El arte de saber elegir lo mejor

Hemos leído mucho últimamente acerca del tema de las inteligencias múltiples. Varios son los autores comprometidos con estas teorías y sin duda alguna, la inteligencia no ha escapado a la manía de nuestro mundo moderno de clasificarlo todo. Pero, ¿qué entendemos por inteligencia? Partiendo de la etimología de la palabra, esta se origina en  las raíces latinas intus = entre y legere = leer, escoger. Entonces, podemos definir la inteligencia como la capacidad humana de elegir, entre diversas posibilidades, la mejor.

Este concepto suena raro, ¿no? Elegir entre posibilidades. Elegir lo mejor. Es obvio que el mundo de mi infancia y el de todos mis ancestros no entendieron esto. La inteligencia era vista entonces como un todo subdividido en habilidades y destrezas, que concluían en un temido numerito que te decía tu coeficiente intelectual. Este numerito podía destruir tu autoestima en un solo segundo.

Yo odiaba esos tests porque mi habilidad numérica era deplorable, por no hablar de la espacial. Mi capacidad de ubicación en el espacio físico es nula, y mi vida transcurría en la desorientación más absoluta hasta que algún genio inventó esa maravilla llamada Google Maps. Mis resultados de esos tests resultaban bastante buenos porque mis habilidades verbales y lingüísticas eran excelentes, y eso compensaba lo mal que me iba en las otras áreas.

 En 1983, Howard Gardner expone la Teoría de las Inteligencias Múltiples, e identifica nueve tipos: lingüística y verbal, lógico-matemática, musical, visual-espacial, naturalista, corporal kinestésica, interpersonal e intrapersonal. No solo se reconoce que se puede ser inteligente de diversas formas, sino que se introduce la idea de que la inteligencia involucra aspectos que tradicionalmente no habían estado relacionados con ella. Por primera vez se habla de inteligencia intrapersonal, que es  la capacidad para comprendernos a nosotros mismos, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios, e interpersonal, que es la habilidad  para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas.

En 1995, Daniel Goleman sacó a la luz un nuevo tipo de inteligencia que se ha hecho muy popular en nuestros días: la inteligencia emocional. Entender que el manejo de nuestras emociones y sentimientos y la eficacia en nuestras relaciones es también una forma de inteligencia, es un hallazgo que ha logrado explicar por qué muchos alumnos brillantes con coeficientes intelectuales deslumbrantes, terminan siendo poco exitosos en su vida profesional, mientras muchos a quienes en la escuela considerábamos mediocres, terminan siendo exitosos.   

Gardner dice que es posible integrar y desarrollar todos los tipos de inteligencia. Yo no lo dudo, pero tampoco creo que a estas alturas de mi vida yo aprenda a manejarme en una ciudad sin Google Maps. Sin embargo, tengo la certeza de que hay dos clases de inteligencia que se pueden desarrollar si nos lo proponemos: la interpersonal, que no es otra cosa que la muy cacareada  inteligencia emocional, y la intrapersonal, que es la vía hacia el autoconocimiento y que un grupo de autores ha definido como inteligencia espiritual.

La inteligencia espiritual es la “huída hacia adentro”.  Tiene doce poderes, de los cuales iré hablando en futuras entregas. Aquí les cuento los cuatro primeros:

1.- La búsqueda de sentido. No hay nada en la vida a la que no se pueda encontrar un valor si entendemos que todo tiene un para qué. Si observamos cada hecho de nuestra existencia y su impacto en la sucesión de acontecimientos que crean nuestra historia, notaremos que nada es fortuito y que todo nos invita a abrir la conciencia para descubrir nuestro lugar en el mundo y el objetivo de nuestro viaje.

 2.- La capacidad de preguntar. Solo el hombre es capaz de preguntar y preguntarse. Esto nos separa del mundo animal. El individuo está permanentemente en busca de respuestas. Cuando se le acaban las preguntas, pierde su esencia humana y se animaliza.

3.- El autodistanciamiento. Las personas tienen la capacidad única de poner la vida en pausa por un segundo para “salir” de una situación y observarla en perspectiva. Desde allí podemos repensar los hechos, rearmarlos,  y tomar conciencia de que somos arquitectos de nuestro destino.

