Bajo el signo de Escorpio

Noviembre es un mes difícil. Es el mes de Escorpio, el octavo signo del zodíaco, representado por el escorpión que simboliza lo secreto, la transformación profunda, la transmutación de viejas energías y los cambios internos. Su regente es Plutón, el planeta que se relaciona con las fuerzas ocultas de la vida y representa el renacimiento que sobreviene después de la destrucción. Es el planeta de los extremos. Conecta con lo oscuro y lo profundo, pero también con lo creativo y regenerador. En el tarot, Escorpio se asocia con el arcano número XIII, conocido como La muerte. El paso por el arcano XIII habla de un proceso de transformación que labra el ego y lo doma.

Noviembre es el mes en que cada año revivo la partida de mi esposo, quien, además, era ascendente Escorpio. Es el mes en que me conecto con la oscuridad y el duelo, pero también es el mes que me regaló a la primera descendiente de una nueva generación de la familia. Un mar de sentimientos confusos se entremezclan con mis tres signos de tierra, pero al final, me entrego a la intensidad escorpiana para que fluya como un río y me bautice con agua nueva.

El agua nueva tiene los nombres de Martina, de Olivia y muy pronto, también tendrá el nombre de Victoria. Tengo dos sobrinas nietas escorpianas, descendientes de madre y abuela, también escorpianas. Olivia, mi Olivia, nació bajo el signo de Cáncer, que también corresponde al elemento agua.  Y como yo no creo en casualidades, hoy entiendo que tengo mucho que aprender de las propiedades del agua. Escorpio ha estado presente en mi vida como espejo y como maestro. Me ha señalado lo oscuro y lo que me he negado a ver, pero también me ha mostrado que es posible renacer.

Todo comienza y termina, y todo continúa siempre en formas similares y a la vez distintas. Solo cambian los lugares y los tiempos. Martina fue la primera de una nueva generación familiar. Y nosotros, inmigrantes o hijos de inmigrantes, pensamos que los hijos de nuestros hijos nacidos en esta tierra, también serían venezolanos. Pero no fue así.  Martina llegó al mundo en la Madre Patria donde, seguramente, vivió algún tatarabuelo. Allí nacerá, muy pronto, Victoria. Y me pongo a pensar que es la vuelta al origen y al mismo tiempo, la continuación.  El Universo sigue empecinado en demostrarnos que la rueda de la fortuna no se atiene a los planes ni a los deseos. Y que este mundo que vivimos no se parece en nada al que vivieron nuestros padres y mucho menos al de nuestros abuelos.

Todo cambia continuamente. Como el agua.

Hace poco tiempo escribí sobre la “modernidad líquida”.  La liquidez de Bauman aplica a todo. Al trabajo, a las relaciones, y por supuesto, al sentido de nacionalidad y de patria.  En un mundo globalizado las fronteras se desdibujan, y por más que a veces duela, la decisión de abandonar el lugar de origen ha dejado de parecer una idea descabellada. La búsqueda de lo que hoy entendemos por calidad de vida, es el motor que impulsa nuestra barca en dirección a nuevos destinos. La postmodernidad nos dice que hay que fluir y salir de la “zona de confort”, aunque esta no tenga confort en lo absoluto. Definitivamente, el mundo ha dejado de ser sólido y todo lo perdurable se va quedando en el tiempo.

Aunque para los venezolanos el tema de la migración es particularmente doloroso porque lo sentimos en carne propia, el planeta entero está lleno de migrantes que traspasan fronteras y atraviesan mares. La familia de hoy día tiene muy poco en común con la familia tradicional en la que probablemente crecimos. Y mi generación, que sobrevive entre la idea de tradición y arraigo sembrada por nuestros padres y la necesidad de movilidad y cambio de nuestros hijos, ha debido aprender las nuevas reglas del juego.

Crecimos con el sueño de la casa llena, las reuniones dominicales y los nietos corriendo en el jardín. Pero hay que asumir que este mundo es otro. Que la vida de hoy es volátil aquí y en todas partes y que se trata de aceptar el viaje como viene y no como queremos que sea. Fuimos educados para un mundo estable que ya no existe, y cuanto antes lo aceptemos, más rápido estaremos dispuestos a aprender a vivir en él.

Las familias de nuestros días son satelitales. Como las células, se dividen, pero luego se multiplican y crean infinitas células más.  Esas nuevas células pueden hallarse en cualquier parte del cuerpo, no importa si pertenecen a órganos distintos. Todas ellas constituyen un tejido que es necesario en su conjunto, para que la vida sea posible.

En el teléfono veo a Martina y la puedo escuchar. Recuerdo que mis padres se comunicaban con cartas que el correo tardaba semanas o meses en entregar. No podían ver a los suyos en la distancia.  Entiendo que soy privilegiada. La tecnología me permite conocer a alguien que vive muy lejos. Y observo que todos los tiempos y todas las épocas contienen lo bueno y lo malo porque esa es la naturaleza humana. Que a veces nos aferramos a sueños que soñaron algunos antes que nosotros, sin darnos cuenta de que los nuestros pueden ser otros, si les permitimos entrar.  Nos rodean, por igual, la muerte y la resurrección.

Vuelvo a pensar en la célula e imagino a mi familia dividida, creciendo, multiplicándose en el mundo.  Hermanos y primos que tal vez no crezcan juntos, descubrirán nuevos modos de encontrarse y de quererse. Porque lejos o cerca, lo importante es hallar la manera de no romper el tejido que nos une. 

Martina. Olivia. Victoria.

El renacimiento. La esperanza. La continuación.

