentido de no ocultar su desagrado por la comida. Al mismo tiempo, presenta algunos problemas de salud, afecciones digestivas, deficiencias de hierro, anemia, entre otros.

Ahora que ya nos conoces te puedo contar lo que pasó el otro día cuando no pude mantener mi bocota cerrada, en nuestros almuerzos  –como te comentaba- conversamos de todo, los problemas con los maridos, política, trabajo, lo que cada una cocinó ese día, lo que hicimos el fin de semana, en fin lo normal.

Pues bien, esa vez yo había llevado una deliciosa ensalada de inspiración thai que es mi versión de una receta de Cooking Light, lleva un mezclum de lechugas con frutos secos fileteados, el aderezo, siempre por separado, tiene como base la salsa de soya y el limón y finalmente va coronada de unos filetes de ternera con un crostón de ajonjolí que deben quedar doraditos por fuera y muy rojos en el centro, cuando mis amigas vieron mi plato comenzaron con la tradicional monserga de la repulsión que les produce ver la carne roja y sanguinolenta y a mí el comentario me llevó a una disertación relacionada con un artículo que había leído recientemente.

El artículo trataba la relación de las mujeres con la comida y decía que en los últimos años además de la anorexia y la bulimia se han desarrollado una gran cantidad de patologías alrededor de la aproximación a la comida, que estas enfermedades generalmente se disfrazan en la búsqueda de una vida más sana, se va limitando la ingesta alimenticia argumentando la necesidad de comer de forma más saludable. Otro dato relevante es que las manías se expresan de múltiples maneras, algunas veces en la forma y el lugar de comer: hay gente que nunca se alimenta en público o que sólo lo hace socialmente. Luego hay personas que eliminan categorías completas de comida y cada día evolucionan suprimiendo un nuevo renglón hasta que al final no comen casi nada. Otros se atragantan sólo de lo que les gusta para luego hacer dietas extremas de limpieza comiendo  piña o repollo en exclusiva durante varios días y muchos más hábitos que no son sino la expresión de un montón de problemas psicológicos relacionados con la autoestima y la necesidad de control del entorno.

Mi perorata finalizó puntualizando que lo más grave de la situación es que muchos de estos hábitos terminan condicionando la existencia de las personas hasta el punto de limitarlas en su vida social, relaciones familiares y muchas veces afectando incluso la salud que pretenden defender.

Ciertamente, ninguna de mis amigas pareció darse por aludida, todas nos consideramos totalmente sanas y en control de nuestras vidas. Somos mujeres modernas, educadas y autosuficientes: mujeres maravilla exitosas en lo profesional y lo personal como esperamos de nosotras mismas. No somos adolescentes obsesionadas con la imagen y la popularidad, cada una ya tiene su lugar en el mundo y estamos bien situadas.

Sin embargo, a los pocos meses Esther me llamó, necesitaba hablar conmigo en privado, me contó entonces que mi discurso de las nuevas patologías psicológicas relacionadas con la nutrición  la había impresionado profundamente, me dijo que al escucharme comprendió que algo dentro de ella no estaba bien, se sintió retratada, por eso buscó apoyo médico y psicológico. Ahora, su marido y sus hijos la estaban ayudando, había recuperado el norte, estaba comiendo carnes rojas (recocidas y disfrazadas dentro de salsas y guisos, porque le seguían dando repugnancia). Su anemia crónica comenzaba a remitir y necesitaba hablar conmigo, primero para darme las gracias y segundo para pedirme los datos de la publicación médica en la que aparecía el artículo que les comenté, su doctor y su psicólogo querían revisarlo para poder diagnosticar mejor su patología con esas nuevas investigaciones.

En ese instante quise que la tierra me tragara, me quedé como muerta ¿Por qué no puedo nunca cerrar la bocota?  Gracias a un comentario trivial mi amiga había cambiado su vida -al parecer para bien, Dios mediante- y ahora quería conocer mis fuentes de información, y claro  ¿Como hago yo para decirle después de todo, que sólo se trataba de un articulito de la revista Cosmopolitan leído en la sala de espera del odontólogo y aliñadito con el perejil y el ají dulce de mi verborrea particular?