4.- La autotrascendencia. El ser humano está llamado a un destino mayor, a salir de sí mismo para encontrar al otro y dejar una huella en el mundo que habita. El gran reto del hombre de nuestro tiempo es entender su misión de vida, aceptando que a veces ésta, está fuera de su zona de confort.

Pocas veces  es posible elegir las circunstancias y el entorno en que han de transcurrir nuestras vidas. Y pocas veces también es posible cambiarlas. Pero si tenemos un para qué vivir,  habrán mil maneras de descubrir el cómo. Allí se revela con absoluta claridad el sentido de la definición de inteligencia: intus = entre y legere = leer, escoger. De nuevo, la capacidad humana de elegir entre varias posibilidades, la mejor.

¿Es posible fortalecer nuestra inteligencia espiritual? ¡Desde luego que sí! Aquí te dejo la fórmula:

Practica con frecuencia la soledad, no le temas, es un recurso invaluable para distanciarte y reconocerte

Haz el ejercicio de filosofar, mira hacia adentro y descubre todo lo valioso que hay en tu interior como ser único e irrepetible.

Practica el diálogo socrático, que no es más que el arte de preguntar y preguntarte.

Ejercita tu cuerpo, recuerda el postulado griego de mente sana en cuerpo sano.

Aprende a trascender las situaciones límite, no puedes escapar de ellas. No preguntes por qué.  Descubre y comprende el para qué.

Desarrollar la inteligencia espiritual posee valiosos beneficios al desarrollo integral del ser humano. Promueve la creatividad, establece el sentido de los propios límites para asegurar la certeza de quienes somos, nos conmina a la vivencia plena del ahora como contraparte de la certeza de nuestra finitud, y nos dispone a comprender la vida como proyecto, que cada quien elige cómo llevar a buen fin.

En palabras de Frederick Nietsche, “quien tiene un para qué vivir, puede encontrar muchos cómo vivir”.

Soltar y fluir en la sociedad líquida

La sociedad posmoderna nos ha hecho ver el cambio como una necesidad primaria. Continuamente los medios de comunicación y las redes sociales nos invitan a vivir el hoy, a dejar atrás lo que ya no sirve a nuestros intereses y enfocar la mirada en el próximo paso. Muy probablemente, si hiciéramos un análisis de contenido de esos mensajes, confirmaríamos que las palabras “soltar”  y “fluir” son  las más  recurrentes en las frases con que los gurús de las redes sociales nos invitan a renovarnos.

Fluir es una palabra que caracteriza a la sociedad líquidaconcepto desarrollado por el sociólogo y filósofo polaco ZygmuntBauman (1925-2017) para referirse a un mundo que ha perdido la solidez de la estructura, que se ha vuelto maleable y escurridizo. En un contexto que induce a la transformación permanente, detenerse a pensar es una pérdida de tiempo, y el tiempo es oro cuando los logros materiales son el principal indicador del éxito.

Soltar significa no apegarse a nada, no hacer el menor esfuerzo por sostener y conservar. Con la velocidad de un clic, nos conectamos con todos y nos desconectamos cuando queremos. La permanencia y la estabilidad, asustan.  Esta sociedad en continuo cambio que evita a toda costa la certeza de la pausa, ha convertido al hombre en un ser inmerso en la angustia existencial y la incertidumbre. El que no cambia o se renueva, queda excluido. 

     A diferencia de los líquidos que tienen la cualidad de la fluidez y no se atan de ninguna forma al espacio ni al tiempo, los sólidos no cuentan con la cualidad de fluir. Son estables y perduran. Pero ese legado de valores de nuestros antepasados, lo antiguo, sólido y perdurable,  lo consideramos obsoleto. La tecnología facilita el individualismo y la autogestión, y carente de estructuras sólidas de las cuales asirse, el hombre vive agobiado por la posibilidad de su propia obsolescencia. Ante la amenaza de ser desechado, no hay permiso para construir permanencia.   Y es que “la modernidad líquida” permea todos los ámbitos de la sociedad: el trabajo, las relaciones sociales, el amor, la familia.

