Hemos leído mucho últimamente acerca del tema de las inteligencias múltiples. Varios son los autores comprometidos con estas teorías y sin duda alguna, la inteligencia no ha escapado a la manía de nuestro mundo moderno de clasificarlo todo. Pero, ¿qué entendemos por inteligencia? Partiendo de la etimología de la palabra, esta se origina en las raíces latinas intus = entre y legere = leer, escoger. Entonces, podemos definir la inteligencia como la capacidad humana de elegir, entre diversas posibilidades, la mejor.
Este concepto suena raro, ¿no? Elegir entre posibilidades. Elegir lo mejor. Es obvio que el mundo de mi infancia y el de todos mis ancestros no entendieron esto. La inteligencia era vista entonces como un todo subdividido en habilidades y destrezas, que concluían en un temido numerito que te decía tu coeficiente intelectual. Este numerito podía destruir tu autoestima en un solo segundo.
Yo odiaba esos tests porque mi habilidad numérica era deplorable, por no hablar de la espacial. Mi capacidad de ubicación en el espacio físico es nula, y mi vida transcurría en la desorientación más absoluta hasta que algún genio inventó esa maravilla llamada Google Maps. Mis resultados de esos tests resultaban bastante buenos porque mis habilidades verbales y lingüísticas eran excelentes, y eso compensaba lo mal que me iba en las otras áreas.
En 1983, Howard Gardner expone la Teoría de las Inteligencias Múltiples, e identifica nueve tipos: lingüística y verbal, lógico-matemática, musical, visual-espacial, naturalista, corporal kinestésica, interpersonal e intrapersonal. No solo se reconoce que se puede ser inteligente de diversas formas, sino que se introduce la idea de que la inteligencia involucra aspectos que tradicionalmente no habían estado relacionados con ella. Por primera vez se habla de inteligencia intrapersonal, que es la capacidad para comprendernos a nosotros mismos, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios, e interpersonal, que es la habilidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas.
En 1995, Daniel Goleman sacó a la luz un nuevo tipo de inteligencia que se ha hecho muy popular en nuestros días: la inteligencia emocional. Entender que el manejo de nuestras emociones y sentimientos y la eficacia en nuestras relaciones es también una forma de inteligencia, es un hallazgo que ha logrado explicar por qué muchos alumnos brillantes con coeficientes intelectuales deslumbrantes, terminan siendo poco exitosos en su vida profesional, mientras muchos a quienes en la escuela considerábamos mediocres, terminan siendo exitosos.
Gardner dice que es posible integrar y desarrollar todos los tipos de inteligencia. Yo no lo dudo, pero tampoco creo que a estas alturas de mi vida yo aprenda a manejarme en una ciudad sin Google Maps. Sin embargo, tengo la certeza de que hay dos clases de inteligencia que se pueden desarrollar si nos lo proponemos: la interpersonal, que no es otra cosa que la muy cacareada inteligencia emocional, y la intrapersonal, que es la vía hacia el autoconocimiento y que un grupo de autores ha definido como inteligencia espiritual.
La inteligencia espiritual es la “huída hacia adentro”. Tiene doce poderes, de los cuales iré hablando en futuras entregas. Aquí les cuento los cuatro primeros:
1.- La búsqueda de sentido. No hay nada en la vida a la que no se pueda encontrar un valor si entendemos que todo tiene un para qué. Si observamos cada hecho de nuestra existencia y su impacto en la sucesión de acontecimientos que crean nuestra historia, notaremos que nada es fortuito y que todo nos invita a abrir la conciencia para descubrir nuestro lugar en el mundo y el objetivo de nuestro viaje.
2.- La capacidad de preguntar. Solo el hombre es capaz de preguntar y preguntarse. Esto nos separa del mundo animal. El individuo está permanentemente en busca de respuestas. Cuando se le acaban las preguntas, pierde su esencia humana y se animaliza.
3.- El autodistanciamiento. Las personas tienen la capacidad única de poner la vida en pausa por un segundo para “salir” de una situación y observarla en perspectiva. Desde allí podemos repensar los hechos, rearmarlos, y tomar conciencia de que somos arquitectos de nuestro destino.
4.- La autotrascendencia. El ser humano está llamado a un destino mayor, a salir de sí mismo para encontrar al otro y dejar una huella en el mundo que habita. El gran reto del hombre de nuestro tiempo es entender su misión de vida, aceptando que a veces ésta, está fuera de su zona de confort.
Pocas veces es posible elegir las circunstancias y el entorno en que han de transcurrir nuestras vidas. Y pocas veces también es posible cambiarlas. Pero si tenemos un para qué vivir, habrán mil maneras de descubrir el cómo. Allí se revela con absoluta claridad el sentido de la definición de inteligencia: intus = entre y legere = leer, escoger. De nuevo, la capacidad humana de elegir entre varias posibilidades, la mejor.
¿Es posible fortalecer nuestra inteligencia espiritual? ¡Desde luego que sí! Aquí te dejo la fórmula:
Practica con frecuencia la soledad, no le temas, es un recurso invaluable para distanciarte y reconocerte
Haz el ejercicio de filosofar, mira hacia adentro y descubre todo lo valioso que hay en tu interior como ser único e irrepetible.
Practica el diálogo socrático, que no es más que el arte de preguntar y preguntarte.
Ejercita tu cuerpo, recuerda el postulado griego de mente sana en cuerpo sano.
Aprende a trascender las situaciones límite, no puedes escapar de ellas. No preguntes por qué. Descubre y comprende el para qué.
Desarrollar la inteligencia espiritual posee valiosos beneficios al desarrollo integral del ser humano. Promueve la creatividad, establece el sentido de los propios límites para asegurar la certeza de quienes somos, nos conmina a la vivencia plena del ahora como contraparte de la certeza de nuestra finitud, y nos dispone a comprender la vida como proyecto, que cada quien elige cómo llevar a buen fin.
En palabras de Frederick Nietsche, “quien tiene un para qué vivir, puede encontrar muchos cómo vivir”.