La biografía se convierte en biología

Cuando hablamos de biografía, nos referimos, por lo general, al relato detallado de la vida de alguien. En ese relato suelen destacarse los acontecimientos importantes, los eventos que produjeron giros trascendentes en el curso de la vida del personaje. Esos puntos de giro son acontecimientos más o menos trágicos, porque son precisamente esos los que nos obligan a mirarnos adentro y sacar de nosotros el talento escondido, la vocación postergada, el amor retenido. En algunos casos, esos hechos son accidentes fortuitos que dejan cicatrices en nuestro cuerpo físico, y que tendemos a mirar como eventos desafortunados, fuera de nuestro control. De ellos, con frecuencia, emergen personas extraordinarias.

En otros casos, la mayoría, los giros del destino suelen ser pérdidas, injusticias, abusos, traiciones, desamor. Estos eventos son como tormentas internas que inundan el alma y se manifiestan como emociones. Las huellas que éstas dejan no son visibles, como no lo es nuestro cuerpo interno, o nuestra alma.

Pero como nos resulta más cómodo ignorar lo que no vemos, sepultamos en nuestro interior emociones y heridas, sin tener en cuenta que el cuerpo las memoriza en forma de cicatrices y dolor. Las agresiones reiteradas anidan en nuestros sistemas biológicos y órganos, y allí se hospedan hasta construir  el  “eslabón débil”  del cuerpo. Los órganos son extremadamente receptivos a conmociones no expresadas y a sentimientos guardados. Así es como las emociones “toman cuerpo” y las expresamos en frases como “me da dolor de barriga”, “me revuelve la bilis” “me pone la piel de gallina”, “el corazón se me va a salir por la boca”,  “me corta el aliento”.

Para ese momento, nuestro cuerpo, agobiado y roto, busca la manera de enviar a nuestra conciencia un mensaje de auxilio. Ese mensaje, es un síntoma.

Un síntoma es una advertencia de que existe algo que debemos cambiar. El llamado de ese “algo” viene desde muy adentro, desde nuestro núcleo interior, y nos obliga a tratar de entender el lenguaje del cuerpo. Un síntoma pequeño, es un reclamo. Un síntoma fuerte, es un grito de rebeldía.

*Un síntoma es portador de información

*Aparece para captar nuestra atención y canalizar nuestra energía

*Interrumpe la continuidad de la vida cotidiana

*Es una luz de emergencia que nos llama a hacer una pausa

* Nos advierte de que nuestro cuerpo y nuestra alma no están en sintonía

*A veces, es un potente instrumento para reclamar la atención de los demás

Pero cuando lo escuchas, deja de ser tu enemigo, puede convertirse en aliado, hasta en  maestro, y aunque a veces severo, nos sirve de brújula y nos guía hacia la herida que puja por expresarse.   La pérdida de la armonía ocurre primero en el alma. Luego se manifiesta en el cuerpo, puesto que el alma carece de recursos para expresarse físicamente. La rabia acumulada se concentra en el torax, la angustia en el pecho, el miedo en el abdomen, la tristeza en los hombros, y así cada emoción guardada, cosida con fibras invisibles, va apoderándose de un espacio de nuestro físico hasta hacerlo enfermar.

Cuando hemos identificado a tiempo la causa del síntoma y hemos confrontado la herida abierta en nuestro interior, es posible sanar. Pero cuando obviamos el síntoma y preferimos ignorar la causa, la enfermedad tomará cuerpo, ya sin el apoyo de nuestra voluntad.

Solo podemos sanar desde adentro hacia afuera. No es posible a la inversa.

La vida está llena de misterios, y la enfermedad puede ser una invitación a explorarlos.

 

“La biografía se convierte en biología. Nuestro cuerpo contiene toda nuestra historia, todos los capítulos, párrafos, estrofas y versos, línea a línea, de todos los acontecimientos de nuestra vida. A medida que avanza la vida, nuestra salud biológica se convierte en un relato biográfico vivo que expresa nuestras fuerzas, debilidades, esperanzas y temores.

Todos los pensamientos han viajado por su organismo biológico y activado una respuesta fisiológica. “

Carolyne Myss. “Anatomía del espíritu»

 

 

 

 

El mundo a tus pies

 Tengo 23 años. Con toga y birrete, estrenando vestido y zapatos muy altos, desfilo oronda por el escenario de aquel antiguo auditorio de la universidad. Mis padres están allí, orgullosos, mirándome como quien agradece una misión cumplida. Lo hice bien. Mi novio se fue al exterior hace tres meses. Tiene una beca y ya comenzó su posgrado.  Yo me voy en  un par de meses. Me aceptaron en ese programa de escritura que me gusta, en la misma ciudad que él. Viviremos juntos y en un par de años estaremos casados. ¿Quién lo pone en duda después de siete años de amores? El mundo está a mis pies. Tengo la mirada puesta en el horizonte.  Afuera, me espera un chico a quien acabo de conocer. Es muy sexy y me encanta. Amo a mi novio, pero necesito un compañero de baile para esta noche. Lo invité  a una fiesta con mis amigos. El aceptó.

