Para cuando llegamos a la segunda mitad de la vida, todos habremos perdido algo. Las pérdidas no son siempre de esas tan duras que nos hacen trizas, pero es imposible escapar de buena parte de ellas. Acechan, rompen nuestro mundo ordinario, y no hay modo de evitar que nos alcancen si llegamos al menos a los 30 años. Algunos, con menos suerte, las experimentan muy temprano en la vida
Lo primero que perdemos es la inocencia, y con esa primera pérdida, la adultez nos emplaza con la verdad ineludible: no todo es tan fácil como creemos. Los sueños no siempre se hacen realidad.
Golpe a golpe, vamos creciendo, y al menos una vez en cada década, habremos de perder algo.
A los 20, superamos esa etapa feliz de la vida estudiantil y enfrentamos por primera vez el mundo real. Atrás quedan la despreocupación y la vida protegida, y casi sin enterarnos, somos lanzados a la incertidumbre que significa la vida por hacerse.
A los 30, comenzamos a perder la certeza de que nuestra vida profesional y personal será exactamente como la soñamos. Si nos convertimos en madres, perdemos una buena parte de nuestra libertad que ya no recuperaremos, y para muchas, será el momento de hacer una pausa y redefinir las metas. Es en esa década, cuando nos toca construir, desde los primeros sueños rotos, el ser humano que seremos en la madurez. En mi experiencia personal, los 30 fueron una etapa compleja. Y creo que entonces, sin conocer aún la palabra resiliencia, comencé a preguntarle a la vida qué quería de mí, y si a partir de aquello que no pude realizar, podría nacer otra cosa, nueva, diferente al plan esperado. Hoy estoy segura de que el nuevo proyecto fue mejor. Descubrí mi vocación docente, y no puedo imaginar otra actividad profesional que me hubiera hecho más feliz.
A los 40, nuestros hijos, si los hemos tenido, comienzan a hacerse adolescentes y adultos, y con ello empieza el proceso de sentirnos solas, innecesarias. Esta etapa suele ser más dura para las madres solteras y para aquellas que de algún modo, han pasado por la pérdida de la pareja. Al final de esta década, también comienza para muchas la menopausia, con todo lo que ella implica. Pero probablemente, lo más difícil , es la pérdida de la juventud y de la belleza física, tan sobrevaloradas en nuestro entorno.
A los 50, bueno, a los cincuenta nos damos cuenta de que ya hemos vivido una buena parte de nuestros 30 mil días. Algunas habrán dado la bienvenida a sus cambios físicos (más tarde o más temprano es lo que nos toca) y otras visitarán al esteticista y al cirujano plástico. Nuestros adultos mayores comienzan a partir, dejándonos una sensación de desamparo. En muchos casos, los hijos iniciarán sus proyectos de vida y con esto, viene a invadirnos la tristeza del nido vacío.
Ustedes estarán pensando que entonces, a los 60, habremos perdido todo. Que tengo una visión triste y pesimista de la vida. Nada más lejos, amigas águilas: los 60 son para RENACER.
Sin duda nuestro pasado será más largo que nuestro futuro, ya hemos hecho la vida.
Ahora queda la memoria de lo vivido, de lo aprendido. Eso nos hace PODEROSAS.
Ahora queda la certeza de podemos sobrevivir a cualquier pérdida, a cualquier dolor: ya lo hemos hecho muchas veces.
Amigas águilas, esta es la hora de rehacernos, de arrancarnos uñas y plumas y todo lo que sea necesario para seguir viviendo por nosotros y para nosotros, y a partir de ese reencuentro personal con nuestra alma, construir un nuevo sentido para lo que nos queda de vida. Tomen su tiempo, lloren si quieren llorar, bailen si quieren bailar, a estas alturas poco importa el juicio de los demás. El objetivo es volver a volar, con ese poder que solo alcanzamos con madurez y autoconocimiento.
¿Qué cómo se logra esto? He aprendido algunas herramientas que quiero compartir con ustedes. Chequea mi información de contacto . Háblame o escríbeme.
Nos vemos en las alturas!
Este blog es mi biblia. Grande águila maestra.
Quedó fascinada con este blog. Más que coincidir con algunas de tus reflexiones, me has transmitido paz en noches de insomnio e intranquilidad. Espero poder construir mi propia fortaleza y de alguna manera emular al águila. Recibe un fuerte abrazo