Como alma que lleva el diablo

Lo que voy a contar hoy no tiene mucho que ver con el propósito de este blog, sin embargo, después de que lean esta crónica, se darán cuenta, como yo, de lo poco que nos conectamos con nosotros mismos. De que resulta imposible mirar al otro, sin previamente, habernos mirado.

Hoy se cumplen 11 meses de la partida de mi esposo, y quizás por eso, estaba particularmente sensible. O  quizás porque el evangelio de hoy era ese texto tan bonito de San Marcos que incluye la frase: “Más fácil entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos”. O tal vez porque el sacerdote, al inicio y al final de la misa,  encomendó en sus oraciones a Gregory, un jovencito de la Parroquia, quien había sufrido un grave accidente e iba a ser intervenido el próximo miércoles. Quizás fue un poco de todo eso.

Salí de la misa con cierta sensación de paz, caminando despacio entre la gente que corría  “como alma que lleva el diablo” para evitar la cola del estacionamiento. Afuera,  un señor delgado de unos cincuenta años, con rostro desesperado y una carpeta en la mano, buscaba la atención de la gente mientras anunciaba con voz entrecortada: “Yo soy el padre de Gregory, por quien el Padre les pidió que oraran”.  El señor, quien con toda certeza era la primera vez que hacía algo como eso, mostraba con vergüenza una factura guardada en una carpeta en la que se podía leer el monto total de la operación de su hijo. Me acerqué un poco, y le escuché decir en un tono más bajo: “Este es el costo de su operación y no tenemos completo el dinero para cubrirlo”. Mientras repetía aquellas palabras, yo me preguntaba si era que la gente no escuchaba lo que yo escuchaba, y no veía lo que yo veía.

Miré con estupor cómo dos señoras, sin apenas detenerse, le entregaban un par de billetes de baja denominación, como si aquel desesperado padre estuviera pidiendo limosna. También pasaron veloces las dos mujeres que conversaban a mi lado durante la misa, y recordé sus bolsos de marca, colgando del banco.

¿Indolencia? ¿Indiferencia? ¿Cansancio, tal vez?  No pude contener las lágrimas. Me resultaba trágica la vergüenza de aquel señor, intentando ser notado por un público ciego y sordo, ensimismado en el único interés de su propia supervivencia.

Los que conocemos un poco  el Evangelio, sabemos que el texto de San Marcos no dice que ser rico es malo. Lo malo es el apego a la riqueza, la incapacidad de buscar la trascendencia y el sentido, más allá de las posesiones materiales. Y sí,  todos tenemos problemas, carencias y necesidades propias, pero ¿la vida es solo eso? ¡Nadie había entendido una sola palabra de la homilía! ¿Acaso la fe y la búsqueda espiritual no implican el compromiso con una causa más grande que uno mismo? ¿Con el prójimo, por ejemplo?

Con aquella sensación que produce el sentir que eres ajeno al mundo, me acerqué a aquel hombre triste,  le puse la mano sobre el hombro, y le pregunté cómo lo podía ayudar. Sacó un papelito donde había copiado el número de cuenta bancaria de su esposa, me miró a los ojos y me dijo “El Padre me dijo que me encontraría con un angelito”.  Le dije “Tenga fe, todo va a estar bien”.

No creo que haya que ser ángel para tener empatía con un ser humano que sufre

No creo que el amor pueda reducirse a una limosna entregada con mirada esquiva

No creo en la vida espiritual de quienes  ignoran el principal carisma de su fe

No creo que valga la pena sobrevivir, solo para no morir

No creo en la vida sin sentido

No creo en la vida sin trascendencia

No creo en pasar por el mundo “como alma que lleva el diablo”

Cuando llegué a casa desmoronada, le conté a mi hijo lo que acababa de pasar. “La sociedad está jodida, ma. Especialmente la venezolana. ¿De qué te asombras?”

¿De qué me asombro?

Hoy se cumplen 11 meses de la partida de mi esposo, y quizás por eso estaba particularmente sensible. O  quizás porque el evangelio de hoy era ese texto tan bonito de San Marcos que incluye la frase: “Más fácil entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos”. O tal vez porque el sacerdote, al inicio y al final de la misa,  encomendó en sus oraciones a Gregory, un jovencito de la Parroquia, quien había sufrido un grave accidente e iba a ser intervenido el próximo miércoles. Quizás fue un poco de todo eso.

Si alguien quiere donar para los gastos médicos de Gregory, aquí los datos:

Banco Banesco

0134-0946-34-0001164153

CI: V-9.410.582

Tlf: 0424.151.21.38

Un comentario en “Como alma que lleva el diablo”

  1. Entiendo perfectamente tus sentimientos. No es nada nuevo el que nos estemos convirtiendo en un pueblo bastante indolente. Pero también es cierto que quizás si el Sacerdote al inicio o al final de la Misa hubiera comentado sobre la presencia y necesidad de ayuda del padre de Gregory, es probable que el resultado hubiera sido diferente. Por lo menos, eso quiero creer, antes de aceptar de manera definitiva la indolencia a la cual me referí al comienzo.

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