El ciclo de la vida es como el agua

En tu equipo siempre, Maestra

Entraste al salón como una tolvanera, sin impedir que la puerta se cerrara de un portazo detrás de ti. Tú nunca perdías tiempo en nimiedades. Avanzaste hasta el frente de la clase con paso firme y, con toda a naturalidad que te caracterizaba, te sentaste sobre el escritorio. “Soy Carmen Cecilia Mayz, su profesora de Historia de la Cultura I”. Tu mirada se posó rápido sobre cada uno de los rostros de aquellas 60 almas que cursábamos el primer año de Comunicación Social, buscando identificar rostros conocidos. Mi amiga Marité y yo estábamos sentadas en primera fila, y allí te detuviste: “Irimia y Martínez” ‘, dijiste, con esa sonrisa de satisfacción que expresaba lo orgullosa que te sentías del privilegio de tu memoria. Dos años antes habías sido nuestra profesora de Literatura en el cuarto año de Humanidades del Colegio Teresiano. En la segunda clase, eras capaz de recordar sin vacilación los apellidos de los sesenta alumnos que componían el aula.

Tu asignatura era mi favorita. Nunca olvidabas que éramos estudiantes de Comunicación Social, y nuestros trabajos pasaban por hacer un periódico que se editaba en la antigua Grecia o un video en el que representábamos los Cuentos de Canterbury. Eras una comunicadora nata, y todo aquello de luces, cámara y acción, te gustaba y se te daba naturalmente. Tu inteligencia y afán de conocimiento eran ilimitados, y no había un área del saber en la que tu curiosidad no hubiese indagado.  Sin embargo, lejos de toda soberbia o vanidad, tu mayor carisma eran la franqueza, la espontaneidad y la sencillez, que poco tenían que ver con pretensiones academicistas. Me hiciste amar la historia y el arte pero, sobre todo, me llevaste a descubrir en el conocimiento no solo el valor de la libertad humana, sino de la libertad femenina. Cuando hablabas con pasión de la Antigua Grecia decías que, si hubieras vivido entonces, habrías sido una cortesana, porque ese era el único espacio en que las mujeres griegas podían tener acceso a los libros y al saber.

Para ese momento eras la directora del Departamento de Promoción de la UCAB, en donde hacías un extraordinario trabajo de fundraising y mercadeo. Yo había sido de tus mejores alumnas y al año siguiente me propusiste trabajar contigo. Desde entonces fui tu discípula. De tu mano llegué a la UCAB como docente cuando regresé de hacer mi posgrado. De tu mano llegué a la dirección de la Escuela, aun siendo muy joven. Y más tarde, cuando la UCAB se te hizo pequeña y diste el salto al mundo exterior, me invitaste a acompañarte en nuevos proyectos y espacios de trabajo. Mi vida profesional tiene tu sello. Mi carrera en la docencia universitaria nace de tu apoyo y de tu ejemplo.

Fuiste mi maestra y también mi gran amiga. Nuestras edades eran distantes y nuestras personalidades distintas, pero existía un profundo vínculo entre nosotras. Habíamos compartido el devenir de nuestras vidas durante más de cuarenta años, conocíamos a nuestras familias y, junto a una copa de vino o un café, participábamos en magníficas conversaciones sobre el arte, la educación, la política o nuestra gran pasión por los viajes. De ti recibí importantes consejos para la vida que me han hecho ser la persona que soy. No eras dada a las muestras afectivas, pero sé que me querías tanto como yo a ti. Y como Dios no te dio hijos, me honra pensar que soy una parte de ese legado que formaste para prolongar la huella de tu paso por el mundo.

Tu andar era tan rápido como tu pensamiento. Con energía infinita te desplazabas por la vida en una carrera que parecía escatimarle cada segundo al tiempo. Siempre tenías un nuevo proyecto bajo la manga, un nuevo reto que te animaba a crecer ante las dificultades y a moverte al ritmo de las épocas. Enviudaste un par de años antes que yo, y aunque sé del dolor que significó la pérdida de tu amado José Manuel, al poco tiempo te rehiciste. Te mudaste a un lindo apartamento cerca del bosque, cuyo clima te permitía cultivar preciosas orquídeas. Cuando me tocó a mí enfrentar la viudez me diste ánimo, y tu fortaleza y optimismo me sirvieron, una vez más, de inspiración para reinventarme. Un poco antes de la pandemia estabas en Madrid, aprendiendo redes sociales, y entre risas, como quien admite una travesura a destiempo, me contabas aquella experiencia en la que tus jóvenes compañeros de clases se admiraban del espíritu de esa señora mayor que había venido desde tan lejos a aprender algo que a su edad resultaba impensable.  

Tuviste una buena vida. Viajaste mucho. Conociste gente interesante. Participaste en proyectos maravillosos al servicio de grandes causas. Aprendiste todo lo que pudiste. Tuviste un buen matrimonio y una carrera exitosa. Sin embargo, sé que aún te quedaba mucho por hacer. Estabas en medio de un proyecto importante. Planeabas un viaje apenas salieras de los estragos del Covid. Cuando te enfermaste me dijiste que, gracias a Dios, estabas vacunada y sabías que saldrías pronto de eso. No puedo imaginar lo que fueron para ti tantos días de aislamiento y reposo. El silencio obligado y el no hacer nada no eran compatibles contigo.

La vida te quedó corta. Quizás está hecha a la medida de lo que pueden dar las personas promedio y tú, estabas fuera de rango. Cien años no te hubieran alcanzado. Dejas pura vida en este plano.