Tengo 26 años. Estoy recién casada.  Regreso del exterior a trabajar en lo que me gusta. Quiero escribir para la televisión y para el cine. Para eso me he preparado. He recibido una oferta de trabajo tentadora en la universidad, pero no la estoy considerando. Soy dueña de mi destino y voy a cumplir mi sueño profesional. Tal vez hasta gane un Oscar

Tengo 28 años. Mi esposo y yo hemos decidido que es hora de ser padres.  Nos preparamos para eso porque ya nos hemos divertido bastante y las condiciones económicas están dadas para criar un hijo. ¡Vamos por ello! Quiero ser mamá antes de los 30.

Tengo 35 años. He estado trabajando en el campo académico, porque las oportunidades no se pueden desperdiciar y yo tuve una en un millón. La verdad, me aburre un poco,  pero el horario es genial y ahora tengo dos niños pequeños. No, no he tirado la toalla con la escritura. En un par de años aún estaré joven e iré por mis sueños.

Tengo 43 años. Han pasado cosas terribles en mi país y yo le empiezo a temer al futuro. No veo claro el porvenir de mis hijos. Ya mi familia pasó por esto en Cuba y no se va a repetir. Cancelado.  No me lo merezco. Ahora trabajo en un canal de televisión escribiendo y eso me hace feliz.

Tengo 46 años. Trabajo mucho en el canal y me queda poco tiempo para la familia, pero sé que puedo ser profesional, esposa y madre al mismo tiempo. Muchas mujeres lo hacen. ¿Por qué no yo?

Tengo 50 años. Acaban de cerrar el canal de televisión para el cual trabajo. La experiencia de Cuba vuelve a repetirse.

Tengo 52 años. He regresado a la academia y creo que finalmente he descubierto mi verdadera vocación. Empiezo a encontrar satisfacción y placer en compartir conocimientos con los más jóvenes. Creo que soy buena profesora. Todos los días aprendo algo nuevo. Estoy hecha para esto. Todo hubiera sido más fácil si lo hubiera entendido antes.

Tengo 57 años. Mis hijos son dos hombres buenos y guapos. El mayor ha decidido irse a España porque se quedó sin trabajo. Aprovechará para hacer un posgrado. Creemos que es lo mejor en esta situación país.

Tengo 59 años. Mi hijo menor se ha comprometido con su novia, a quien amamos. No podemos estar más felices. En poco tiempo los chicos se habrán ido y mi esposo y yo volveremos a estar solos, como en el comienzo. A pesar de tanto, nos seguimos amando. Podremos viajar y tal vez hasta mudarnos de país…tal vez hasta dejemos de pelear tanto por estupideces

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Tengo 24 años. Terminé con mi novio de siete años  y me casé con aquel moreno sexy que me esperaba en la puerta del auditorio el día de la graduación.

Tengo 27 años. Me ofrecieron un cargo excelente en la universidad. Lo acepté.

Tengo 29 años. No logré ser madre antes de los 30.

Tengo 36 años. Escribí muchos cuentos y poemas mientras llegaba el día en que me dedicaría a ser guionista.

Tengo 44 años. Ganó Chávez. Tengo miedo. Me concentro en mi trabajo como escritora en ese canal de televisión.

Tengo 46 años. Mi matrimonio casi se fue a la mierda junto con el país.

Tengo 51 años. Me quedé sin trabajo.

Tengo 53 años. Regresé a la docencia y encontré una vocación que desconocía.

Tengo 58 años. Mi primogénito partió a buscar un mejor destino. El nido comenzó a quedar vacío.

Tengo 60 años. Mi esposo se convirtió en mi ángel.

¿Y tú? ¿Aun crees que controlas tu vida?

