En esta etapa de mi camino y en diferentes escenarios, he tenido la oportunidad de compartir vivencias con muchas mujeres . Estar sola es una puerta abierta para reanudar el encuentro con el propio género y recuperar contacto con viejas amigas. Quizás eso, junto con mi trabajo como profesora y terapeuta, me ha permitido observar, desde la experiencia, ciertos rasgos femeninos muy comunes que no dejan de preocuparme. He descubierto una generación de mujeres obsesionadas con la perfección. La búsqueda de la perfección conduce, nada más y nada menos, que a la necesidad de controlarlo todo.
En mi generación, quizás porque no estábamos expuestas a las redes sociales y no vivíamos en continua comparación con nuestras congéneres, o porque el asunto de la liberación femenina no se había convertido en necesidad de privilegiar nuestro yang sobre nuestro ying, el perfeccionismo y el control no eran tan comunes . Yo nunca me he sentido perfecta ni he pretendido tener control absoluto sobre ningún aspecto de mi vida, llámese hogar, hijos , trabajo o vida social . Quizás he sido un poco hippy, pero compartir el control con mi pareja o con mis compañeros de trabajo, siempre me pareció que estaba bien , porque me permitía vivir en equilibrio. Hoy miro con preocupación una generación de jóvenes adultas que han popularizado el singular concepto de «síndrome del impostor» . Nunca se sienten completamente seguras de que lo que hacen sea lo suficientemente bueno . Nunca nada de lo que delegan en los demás está lo suficientemente bien hecho. Y en el afán de controlar y hacer, terminan por deshacerse a ellas mismas. Muchas de las jóvenes a quienes acompaño en sus procesos no se dan cuenta de por qué se sienten ansiosas y agobiadas. Como no saben ponerse límites, contienen la rabia y la tristeza, hasta que en cualquier momento y por cualquier motivo, estallan, o peor aún , enferman . Lo más grave, es que las consecuencias de estos afanes perfeccionistas dejan sus huellas en el entorno más cercano: la pareja y los hijos. Con frecuencia, estas mujeres repiten el patrón de sus madres, o son el resultado de las heridas de rechazo.
Tomar conciencia es el primer paso. Pero para soltar el control y dejar a un lado la obsesión por la perfección, hay que cumplir dos condiciones: primero, reconocer y abrazar nuestros limites humanos. No podemos abarcarlo todo. No podemos hacerlo todo bien . Reconocernos imperfectos y vulnerables no significa no ser suficientes. Y, segundo, confiar en que los otros harán su parte, aunque el resultado de esa parte no se corresponda ciento por ciento con nuestras expectativas. Cada uno aporta a la vida desde su lugar en este mundo. Cada uno es perfecto desde sus fortalezas y sus carencias. Somos únicos e irrepetibles en nuestra humana imperfección. Por eso siempre necesitamos del otro.
En lo que a mí respecta, acepto que no tengo control sobre la mayor parte de las cosas que me ocurren en la vida. Acepto que hago las cosas poniendo lo mejor de mi, pero a veces me equivoco . Acepto que no soy perfecta , y no importa.