En mi alma y en mi corazón no caben la gratitud por todo lo que me diste. No sé si descansar en paz es un buen destino para ti, porque así no imagino tu felicidad. Quiero pensar que para este momento ya le habrás contado al Señor que las cosas por aquí no van nada bien, y que Él tiene que tomar cartas en el asunto. Quiero pensar que a estas alturas ya estás armando un proyecto para mejorar la situación de los mortales y estás instruyendo a un grupo de ángeles porque no hay tiempo que perder. Ese va a ser un equipo extraordinario, y cuando yo llegue, sé que en él habrá un puesto para mí.

Cuenta conmigo, Maestra.

Caracas, 29 de agosto de 2021

EL ERMITAÑO

Un anciano solitario cubierto con túnica y capa, portando en sus manos un báculo y una lámpara, ha logrado llegar a la cima de la cumbre. Sus pies se apoyan sobre los riscos nevados, los mismos riscos que en el arcano número 1, El Loco, se veían a lo lejos, como una meta aún difícil de alcanzar.

El Ermitaño es una de mis cartas favoritas del Tarot. Corresponde al número 9 que, en la numerología, marca el fin de un ciclo, el cierre de una etapa. Los ciclos y las etapas solo pueden cerrarse desde la soledad y el contacto directo con nuestra conciencia. En eso está El Ermitaño, recorriendo un camino de introspección.

El Ermitaño no tiene posesiones ni equipaje. La larga y blanca barba parece decirnos que el anciano ha pasado un largo tiempo alejado de las exigencias de la civilización. El báculo dorado, símbolo de sabiduría y conocimiento, está en su mano izquierda, indicando que la sapiencia de este hombre no es solo intelectual, sino que se deja guiar por la intuición y el instinto. Este báculo le ha servido de apoyo para escalar, para elevarse desde la humildad espiritual sobre los quehaceres del mundo.

Su mano derecha sostiene una lámpara a la altura de sus ojos, y su mirada está puesta en el camino. En contraste con El Loco que dirige su vista al cielo y se apoya en el suelo con una sola pierna, El Ermitaño ha aprendido que hay que pisar firme y conocer la dirección en que se mueven sus pies. La luz que brota de la lámpara del anciano sabio es una estrella de seis puntas cuyos dos triángulos entrelazados, que apuntan uno hacia arriba y otro hacia abajo, representan la unión del cielo y la tierra, de lo humano y lo divino. Él es cuerpo y alma en equilibrio.

Muchos pueden sentir que la falta de contacto social y el aislamiento, causados por la pandemia, los ha convertido en ermitaños. Pero sentirnos presos de nuestra soledad, cansados del encierro y víctimas del miedo, poco tiene que ver con el noveno arcano. Sin duda, este es un buen tiempo para dejar entrar al Ermitaño, pero no llega impuesto desde afuera. La introspección y el viaje hacia nosotros mismos solo pueden obedecer a una iniciativa personal. Cuando decidimos aprender a reconocernos y a cambiar el rumbo de nuestro destino, hay que subir riscos, atravesar el frio y la oscuridad, y confiar en el poder de nuestro báculo para llegar a nuestra propia cima. Solo así podemos encender la luz de nuestra conciencia y portar la lámpara que ilumine el camino del otro.  

La Rueda de la Fortuna

Cualquiera que no esté familiarizado con los significados arquetípicos del Tarot, suele asociar este arcano con el dinero o con la suerte. La verdad es que a mi esta carta me resultaba un poco amenazadora, y lo más curioso, es que cada vez que alguna amiga tarotista me hacía una tirada, se presentaba el famoso arcano como respuesta a cualquier cosa. Cuando aprendí Tarot terapéutico, entendí el porqué.

Hay tres arcanos mayores en el Tarot que significan cambio: el arcano número XVI, La Torre, del que les hablé en un artículo reciente, el arcano número XIII, La muerte, y el número X, que precede a los otros dos:  la Rueda de la Fortuna. Mientras La muerte y La torre nos hablan de transformaciones profundas, La rueda de la fortuna representa la movilidad inexorable de la vida. Nos recuerda, simplemente, que somos vulnerables. En algunas barajas está representada por una rueca, ese instrumento medieval relacionado con la feminidad con el cual las mujeres tejían telas e historias que podían conducirlas a la hoguera. En otras barajas, la rueda semeja más bien el timón de un barco, la rosa de los vientos. Sobre esa rueda aparecen figuras en movimiento que simbolizan las fuerzas humanas que se ponen en juego continuamente en cada decisión de nuestra existencia. Me gusta interpretarla así: el timón del barco. A veces nos toca navegar sobre un mar embravecido y puede parecernos que, momentáneamente, perdemos control de nuestro destino.  Pero el timón sigue estando en nuestras manos, sigue siendo nuestro. 

La rueda de la fortuna es la vulnerabilidad, la pérdida, el cambio permanente que es inherente a la vida. Un día estamos en la cúspide, la rueda gira, y en un segundo tocamos fondo. La rueda es la incertidumbre. Pero también es la certeza de que el timón está en nuestro poder y podemos decidir, con un nuevo giro, llegar salvos a puerto.

Ya no le temo al arcano X, en consecuencia, ya no me acecha. Ninguna carta del Tarot es una amenaza o una predicción inexorable. Los arcanos son fuerzas arquetípicas que nos sirven de espejo para “darnos cuenta” de donde estamos y a donde vamos. Yo los uso como herramienta de autoconocimiento y para potenciar mi intuición. Y tú, ¿ sabes cómo usar a tu favor el poder del Tarot?

VIVIR EN LA TORRE

El Arcano número XVI del tarot se llama La Torre.