En vez de planes, crea opciones

En vez de mapas, usa la brújula

En vez de metas, construye senderos

El mundo estará a tus pies mientras seas capaz de usarlos para recorrer nuevos caminos

Yo elijo

 

Hace ocho meses me encontré de frente con la inmensidad. La inmensidad es ese espacio infinito y arrasado cuya visión no podemos soslayar. Yo, frente al mundo, sin la mano del compañero con quien compartí casi toda mi existencia adulta. Cuando recuperé la conciencia de mi nueva realidad, miré a mi alrededor, y en medio del vacío estaban mis hijos, tan confundidos como yo, tan aterrados como yo, pero con una angustia adicional: ¿Era yo capaz de caminar junto a mi recién llegada soledad, sin deshacerme en el intento? Su padre era el ancla,  la fuerza, el alma generosa que acogía a todos y solucionaba los problemas cotidianos de todos. Por supuesto, también los míos. Yo era la madre un poco hippie, espiritual, cinéfila y lectora empedernida, practicante de yoga y comprometida en cuerpo y alma con la docencia, en un país donde un profesor universitario gana un sueldo que no alcanza para comprar un par de zapatos. ¿Cómo iba a hacer para sobrevivir en el mundo cotidiano, en un entorno donde el día a día es una especie de ginkana?

Pensé entonces que no me iba a morir aunque lo deseara, que si decidiera sentarme a esperar la muerte iba a sufrir mucho y haría sufrir a toda la gente que me quería, y que si tocaba seguir en este plano terrenal, era porque la vida aún esperaba algo de mí. Había que seguir viviendo y hacerlo de la mejor manera posible. ¿Acaso yo no tenía nada más para ofrecer? Era mi elección: vivir el resto de mi vida en el dolor o encontrar un nuevo sentido para los años que me quedaban.

Miré atrás y agradecí a Dios todo lo que me había regalado. Miré el futuro y pensé que ya no era tan largo como para preocuparme tanto por él. Y comprendí entonces que lo único que tenemos con certeza, es el presente.  La partida repentina de mi esposo, el hombre a quien amo profundamente,  me obligó a aceptar la fragilidad humana  y a mirar de frente y sin temor a la muerte, como el hecho inexorable al que todos estamos destinados.

Para los orientales, la certeza 

de la muerte y la confianza en el mundo espiritual que la trasciende, el disfrute es una obligación de cada día. En cambio nosotros, los occidentales, consumimos la vida  haciendo planes a largo plazo, sacrificamos la juventud y el disfrute para cuando la estabilidad llegue, para cuando el momento sea propicio. La felicidad vendrá con el trabajo soñado, la casa y el auto, la pareja y el hijo.  ¿Somos conscientes de que tales cosas pueden nunca llegar? ¿Debemos ser infelices siempre, porque no alcanzamos tal o cual meta, porque nunca encontramos la pareja perfecta o no tuvimos el hijo?

Aplazamos la vida porque evitamos a toda costa vivir conscientes de nuestra finitud.

La felicidad debe ser el camino, no la meta. Debe construirse en el presente, no en el futuro. Debe crearse a partir de lo que un día cualquiera tiene para regalarnos, y no de los grandes momentos perfectos que pueden nunca llegar. Puedes salir a la calle maldiciendo el tráfico y las calles rotas, o puedes poner música porque tal vez no tendrás otro momento del día para escucharla. Puedes levantarte de la cama quejándote de que tienes que madrugar porque te toca esperar una hora el transporte público,  o puedes agradecer que a pesar de todo, tienes trabajo. Puedes llenarte de odio y maldecir a los políticos todo el día, o puedes aceptar que hay cosas que no puedes cambiar y enfocarte en hacer bien aquellas en las que tu actitud puede marcar la diferencia. Elige ser feliz. La vida es hoy.

Aprende a disfrutar los pequeños momentos. Ponles magia. Los grandes pueden llegar, o no.

Sé flexible. El mundo cambia, las personas cambian. Acepta que también las metas deben cambiar.  Cuando debes soltar, hazlo desde el alma y sin rencor, si no, no funciona.

Celebra la vida cada día. Cada uno es un regalo que debemos agradecer.

No aplaces los pequeños placeres. Ponte el vestido nuevo, estrena las sábanas, usa la vajilla de porcelana, brinda a tu salud con las copas de cristal.

Cambia de trabajo si el que tienes no te satisface. Y si no consigues uno nuevo que te agrade, emprende y hazlo por tu cuenta. Correr riesgos es estar vivos.

Aprende cosas nuevas y construye nuevos objetivos.

Conserva y cultiva los buenos amigos.

Viaja siempre que puedas.

Amar es el único y verdadero sentido de la vida. No escatimes el amor.

Agradece el camino recorrido. Bueno o malo, es lo que te ha traído a ser quien eres hoy.

