Extraña petición que me hace alguien muy querido y a quien nada puedo negar, así que aquí estoy ante mi laptop tratando de poner en palabras un amor que nunca había puesto en un texto.
Ser abuela fue una experiencia temprana para mí, cuando a los 47 años nacen mis dos nietos primeros. Mis nietos ¨morochos¨ impactaron doblemente mi encuentro con otra dimensión del amor.
Una niña y un niño entraron para siempre en mi vida, y mirarlos me hacía pensar que algo había cambiado de manera absoluta para mí. Era abuela y mi hija me había dado la primera señal de que la vida era un tránsito al infinito, porque todo seguiría por senderos nuevos que se abrían con esas nuevas vidas.
Hoy soy abuela ya seis veces, y en cada uno de mis nietos hay caminos por donde yo también transito de otra manera. Explicar lo que eso significa es el reto de estas líneas.
Ser abuela es tener un amor en tercera persona. Sabes que tus nietos son tu extensión, pero al mismo tiempo los miras desde ese espacio en donde sabes que son otros quienes deben darles las herramientas esenciales para vivir. Tú miras desde ese lugar distante y al mismo tiempo cercano, desde tu propia experiencia, y estás ahí para el consejo que se da sólo cuando se pide. Eres espectadora de tu propia vida y de la vida que han generado tus hijos en esos seres tan queridos como los propios, pero liberada del deber ser y de la obligación de no equivocarte.
Curiosa esta reflexión que jamás hubiese hecho sobre mi papel en la vida de mis nietos, y que hoy disfruto como el inmenso regalo que mis hijos me han dado. Sí, ser abuela es volver a ser mamá, pero con la gran ventaja de que estás en libertad de amar y de ser amada sin el conflicto de si estás o no malcriando, porque ese ya no es tu problema.
Podríamos decir, usando una frase hecha, que ser abuela es un amor sin fronteras…en tercera persona.
Virginia Aponte