La carta muestra el destello de un relámpago que impacta sobre una torre. Sobre el fondo oscuro, se esparce un humo gris producto de las llamas. Mientras, una enorme corona dorada cerrada en la parte superior, como ignorando poder alguno por encima de sí misma, cae desde la cúspide. Por las angostas ventanas saltan al vacío dos personas, cabeza abajo. Una de ellas extiende sus manos hacia delante tratando de prevenir la caída, mientras la otra parece no hacer ningún esfuerzo por eludir el inevitable golpe contra el suelo.

Nunca he sido tentada por ninguna de las formas de leer el futuro, sin embargo, en la medida que he envejecido y se han presentado ante mí preguntas trascendentales con respecto a la vida y a la muerte, han aparecido, por sincronicidad o serendipia, la astrología, el tarot, y otras herramientas similares, que para algunos iniciados ofrecen respuestas y guías. Como desde hace muchos años soy seguidora de Jung, no me fue difícil descubrir que todas esas predicciones y señales mágicas que no entendemos por la vía del intelecto, no proceden de otros mundos, sino que son las fuerzas arquetípicas que habitan en nuestro profundo, intenso y extraordinario inconsciente.

Pero el objetivo de este artículo no es el tarot ni el inconsciente. Es esa carta de enorme significado que se llama La Torre, y ante la cual, algún desprevenido consultante del tarot, puede entrar en pánico.

¿Cuántos años de nuestra vida hemos pasado encerrados en la Torre? A veces la torre es nuestra, la hemos construido nosotros solitos como una fortaleza elevada que nos protege del mundo. A veces la torre es el ego que crece y se empina, ciego y sin ventanas, mientras nos acomodamos la corona con la convicción de que todo está bajo control. Y otras veces, las peores,  la torre que habitamos ni siquiera es nuestra. Vivimos presos en la torre de otro, y no nos damos por enterados.

Lo que no es posible es vivir para siempre en la torre. Un día, el menos esperado, impacta el rayo, se produce el incendio, llega el caos…y tienes que saltar. Cuando saltas, mientras vas cayendo al vacío, pasa la vida ante tus ojos, y en una epifanía descubres que la torre no te protege, que lo que guardas en ella se desvanece y que la hermosa corona dorada está a punto de hacerse añicos.  El trono de las certezas es solo un capricho del ego que no tiene posibilidad en la vida real.

Cuando escucho últimamente hablar con tanta frecuencia sobre la incertidumbre, como si esa palabra fuera un término nuevo en nuestro vocabulario, pienso en cuan poderoso es el ego y con cuanta fuerza se ha inculcado en la mente de los hombres la absurda idea de que tiene poder para controlarlo todo. Esta pandemia vino como ese rayo, a impactar nuestras torres para recordarnos que nuestra corona no es la más alta, y sin duda, no es la que más brilla.

La vida que conocemos está atada al espacio tiempo, y sobre esas dimensiones los seres humanos no tenemos poder.  

Si a duras penas puedo controlar lo que ocurre en mi habitación en este momento preciso, ¿ como puedo pretender controlar lo que pasa afuera, o lo que pasará mañana o dentro de un año?

No es posible encerrarnos en la torre con la vida, ella siempre sigue su curso, afuera, en el futuro, con o sin nosotros.

 La única posibilidad que tenemos es entender y aceptar nuestros límites, nuestra vulnerabilidad, y abrazar con fe la certeza absoluta que nos regala vivir sin certezas.

OLIVIA

Trascendencia es una palabra grande.

Cuando somos pequeños, resulta incomprensible.

En nuestra juventud,  parece innecesaria

Es en la madurez cuando comienza a tener sentido.

Algo nos revela de pronto que la vida es efímera y que nuestro futuro en el mundo se acorta, y por primera vez, volteamos a mirar el camino recorrido, tratando de descubrir si nuestros pasos han dejado alguna huella.

Y es que nadie quiere desaparecer por completo.  Dicen en esa hermosa película llamada Coco, que no morimos del todo mientras alguien nos recuerde en este plano. Y para seguir ese juego inconsciente de la perpetuidad, nos dedicamos a construir memorias, recuerdos, fotografías, y sobre todo, afectos.

La primera mitad de la existencia la dedicamos a sembrar el futuro.  Sembramos proyectos profesionales, relaciones, hogares, familias.  Y de pronto, nos sorprende la segunda mitad de la vida y la cosecha no parece tan frondosa, tan generosa ni tan colorida como habíamos imaginado.  ¿Qué tanto o qué tan poco he hecho durante mi estadía en este mundo?  Comenzamos a descubrir el verdadero significado de la gran palabra: trascendencia

Trascender es extenderse, difundirse, propagarse… puede hallarse en ese proyecto que culminamos, en el amor que entregamos, en la mano que extendimos, en la enseñanza que ofrecimos, en el tiempo que cedimos. Pero todas las formas de trascender tienen que ver con el amor, en cualquiera de sus múltiples expresiones. Del amor nacen los hijos y a ellos les pasamos el testigo de nuestra alma familiar para que se encarguen de extenderla más allá de nosotros. Solo que cuando nos convertimos en padres, somos demasiado jóvenes para alcanzar la visión de la propia mortalidad, para entender el “más allá de nosotros”.

Hace dos semanas, y habiendo aprendido bastante acerca de la finitud humana y las huellas que quiero dejar en esta vida, descubrí el sinónimo de la palabra trascendencia escondido en un nombre:

Olivia

Resulta natural aceptar que trajimos al mundo a nuestros hijos, pero parece casi un milagro mirar la continuación de la vida a partir de ellos.