     Pero, ¿es verdaderamente imposible para el hombre vivir  sin dejarse arrastrar por la fluidez devastadora que impone el mundo exterior? Viktor Frankl tiene una respuesta para esto: resiliencia. La voluntad de sentido, que nos permite construir una vida sana en un medio insano.

El hombre del presente está sometido a continua presión. La dimensión física, sumergida en el hacer, busca satisfacer la dimensión emocional, a través del tener. El hombre queda  desintegrado, pues se desvanece su dimensión más distintiva: la espiritual. No obstante, conserva  la libertad para elegir cómo responder a ese entorno precario. Hacer uso de esa libertad implica la voluntad de encontrar un sentido a su existencia. Y es en el descubrimiento de ese camino personal y único, cuando el hombre rescata esa dimensión espiritual como respuesta a los problemas que lo agobian, orientando la acción hacia la esperanza, el esfuerzo y el compromiso consigo mismo y con los demás.

Ante una sociedad líquida, indetenible e incierta, solo cabe como respuesta la solidez de los valores y la voluntad de sentido que nos impulsa a asumir la vida como tarea.

Mi vida entre campos de concentración

yo había desarrollado una resiliencia de la cual no tenía conciencia. Entonces, en medio del caos que me abatía, observé los eventos repetidos a lo largo de mi estancia en este mundo

Nací en Cuba. El día que cumplí tres años, triunfó la revolución castrista.Allí comencé a habitar el campo de concentración que he cargado a cuestas durante todos mis años de existencia, aunque la vida se ha encargado de regalarme amor y belleza a manos llenas.

Desde muy pequeña, aprendí a convivir con el miedo. La persecución y la traición. La prisión de mi padre. No hables. No hagas. No pienses. ¿Pero quién nos despoja de la libertad de pensar? “Nada hay concebible que pueda condicionar al hombre de tal forma que le prive de la más mínima libertad”,  dice Viktor Frankl, quien sobrevivió al Holocausto nazi.

     Mi padre eligió el exilio. El dolor de la pérdida de la Patria y la familia, en mi adolescencia, dejó una huella indeleble en mi vida. A esa edad, es muy fácil convertir el dolor en sufrimiento. Lo arrastras y te arrastra durante muchos años. Me sentí víctima de decisiones ajenas. Para mí, lo había perdido todo. En la década de los 70, emigrar de Cuba te ingresaba en la lista de ¨gusano¨ y ¨apátrida¨ y te arrancaban el derecho a regresar. Uno se despedía para siempre. A pesar de que tenía a mis padres y a mi hermana, dejé atrás mi familia extendida, tíos, abuelos y primos, quienes son una parte fundamental de quien soy. ¿Y la Patria donde echaste tus raíces? La relatividad de ese concepto solo se aprende con la madurez. Pero a los 15 años, el efecto del destierro es devastador.

     El camino nos condujo a Venezuela, donde poco a poco encontré un segundo hogar. Un hogar que seguía estando vacío de muchas cosas, sobre todo de afectos y de arraigo, pero desde la mirada de hoy, creo que Dios me dio de más. Mis padres fueron los pilares que sostuvieron mi vida. Estudié la carrera que elegí, me casé con el mejor de los hombres y tuve dos hermosos hijos. Venezuela era un país con una economía floreciente, y mi familia tuvo acceso a una buena vida. Pero yo siempre miraba atrás. ¿Por qué a mí? El dolor del desarraigo no me abandonaba nunca del todo. Envidiaba un poco a quien podía ir  casa del abuelo, o salir de paseo con los primos. Envidiaba un poco a aquel que se sabía el nombre de las esquinas del centro de Caracas y en qué Estado de Venezuela quedaba un pueblo con algún nombre indígena que yo no podía pronunciar.

     No dejaba de preguntarme para qué estaba en el mundo. Buscaba afuera lo que no me atrevía a buscar adentro. Yo sabía que mi vida tenía que tener un fin más alto, que estaba aquí para algo más. No me sentía feliz, había una dimensión de mí misma que se escabullía, pero mi mundo ordinario era lo suficientemente cómodo como para no querer regresar a enfrentar la sombra.