La felicidad es una elección. No cae del cielo. No depende de otros ni de lo que tienes. Tampoco es permanente. No significa no tener problemas o no sentir dolor. La felicidad es la decisión en la que aceptamos vivir con los problemas y el dolor, y no a pesar de ellos.

Yo elijo (luchar por) ser feliz.

 

 

 

 

Locha de risa

 Mi tío Alfonso amorosamente me llamaba “locha de risa”. Nunca he encontrado referencia alguna sobre esta expresión, a pesar de que “locha” es el nombre con el que coloquialmente se denominaba en Venezuela a la moneda de 12.5 céntimos, la cual fue de amplia circulación por casi 80 años y equivalía a la octava parte de un bolívar, que es la unidad monetaria.

Por mi frecuente y contagiosa risa que me caracterizó desde muy niña, entre familiares y  amistades todos sobreentendíamos el porqué del mote de mi tío.  Ahora al recordarlo lo asocio con mi infancia, mi adolescencia, mi  primera juventud, mis años de estudiante universitaria y el vertiginoso salto a ser una “formal ejecutiva”, pero siempre siendo la misma “locha de risa”  … sólo hasta hace treinta y tantos años.

Más que un testimonio facial de una emoción momentánea, mi risa era símbolo y  espejo de mi naturaleza, de mi alegre temperamento,  de mi autoconfianza, extroversión, positivismo; en fin,  de esa felicidad que allanó mi mundo desde que vine a él. Sin embargo, cuando damos permiso en nuestro ser a la entrada del miedo, del control, de la culpa, de la tristeza, de la insatisfacción y de cualesquiera emociones negativas, la risa, que debe venir desde muy dentro, comienza a convertirse en simples muecas vacías, enquistando la manifestación espontánea de la risa, la cual por el contrario al  hacerla parte de uno mismo promueve soltar y liberar tensiones y emociones desagradables y hasta enfermizas.

En este vuelo en el que acompaño a mi querida amiga y colega Elisa, uno  de mis  primeros desafíos ha sido reencontrame con “locha de risa” e internalizarla nuevamente en mi “Yo Interior”. Que seamos una sola.  En cuanto a mí, hubo una alarma cuando leí una frase del poeta vietnamita Ho Chi Minh: “Podrás perder batallas, pero solamente al perder la risa habrás conocido la auténtica derrota”. Ese fue el comienzo. Penetrar, ver y escuchar lo que me gritaba y reclamaba mi “mujer salvaje”, esa que representa la esencia femenina instintiva que hay dentro de toda fémina y que es una fuerza poderosa llena de creatividad apasionada y de sabiduría eterna. La misma de nuestro sentido original que significa vivir una existencia natural, y en la que me vi reflejada al toparme con su arquetipo, delineado por la psicóloga junguiana Clarissa Pinkola Estés, en su libro  “Mujeres que corren con los lobos”.

Apenas estoy despegando, tomando aliento una y otra vez para insistir en elevarme cada vez más. Sí, soy solamente una iniciada pero ya convencida de que desde la conciencia y el amor, sin carreras ni atropellos, pero sí con firmeza, voy dando saltos asertivos y fortalezco el poder de mis pensamientos, emociones y decisiones. Acorde con mi fe y creencia de que Dios me trajo a este plano con libre  albedrío para ser feliz.

Al asumir actitudes afines con mi propio y original “Yo”,  me desanclo del suelo limitante e inhibidor, mientras que voy soltando emociones perversas y  me voy llenando de sensaciones agradables. En mi despertar tengo el pálpito de que renazco, con apenas algunas actitudes que he modificado; mi propia luz está comenzando a brillar y en los logros que he obtenido saboreo lo que son los estados de plenitud, de motivación, de seguridad, de placer, de gratitud, de perdón … de libertad, de risa fresca…

Aunque el tiempo apremia por el entusiasmo y por los menos años que quedan en este ciclo, tengo la convicción de que enfocándome y atreviéndome a ser y hacer, sin atropellar ni imponer, sino usando mi inteligencia emocional es absolutamente posible construir y empezar este segundo vuelo para mostrar que yo soy “Yo”, que me gusto, que me amo y por tanto tengo licencia para opinar … decidir …  para ser auténticamente esa “risa esencial” que de pronto me está haciendo sentir más liviana, creativa y vital en este camino de nóveles propósitos que me llenan el alma.

Los dejo durante un rato porque estoy dando la bienvenida a la única e inigualable “locha de risa”.

Azucena Valdivieso de Torre