Olivia. Esa pequeña, maravillosa criatura, es el relevo, la nueva receptora del testigo.

Un nieto es esperanza y luz.  Es certeza de la gracia Divina. Es la vida después de ti, más allá de ti.

Conocí a mis cuatro abuelos y de cada uno conservo una huella, una palabra imborrable, una mirada de amor infinito, una lección de vida. Memorias imborrables.

Trascender es ver el alma familiar perpetuada en el tiempo.

Olivia, nacida bajo el signo de Cáncer, el signo que abre las puertas a la luz del verano, trae con ella la fe, la fuerza espiritual, la sensibilidad, la intuición. Ella trae el calor a mi signo de invierno.

Olivia y yo construiremos las memorias, los recuerdos, las fotografías, el amor… sobre todo el amor.

Sé que mientras alguien nos recuerde en este plano, no nos vamos del todo.  Al menos eso dice Coco.

Yo tengo la certeza de que Olivia estará de acuerdo.

EL ÁGUILA (Parte II)

Este mes se cumple el segundo aniversario de la primera publicación de mi  blog.

Yo no me acordaba de eso, hasta que en la mañana de hace un par de días, Facebook me recordó la fecha. En ese momento pensé  “debería escribir algo, tal vez cambiar el encabezado”. Todo quedó allí, porque gracias a Dios en esta cuarentena siempre tengo mucho que hacer. Pero esa misma noche recibí un mensaje de una queridísima ahijada, excelente fotógrafa, a quien le debo casi todas las fotos de mis publicaciones. “Madrina, iba a empezar una presentación para una propuesta y vi esta imagen en morado y me inspiré para hacerle esto. No sé por qué me vino a la mente automáticamente”.

Y sí, mi color es el morado. Mi avatar es el águila. Y es el cumpleaños de mi blog.

Esta es la imagen que Susi me regaló:

Cuando le conté que estaba justo celebrando el aniversario del blog, ella, que es una mujer inmensamente sensible y perceptiva, entendió  su impulso.  Y yo  también.  Y es que cuando empezamos a integrar nuestro inconsciente y a apreciar nuestro poder perceptivo, más allá de la razón, descubrimos la  sincronicidad y empieza la magia.

Este viaje que inicié en 2018 ha sido una transición hacia una nueva mirada a la vida

Elsegundovuelo.com fue la materialización de un propósito. Y subrayo la palabra propósito, porque eso fue. No fue un sueño, no, nada que ver con un sueño, porque jamás hubiera querido, y mucho menos soñado, tener que volar un segundo vuelo con todo el peso de lo que eso significa. Yo hubiera preferido seguir volando el mismo vuelo el resto de mi vida. Pero no me tocó así.

Aunque creo que esta historia ya la he contado antes, para celebrar mi bog, hoy la vuelvo a contar.

En aquel diciembre del 2017 yo estaba hecha pedazos junto a mi familia en Madrid.  Dios me ha dado siempre luz y fuerza, y ya yo había entendido que el peso de mis alas me podían precipitar al vacío, así que con la ayuda de la inspiración de mi prima que me contó sobre la gran aventura que debe recorrer el águila en la mitad de su vida para poder vivir la segunda mitad, me arranqué alas y garras y esperé, resguardada, a que volvieran a nacer.

Tenía que encontrar un propósito que diera sentido a ese pedazo de vida que me faltaba por vivir. Entonces se encendió en mi alma una especie de lamparita en medio de la oscuridad: ESCRIBE. Recordé que esa pasión estuvo en mí siempre,  que desde niña escribía cuentos, poesías, en mi adultez guiones…pero luego esa pasión se fue adormeciendo para dar paso a la docencia, un trabajo mucho más sereno y acorde a la vida de mamá y esposa.

Y allí estaba  yo, una tarde cualquiera, sentada en la mesita del comedor del apartamento de mi hijo Jorge en Madrid, acompañada de mi otro hijo y de mi sobrino, cuando les dije que quería tener un blog. Todos conocen mi pasión por la escritura, y gracias a su apoyo inicial, me convencí de  que el blog podría ser  el inicio de un nuevo propósito . Inspirado en la metáfora del águila, mi hijo Víctor, que es el creativo de la familia, propuso el nombre: el segundo vuelo. El dominio estaba libre. Mi sobri Jose, que sabe mucho de páginas web, me ayudó a dar los primeros pasos en el mundo de la tecnología y el Word Press, que hasta entonces formaban parte para mí de un mundo que no me interesaba en lo absoluto. Cuando regresé a Venezuela en marzo del 2018, dos amadas exalumnas me enseñaron  interactuar con la página y a entender el uso de las imágenes y el diseño. Comencé a escribir mis primeros artículos que vieron la luz en el mes de mayo. El primero se llamó así: El ÁGUILA.

Desde allí, mi vida empezó a cambiar. Reaprendí el valor terapéutico de la escritura, y lo comprobé desde mi propia experiencia.  Comencé, lentamente, a descubrir que ese primer propósito llamado elsegundovuelo.com,  me conducía a otros propósitos más grandes y poderosos. Yo siempre había aprendido desde el intelecto, pero ahora eran mi espíritu y mi corazón los que necesitaban cuidado y conocimiento. Entonces se reveló el mundo mágico. Apareció un mar de sincronicidades, de encuentros con maestros y de nuevos aprendizajes que a medida que se iban integrando a mi nueva vida, me daban seguridad, fortaleza, y sí, un poco de felicidad. Y como yo no era el centro del mundo, entendí que aquellos recursos que yo estaba absorbiendo para mi propia salvación, debían tener un destino más grande. En ese momento se reveló ante mí la misión de vida, que es aún más grande que el propósito. ¿Para qué estoy aquí? Para ACOMPAÑAR  a otros que han transitado experiencias similares. Para COMPARTIR desde el aprendizaje y la experiencia que han significado volver  a volar desde el sótano a la cima, a pesar de que me hubiera encantado, como a casi todas las aves,  continuar  planeando serenamente.