Corría el año 1998. La Venezuela próspera se había convertido en caldo de cultivo para la corrupción. El país, ingenuamente, soñaba con que aquel militar de boina roja y sorprendente carisma, pondría orden en el caos y construiría una sociedad más justa para todos los venezolanos. Desde su primera aparición en televisión nacional, supe que la historia del primer acto de mi vida estaba por repetirse.Un nuevo campo de concentración me aguardaba a la vuelta de la esquina. Sabía lo que venía. Y esta vez, como mujer adulta, como madre, lo experimenté con un miedo distinto. Era el temor  de la conciencia ante lo inevitable. Varios años pasé anclada al recuerdo doloroso de mi adolescencia, y solo pedía a Dios que mis hijos no tuvieran un destino semejante al mío.

     Entonces apareció la culpa. Reconocí todo lo que mis padres vivieron y sacrificaron por salvarnos a nosotros. Me culpé por no haber estado lo suficientemente agradecida. Por haberme sentido tantas veces como la víctima y el centro del mundo, sin mirar lo que los otros habían perdido. Me culpé por no haber tenido el valor de asumir un segundo exilio cuando mis hijos aún eran lo suficientemente pequeños como para evitarles el desarraigo. Me culpé porque se llevaran preso a mi hijo en una protesta porque “yo no quiero que me pase lo que te pasó a ti”. Me culpé por haber pasado tantos años quejándome por la desgracia del comunismo, aun habiéndolo dejado atrás. ¿Qué dolor tan terrible les había trasmitido a mis hijos? Y ahora, por segunda vez, ¿por qué a mí?

     Unos años después, la tercera arista de la tríada trágica, se presentó sin aviso. Yo nunca había experimentado de cerca la muerte de un ser amado, pues mis abuelos y tíos habían fallecido en Cuba en la época en que era imposible regresar. A mi padre le detectaron un cáncer. El chavismo fue un golpe muy duro para él. Partió cuatro meses después. La familia perdió su pilar fundamental y yo me tambaleé como si hubiera ocurrido un terremoto. Años después, cuando el deterioro de la vida,  las persecuciones políticas, los asesinatos de tantos jóvenes en las protestas y la tortura se hicieron parte de nuestro mundo cotidiano, agradecí que mi padre no tuviera que vivir eso por segunda vez en su edad anciana.  Mi madre, quien siempre había sido débil de salud y emocionalmente frágil, pero tenía una templanza instintiva,  lo sobrevivió  12 años.

Ya sin el deber de cuidar a mis padres, quizás era el momento de emigrar. Pero Thanos no había terminado su labor conmigo, y en 2017, repentinamente, se llevó a mi esposo, mi compañero de vida durante casi 40 años.

En esos años, yo había desarrollado una resiliencia de la cual no tenía conciencia. Entonces, en medio del caos que me abatía, observé  los eventos repetidos a lo largo de mi estancia en este mundo. Mis vivencias no eran casuales, no podían serlo, la vida era algo más y todo tenía que obedecer a un plan superior. Las coincidencias y las repeticiones eran mensajes que no quise  escuchar. Como dice Frankl, “el sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte”, y yo había estado intentando escapar de ellos desde siempre. Por primera vez me detuve a preguntar: ¿Qué quieres, Señor, de mí?

     A partir de ese instante mi vida cambió. Yo había dado clases en la universidad durante casi toda mi vida. En los años del comunismo había empezado a valorar mi labor como formadora más allá de lo académico. Trataba de tocar vidas y dejar una huella para el futuro incierto que esperaba a esos jóvenes. Entonces, tuve una especie de epifanía: ¡Esa era mi misión! Siempre estuvo ahí y yo no la veía. Mi crecimiento espiritual se convirtió en prioridad. Yo ya tenía la formación intelectual, el conocimiento. Ahora le tocaba a esa dimensión, la más poderosa, la que nos hace humanos.

     Me quedé en Venezuela. Entendí que estaba donde debía estar. Donde la vida me había puesto por algo y para algo. En el lugar donde mi misión adquiría un significado mayor.

