Un primero de enero mi madre me trajo al mundo. A ella le empezaron los dolores de parto el 31 de diciembre. En la clínica, veía pasar las horas, y su mayor angustia era empezar el año nuevo hospitalizada. Mi madre era muy aprensiva, y creía firmemente que el lugar, la compañía y el estado de ánimo con que uno recibiera el año nuevo, marcaría el resto del año. Así que como el médico le dijo que yo no tenía ninguna prisa en nacer y que seguramente me demoraría hasta el día siguiente, a las 11 de la noche le pidió a mi padre que salieran de la clínica y esperaran el año fuera de allí. Como lo que había más cerca era un cine, pues allá se fueron los dos. Nunca pregunté qué película vieron , es bastante probable que ninguno de los dos se acordara, y pienso que entre los dolores de parto y la emoción de la nueva etapa, muy poco les importaba en ese momento lo que pasaba en la pantalla. Bastaba con estar juntos esperando mi llegada, con la certeza de que pasar las 12 de la noche en un lugar más amable, presagiaba un mejor futuro para la nueva familia de tres.
Nací el 1 de enero a las 2 de la tarde. La luna estaba en Virgo y el signo de Tauro marcó mi ascendente. Tres signos de tierra y el nacimiento por cesárea conformaron la energía con la que vine al mundo. Solo en mi vida adulta y luego de acercarme al lenguaje de los astros, comprendí algunos aspectos de mi ser que no lograba descifrar. Todo esto, más el ADN familiar , que no solo deja su huella en el cuerpo físico sino también en las emociones y en el alma, constituyen la base de nuestro temperamento y manera de mirar la vida. Luego, la familia y la sociedad se encargan de poner su parte.
En mis sesiones de terapia , cuando llegamos a este punto, se genera siempre la misma pregunta: es posible «superar» toda estas poderosas energías que parecen conducir nuestras vidas y actuar por su cuenta? Entonces aparece un rayito de luz: no hay que «superar» nada, no hay que ignorar, despreciar, anular nada de lo que somos. Hay que reconocer e integrar. Hay que abrazar cada pedacito nuestro con el mismo amor. Somos únicos, originales e irrepetibles. Dios nos dio un espíritu que es libre para elegir lo mejor en cada circunstancia, por adversa que parezca. En esa alma que nos hace únicos, cabe todo lo que somos . No se trata de borrar la sombra, sino de ser capaces de buscar siempre la luz.
Tus palabras son siempre un soporte de brisa limpia en el alma.
Un fuerte abrazo, amiga