Soy una mujer como todas. Si yo pude, tú también puedes. 

He acompañado a varias a renovar sus alas. Si quieres, también te puedo acompañar.

¿Sabes cual es tu propósito?

ESTÁ BIEN NO HACER NADA

Esta semana me encontré una insólita entrevista con el Vice Gobernador de Texas, Dan Patrick. Con  incredulidad, leí las siguientes palabras: “Volvamos a la vida. Hagámoslo con inteligencia. Y los que tenemos 70 años o más nos cuidaremos a nosotros mismos. Pero no sacrifiquemos al país”. De esas desafortunadas frases me quedaron tres palabras: vida, inteligencia y sacrificio.

“Volver a la vida”, dentro de un contexto trastocado por el miedo, la angustia y la muerte, significa para este señor volver al trabajo, continuar con la producción, seguir haciendo afuera lo que se nos ha enseñado desde pequeños que tenemos que hacer: dinero y seguridad material. Y no es que estas cosas no sean importantes, pero cuando todas las señales de Dios y el Universo te dicen que para salvar al mundo hay que parar, pues hay que parar. La economía se reconstruye, como los ciclos de la humanidad han demostrado suficientes veces. La vida, no.

“Hagámoslo con inteligencia”. ¿De qué inteligencia habla una persona que prioriza la economía sobre la vida? No tengo más comentarios.

“No sacrifiquemos al país”. Pareciera que un país entonces es un cúmulo de bienes materiales donde la persona humana no tiene otro valor sino estar al servicio de los bienes que produce. Si la palabra país  es traducida como economía, no importa el sacrificio de unos cuantos, de quienes que ya no “hacen”,  mientras haya jóvenes con fuerza suficiente para sobrevivir al caos y preservar las bondades del mundo material conocido.

Cosas como esta se repitieron en diversos contextos para demostrar la absoluta desvalorización  de la responsabilidad que como seres humanos tenemos frente al mundo. Y no hablo de aquellos que quizás, aún en medio del miedo, deben continuar saliendo de sus casas porque es en la calle donde se procuran el pan de cada día. Hablo de tantos que paseaban por las plazas y llenaban las playas hasta hace una semana, porque no podían desperdiciar encerrados los días libres o el asueto de primavera.

Muchos seres humanos, en medio de este abismo al que nos lanza la vida, se niegan a entender el  mensaje.

Las redes sociales se desbordan de ofertas de cursos, clases, talleres y actividades de entretenimiento y aprendizajes de toda índole, para que nuestras agendas de encierro estén siempre copadas. Todo con el fin último de no aburrirnos, no desesperarnos, tener paciencia, pero sobre todo,  mantener las pilas cargadas y listas para que a la primera señal del silbato,  todos corramos: FUERAAAA!  Todo eso está bien, cuando  lo integramos como parte de una rutina en la que debe prevalecer el encuentro intrapersonal a la luz  del aislamiento y el silencio.

Pero más allá del encierro obligatorio que como seres sociales nos resulta antinatural, nos aterra la sensación de NO HACER NADA. Y cuando digo no hacer nada, me remito de nuevo al Vicegobernador de Texas: si no trabajamos, no producimos, no hacemos nada en el afuera. Sin duda, muchos estarán auténticamente preocupados por su trabajo y su sustento. Pero no hay nada que podamos hacer para asegurarnos de que una vez pasado esto, todo seguirá igual. Yo creo que no, que nada seguirá igual. Y para entonces, muchos tendrán que replantearse el trabajo y la vida entera. Pero eso será ENTONCES. No debe haber sentimiento de culpa en no hacer nada. No hay nada malo en no hacer nada. En el presente, está en juego la vida de todos, la salud de todos. Y  la responsabilidad personal que tenemos frente al otro es el único valor que pueda salvar a la humanidad. ¿Es tan difícil encontrar en esto un sentido para la vida?

Ayer, mientras repasaba mi Instagram, leí un mensaje de un exalumno y ahijado muy querido, que como tantos, es emigrante. Su post decía algo así: “Cada tres años se repite en mi vida un ciclo que por alguna razón, me obliga al encierro. Esta es la tercera vez que me pasa lo mismo, aunque estas circunstancias son muy diferentes. Desde hace mucho, dejé de creer en casualidades. Por eso me pregunto qué quiere decirme la vida cada tres años encerrándome en mi casa sin yo quererlo”.

Y como yo tampoco creo en casualidades, mi respuesta fue esta: “¿No será que has estado huyendo de algo que no está afuera, sino adentro? En el viaje interno siempre está la respuesta”.

En cada pérdida, en cada catástrofe individual o colectiva, hay un mensaje personal para cada uno.

Nos dicen que es hora de detenernos. Y como queremos seguir sumergidos en el hacer, pues nos aturdimos con cualquier cosa para seguir surfeando la ola. Que ésta nos lleve a cualquier parte menos al interior de nosotros mismos. Allí habitan las sombras que tememos, pero al evitarlas, también nos perdemos el lugar de la luz, que puede revelarnos caminos nuevos.