 Desde este plano, le dije a mi esposo: “te fuiste, para dejarme el camino libre para crecer sin límites, y eso haré”.

Sé que estarás orgulloso de mi.

Dos años después…

Han pasado dos años desde que tuve que re-aprender a mirar el mundo.

Lo más importante fue preguntarme si yo estaba dispuesta a re-aprender. Es más fácil seguir andando sobre nuestros mismos pasos con tal de evadir el viaje profundo hacia el para qué.

«Deja la superficie

haz una gran reserva de todo aquello que el abismo traga

cuando te canses de mirar, observa

cuando te canses de observar, indaga…»

Dejé la superficie sobre la cual me había deslizado con comodidad, siempre confiando en que el momento de descubrir mi lugar en el mundo podía postergarse.

Me equivoqué.

Hades entró en mi vida tan inesperadamente como suelen aparecer los acontecimientos que nos marcan para siempre.

» …y cuando sepas todo lo que quieres,

pregunten tus miradas más curiosas

Por qué inánimes viven tantos seres

...y palpitan con alma tantas cosas»

No sé cuan inánime había vivido hasta entonces. Quiero pensar que no tanto. En alguna etapa de mi existencia me hice muchas preguntas que se fueron deshaciendo en la inexorable rutina del aburrimiento.

No sabía entonces todo lo que quería, pero una mirada curiosa despertó en mi espíritu para no abandonarme más.

He aprendido muchas herramientas . Mindfulness. Psicología Positiva. Arquetipos Junguianos. Escritura terapeútica. Pero fueron la Terapia Sistémica y las Constelaciones Familiares las que abrieron la primera rendijita hacia la luz. La Logoterapia (búsqueda de la voluntad de sentido)y Análisis Existencial de Viktor Frankl , es la próxima meta.

Las herramientas, sin embargo, son recursos y no magia. El conocimiento pasa por aprender a usarlas para viajar a nuestro espíritu, y eso incluye danzar en la oscuridad con nuestras sombras.

El camino no ha sido llano, pero sigo mi jornada. Tengo el resto de la vida para aprender lo que quiero. Sé que el próximo viaje , el definitivo, puede llegar sin avisar.

De este recorrido de dos años hacia mí misma, puedo resumir algunas ideas:

1.- Somos vulnerables siempre. La precupación no nos pone a salvo de los acontecimientos que van a ocurrir

2.- La vida es frágil y sin certezas absolutas. No hay que postergar lo que queremos hacer o aprender

3.- Todo es impermanente. Ni lo bueno ni lo malo no duran para siempre

4.- La muerte es nuestro fin último. Reconocerla y aceptarla como el final natural de este camino, es liberador

5.- No podemos cambiar los hechos a nuestro alrededor. Solo podemos encontrar en nosotros la mejor manera de responder a ellos

6.- Cada uno tiene su lugar en el mundo. Descubrir cual es, es el principal reto de vivir

7.- Nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios. Estamos en la vida para algo

8.- Una vez que hemos descubierto nuestra misión, el sentido de la vida aparece, como la luz de una estrella que nos guía. Y ya no vuelve a apagarse

Te invito a seguir aprendiendo y a continuar tu jornada con sentido

Próximamente, anunciaré en las redes mis talleres y tendrás mis contactos por si necesitas una clase privada o un encuentro personal.

Te acompaño a transitar el camino

Raspa, que se va el Musiú

¿Qué significa eso en su lengua?

Siempre lo decimos en las despedidas para no llorar, como para apurarnos y que no se prolongue la abrazadera y besadera… es muy triste.

¡Oiga!, pero usted está hecha un mar de lágrimas.

Flashback  (Escena retrospectiva)

A Eulalia le llegó la última semana del verano con sus nietas y ese pensamiento lo sintió en el estómago y entonces decidió salir para donde fuera en busca de distraer la puntada aguda.

