La sociedad posmoderna nos ha hecho ver el cambio como una necesidad primaria. Continuamente los medios de comunicación y las redes sociales nos invitan a vivir el hoy, a dejar atrás lo que ya no sirve a nuestros intereses y enfocar la mirada en el próximo paso. Muy probablemente, si hiciéramos un análisis de contenido de esos mensajes, confirmaríamos que las palabras “soltar” y “fluir” son las más recurrentes en las frases con que los gurús de las redes sociales nos invitan a renovarnos.
Fluir es una palabra que caracteriza a la sociedad líquida, concepto desarrollado por el sociólogo y filósofo polaco ZygmuntBauman (1925-2017) para referirse a un mundo que ha perdido la solidez de la estructura, que se ha vuelto maleable y escurridizo. En un contexto que induce a la transformación permanente, detenerse a pensar es una pérdida de tiempo, y el tiempo es oro cuando los logros materiales son el principal indicador del éxito.
Soltar significa no apegarse a nada, no hacer el menor esfuerzo por sostener y conservar. Con la velocidad de un clic, nos conectamos con todos y nos desconectamos cuando queremos. La permanencia y la estabilidad, asustan. Esta sociedad en continuo cambio que evita a toda costa la certeza de la pausa, ha convertido al hombre en un ser inmerso en la angustia existencial y la incertidumbre. El que no cambia o se renueva, queda excluido.
A diferencia de los líquidos que tienen la cualidad de la fluidez y no se atan de ninguna forma al espacio ni al tiempo, los sólidos no cuentan con la cualidad de fluir. Son estables y perduran. Pero ese legado de valores de nuestros antepasados, lo antiguo, sólido y perdurable, lo consideramos obsoleto. La tecnología facilita el individualismo y la autogestión, y carente de estructuras sólidas de las cuales asirse, el hombre vive agobiado por la posibilidad de su propia obsolescencia. Ante la amenaza de ser desechado, no hay permiso para construir permanencia. Y es que “la modernidad líquida” permea todos los ámbitos de la sociedad: el trabajo, las relaciones sociales, el amor, la familia.
Pero, ¿es verdaderamente imposible para el hombre vivir sin dejarse arrastrar por la fluidez devastadora que impone el mundo exterior? Viktor Frankl tiene una respuesta para esto: resiliencia. La voluntad de sentido, que nos permite construir una vida sana en un medio insano.
El hombre del presente está sometido a continua presión. La dimensión física, sumergida en el hacer, busca satisfacer la dimensión emocional, a través del tener. El hombre queda desintegrado, pues se desvanece su dimensión más distintiva: la espiritual. No obstante, conserva la libertad para elegir cómo responder a ese entorno precario. Hacer uso de esa libertad implica la voluntad de encontrar un sentido a su existencia. Y es en el descubrimiento de ese camino personal y único, cuando el hombre rescata esa dimensión espiritual como respuesta a los problemas que lo agobian, orientando la acción hacia la esperanza, el esfuerzo y el compromiso consigo mismo y con los demás.
Ante una sociedad líquida, indetenible e incierta, solo cabe como respuesta la solidez de los valores y la voluntad de sentido que nos impulsa a asumir la vida como tarea.