-Lo malo de tu mamá, y yo la quiero mucho, es que habla con muchos refranes-
-A caballo regalao, no se le mira colmillo- le dijo la esposa.
Eulalia fue a pasarse todo un largo y ardiente verano con las hijas de su hija que la llamaban abuela, pero nunca dijo que detestaba que la llamaran así en público, porque las apariencias engañan y así ella quedaba como que si no le importara envejecer.
Apenas llegó por la puerta del garaje, en un unísono tono gritaron: ¡abuela! y cuando fue a abrazar a las más grandes, la de un año, que estaba en brazos de la madre no la dejó, porque lanzó los brazos con tal fuerza para abrazarla que Eulalia soltó el celular, la tableta y la cartera en el piso para agarrarla y recibir el abrazo más apretado que una niña de un año pueda sostener.
Eulalia dijo: – ¡Mi rompe grupo!, a lo que los padres se miraron con los ojos abiertos como diciéndose mutuamente: ya comenzó.
Cabe aclarar que Eulalia decía que los terceros hijos eran unos rompe grupos por experiencia, porque tuvo a su varón cuando las hembras estaban ya para graduarse de primaria y secundaria y tuvo que quedarse muchas veces con el bebé en la casa, mientras las dos niñas y el padre formaron un trío dinámico a partir de entonces y se la pasaban en la calle.
La chiquita no perdía oportunidad para lanzarle los brazos, como que si fuera a volar a lo Supermán y Eulalia la recibía y se apretaban en un abrazo las dos hasta no poder respirar más.
Como siempre, los primeros días son de adaptación y cuando por primera vez acostaron a la chiquita que se quedó llorando en su cuarto, Eulalia voló como una garza y entró en el cuarto y la niña se paró levantó los brazos y se abrazaron y la arrulló hasta que se rindió.
Todo esto lo veían con horror los padres a través de un monitor en la sala de la televisión, porque la niña estaba muy disciplinada y lloraba tres berrinches y se dormía y después que se fuera Eulalia ¿qué?, llamarían a María como dice un refrán.
A la mañana siguiente como a las seis, la niña pegó un gritico y Eulalia brincó de la cama y se metió en el cuarto, pero al mismo tiempo, el hombre en dos zancadas subió las escaleras con un tetero y le dijo que no y más nunca pasó.
Pero, siempre hay una oportunidad…
La parejita comenzó a ir al último turno del cine aprovechando la presencia de Eulalia, que se quedaba hasta la una de la madrugada despierta, pero eso sí, cuando lo tenían en mente sin participárselo a nadie todavía, ya todos lo sabían y no se sabía por qué.
La rutina de la acostadera seguía su curso y al cabo de unos minutos se oía la puerta del garaje cuando el carro salía y las dos mayores, la perra, Eulalia y la chiquita abrían los ojos como un par de lunas llenas.
La perra saltaba y se acostaba en la colcha de las niñas, las dos grandecitas sacaban los disfraces de princesas para el teatro nocturno y Rompe Grupo y Eulalia se fundían en un eterno abrazo de amor hasta que se oía la puerta del garaje de nuevo cuando entraban de regreso y la perra avisaba y todas se acostaban haciéndose las Musiúas.
Marinés Lares