Si tienes salud y amor, comida y techo, por precarios que sean, agradece el presente. Cumple tu parte con el mundo y con la vida que te corresponde vivir. Todas las emociones son válidas. No te impongas ser feliz. Todo es impermanente, esto también pasará. Si no puedes hacer en el afuera, no te sientas culpable. A veces está bien no hacer nada. Viajar en este tren, no es opcional. Pero tienes el poder de elegir tu destino.

 En el viaje interno siempre está la respuesta.

EL PODER DE LA PLUMA

El poder que me ha regalado el acto de escribir, es invaluable.

Desde muy pequeña y habiendo sido una niña introvertida, acompañarme de un papel y un lápiz constituía un acto de resiliencia. Mientras los niños de mi edad rompían la piñata, yo prefería estar sentada jugando con una servilleta, y aunque para entonces no sabía escribir, en mi imaginación ya se levantaba un universo paralelo que me trasportaba a otro lugar más placentero. Descubrir la escritura para mí fue una revelación. En el colegio era siempre la mejor cuando se trataba de escribir cuentos y composiciones. Castellano era mi asignatura favorita.  En mi adolescencia, esa situación no cambió mucho. No fui la chica divertida con quien se hace grupo para ir a una fiesta, sino más bien la amiga tranquila, “más madura”, estudiosa y responsable, que las chicas buscaban cuando necesitaban llorar la traición del primer amor o estudiar la materia raspada que había que pasar para evitar el temido examen de reparación. En mi particular aislamiento, encontré refugio en los diarios. Durante esa primera etapa de adolescencia que pasé en Cuba, era imposible pensar en la existencia de uno de esos preciosos diarios con candaditos y llaves minúsculas que conocí al llegar al capitalismo. Entonces usaba un cuaderno sencillo, lo forraba con la cartulina que hubiera y lo decoraba con lápices de colores.

Así fueron mis primeros diarios. Creo que escribí cuatro o cinco. Los quemé todos, menos uno. Hace pocos años, en un viaje a La Habana, mi prima, quien había quedado como custodia del último de esos diarios, el que escribí el año en que emigré, me lo entregó. Releerlo fue una experiencia dolorosa y a la vez sanadora. Redescubrir quien era yo en aquel momento, comprender cómo enfrenté los acontecimientos dolorosos que me sobrepasaron y cómo esa experiencia me hizo cambiar hasta el punto de no reconocerme en cosas que estaban allí escritas, me hizo comprender que escribirse a uno mismo es un acto salvador. Recorrer la vida a partir de esas huellas dejadas en papeles aquí y allá, es una manera de reconstruir fielmente los hechos, sin ser traicionados por los devaneos de la memoria.

Nunca dejé de escribir, aunque ese trabajo personal, con el devenir de los años y los reclamos de la vida cotidiana, fue quedando al margen. A veces no nos damos permiso para recorrernos porque nos aterra lo que podemos encontrar. A mí me pasó así. Pero cuando hace tres años la vida me dio un golpe bajo , en el apogeo del dolor le dije a mis hijos: “necesito ayuda para hacer un blog”. Así nació elsegundovuelo.com y allí empecé a recorrer un pedazo completamente nuevo de mi existencia. En ese blog están mis primeros artículos escritos desde la oscuridad de la tristeza, y luego siguieron otros que dejaban testimonio del viaje de mi vida, en la certeza de que al recorrerlo de nuevo, era posible reconocerme en mi vulnerabilidad, pero también en mi fuerza.

En la vida profesional, como profesora de guion, también tomé conciencia de que había una narración personal oculta dentro de cada historia que mis alumnos contaban. Estaba el viaje de un personaje que era el protagonista de sus historias, pero también de fondo, escondido o disimulado, transcurría un viaje personal. Hacerme consciente de esto que de algún modo yo ya sabía, me hizo ver mi labor docente desde un nuevo punto de vista. Desarrollar mi intuición para aprender a leer el dolor y la alegría del personaje oculto se convirtió en el objetivo de mis clases, y desde esa posición, encontré un sentido mayor a mi trabajo. Entonces me di a la tarea de aprender nuevas herramientas de apoyo para poder acompañar, de algún modo, la fragilidad de aquellos personajes en sombra.

De esa alquimia que se produjo entre mis vivencias, mi profesión y mis aprendizajes, nació el primer taller de escritura terapéutica. Creo que es muy poco lo que debo agregar para explicar de qué se trata. La escritura terapéutica no es otra cosa que mirar, reconocer y reencuadrar el storytelling personal, entendido como viaje hacia nuestro propio encuentro. Es sacarte la vida de la memoria para ponerla sobre el papel, mirarla desde afuera, y desde allí, colocarle un nuevo marco. El relato de vida nos conduce a  descubrir fortalezas y valores, ignorados u olvidados, para identificar aquello que nos hace  únicos. Un auténtico storytelling nos regala la llave de nuestra conciencia, pero también de nuestro verdadero poder para alcanzar, desde quienes somos y lo que tenemos para ofrecer al mundo, nuevas  posibilidades para reinventarnos.  

EL 2020

No sé por qué el 2020 me suena tan bonito.

No sé mucho de numerología, pero como quiero aprender de todo un poco, me puse a indagar por ahí lo que significa esa cifra tan particular. Encontré que el dos es el número de la empatía, el equilibrio, la unión y la receptividad. El cero es el círculo, la energía creadora. Pero luego descubrí que para saber el número que corresponde al 2020, hay que sumar sus cuatro dígitos, y esto resulta en un cuatro. El cuatro es un número maestro. Entonces conseguí esto tan hermoso:

La presencia de este número en la creación es continua: son cuatro los puntos cardinales, los vientos, las estaciones del año, las fases de la luna, el nombre de Dios… Por otra parte, alquimistas e iniciados han ensalzado el cuatro como un axioma en la búsqueda de la perfección que el espíritu emprende en esta vida”. “La energía de esta vibración es productiva y práctica, no obstante, luchará por grandes ideales: la justicia, la solidaridad, la igualdad entre clases sociales…estos objetivos humanitarios serán el verdadero motor de la evolución de este año, siempre y cuando no se deje arrastrar por el excesivo apego al poder material”. (Wengo.es) 

Me quedé pensando que este puede ser el año de Venezuela. Pero para mí, que soy profesora y sé poco de numerología, el 20 es el número de la perfección, así que un 2020 es dos veces perfecto.

El 10 de enero regresé a casa con nuevos planes y el corazón repleto de alegría. Había visitado a mi familia, abrazado a Martina Elisa, y casi al mismo tiempo me habían revelado que el año nuevo traería otra princesa, mi primera nieta, que nacerá bajo el hermoso signo de Cáncer. ¿Casualidad? Es el signo cuatro del Zodíaco y el opuesto al mío, Capricornio. Agua y tierra, ella y yo, opuestos complementarios. La tierra contiene y canaliza el agua. El agua mantiene la tierra viva y fértil. Con eso bastaba para que el 2020 fuera un año especial. Pero tengo más.

Terminé mi formación en Logoterapia y Análisis Existencial, o como debería llamarse mejor: Análisis Existencial y Logoterapia.  Para graduarnos, debíamos diseñar dos talleres que dieran fe de nuestros conocimientos y que a su vez crearan un efecto multiplicador. Tuve el privilegio de diseñarlos y dictarlos en conjunto con mi maestra de terapia sistémica,  Astrid Kassert, y no dejo de agradecer esta experiencia.

Cuando hablo de Logoterapia pocos entienden de qué se trata. Lo primero que ocurre, es relacionar  logo con palabra, con verbo. En efecto, logos es una palabra de origen griego que significa argumentación por medio de la palabra, pero también se refiere a pensamiento, razón. Ambos significados se relacionan estrechamente.

El creador de esta psicoterapia es el médico vienés Viktor Frankl (1905-1997). Este hombre vivió prácticamente todo un siglo, un siglo oscuro, signado por dos Guerras Mundiales, una entre guerra y una postguerra. Sobrevivió a cuatro campos de concentración en los que perdió a su familia. Pero la Logoterapia no nace allí. Desde la época en que Viktor era estudiante de medicina, buscaba métodos más humanos para ayudar a jóvenes que se encontraban perturbados después de la I Guerra Mundial. Decide especializarse en psiquiatría, y su aporte más importante es el  vínculo que establece desde esta disciplina, con la filosofía, para construir una visión antropológica de la terapia.  

La Logoterapia existe desde los años 30. Pero cuando años más tarde, Frankl vive el horror de los campos de concentración, tiene la oportunidad de experimentar en carne propia la validez de sus teorías.   

¿Qué sentido tiene la vida?, es una pregunta que surge de un continente herido, destruido, para la que Viktor Frankl tiene una sola respuesta: frente a lo que la existencia nos impone, tenemos que responder con un sí,  a pesar de todo. Cada hombre es un ser original, único e irrepetible, que está llamado a ocupar un lugar en el mundo y tiene la responsabilidad de descubrir cómo llenarlo.

Frankl concibe al ser humano como un todo integrado por diversas dimensiones: física o biológica, psicológica o intelectual, social, y espiritual. Al reconocer la espiritualidad en el hombre, añade una dimensión que no está sometida a las leyes de la física, no se enferma ni se deteriora. Es lo más sabio de nosotros y lo que nos diferencia del resto de los seres vivos. Es lo que nos permite vivir nuestra existencia desde una posición cercana a nuestros valores y a lo que verdaderamente deseamos para nosotros mismos. Frankl dice que no tenemos nada que preguntarle a la vida. La vida está allí y es lo que es. Nuestro deber es responderle a la vida. Y aunque a veces el acceso  a nuestra espiritualidad esté bloqueado por diversas razones, los recursos espirituales no dejan de estar presentes. El fin de la Logoterapia es, precisamente, ayudar el paciente a acceder a esos recursos espirituales para lograr dar sentido a cada momento, por duro que resulte. No podemos cambiar las circunstancias en las que nos toca vivir, pero sí podemos elegir, responsablemente, como responder a esas circunstancias.

Esto es un breve resumen de una formación de casi un año. He aprendido mucho acerca de quién soy y de la responsabilidad que tengo en la búsqueda de mi felicidad. Es poco lo que puedo hacer para cambiar las cosas fuera de mí, pero soy completamente libre para elegir con qué actitud vivir. Soy original. Soy única. Soy irrepetible. Tengo un lugar en el mundo que no puedo dejar vacío. ¿Para qué estoy aquí?

En este caminar voy dejando mi huella, reconociéndola mía. Y veo que de esa huella van naciendo brotes de vida nueva que se multiplican y crecen, y también hay otros casi marchitos que reverdecen cuando les llega un poco de luz y los abrazas…y cuando te alejas porque ya conoces de sobra que hay un destino final, descubres con felicidad infinita que tu lugar no estuvo vacío, y que ejerciste con libertad el derecho a elegir el sentido de tu vida.

Mientras tanto, el 2020 me sigue pareciendo enigmático y luminoso. Perfecto.

Bienvenido será cada mes y cada día, con sus luces y sus sombras.

Mi respuesta es siempre sí a la vida