Ya casi ni escuchaba ni veía el GPS porque se había aprendido las rutas para los sitios usuales. De pronto se abstrajo en un pensamiento y el carro se le fue una milésima de centímetro hacia la derecha y venía un carro, pero ella enderezó

Chequeó que el espejo retrovisor abarcara todos los puntos ciegos y ladeó la cabeza un poquito más de la cuenta para la derecha cuando vio atrás, el asiento de niño de su nieta vacío y ahí si le pegó el dolor en el estómago otra vez.

Y fue que la silla para niños, hasta le trajo a la memoria la imagen de su propia hija en el asiento de atrás, cuando la cargaban de Nueva Jersey a Nueva York y viceversa, todas las veces que a una pareja joven se le antojara ir y venir con la muchachita tan buena que nunca se quejó, y que por el contrario, parecía mas bien disfrutar las aventuras de sus hiperquinéticos padres. 

Rápido pasó a acordarse  de la segunda hija en el otro asiento y  después del chiquitín,  pero velozmente  se acordó como de tres asientos pasaron a ser dos y de dos pasó a uno y después a ninguno y el carro atrás quedó vacío porque crecieron y se fueron.

Ahora se repetía la historia, después de cargar a sus nietas con la algarabía de las que quieren llegar a grandes bailarina, nadadoras, pintoras y cantoras, ahora los asientos se los quitarían y el regreso sería con los asientos vacíos.

Pero se acordó de que a los nietos se quieren en tercera persona, según había leído en una entrevista que le hicieron a quien fuera su profesora de teatro en la universidad. 

Eulalia pensaba parecido, pero en su mundo audiovisual, veía a los abuelos como unos personajes en una película que entraban y se salían de acuerdo con las circunstancias y cada circunstancia era una historia.

No había una definición del ser abuelo, pero tan bonito que sonaba que era para consentir a los nietos, aunque lo único certero era que el amor a nieto es infinito porque viene de otro ser que ni el mismo abuelo es. 

-¡Raspa, que se va el Musiú mi amor!-  tuvo que decirle el marido recordándole la manera como se despedían en la familia de Eulalia y tuvo que montarla en el carro hecha un mar de lágrimas.

Marinés Lares

Rompe Grupo

-Lo malo de tu mamá, y yo la quiero mucho, es que habla con muchos refranes-

-A caballo regalao, no se le mira colmillo- le dijo la esposa.

Eulalia fue a pasarse todo un largo y ardiente verano con las hijas de su hija que la llamaban abuela, pero nunca dijo que detestaba que la llamaran así en público, porque las apariencias engañan y así ella quedaba como que si no le importara envejecer.

Apenas llegó por la puerta del garaje, en un unísono tono gritaron: ¡abuela! y cuando fue a abrazar a las más grandes, la de un año, que estaba en brazos de la madre no la dejó, porque lanzó los brazos con tal fuerza para abrazarla que Eulalia soltó el celular, la tableta y la cartera en el piso para agarrarla y recibir el abrazo más apretado que una niña de un año pueda sostener.

Eulalia dijo: – ¡Mi rompe grupo!, a lo que los padres se miraron con los ojos abiertos como diciéndose mutuamente: ya comenzó.

Cabe aclarar que Eulalia decía que los terceros hijos eran unos rompe grupos por experiencia, porque tuvo a su varón cuando las hembras estaban ya para graduarse de primaria y secundaria y tuvo que quedarse muchas veces con el bebé en la casa, mientras las dos niñas y el padre formaron un trío dinámico a partir de entonces y se la pasaban en la calle.

La chiquita no perdía oportunidad para lanzarle los brazos, como que si fuera a volar a lo Supermán y Eulalia la recibía y se apretaban en un abrazo las dos hasta no poder respirar más.

Como siempre, los primeros días son de adaptación y cuando por primera vez acostaron a la chiquita que  se quedó llorando en su cuarto, Eulalia voló como una garza y entró en el cuarto y la niña se paró levantó los brazos y se abrazaron y la arrulló hasta que se rindió.

Todo esto lo veían con horror los padres a través de un monitor en la sala de la televisión,  porque la niña estaba muy disciplinada y lloraba tres berrinches y se dormía y después que se fuera Eulalia ¿qué?, llamarían a María como dice un refrán.

A la mañana siguiente como a las seis, la niña pegó un gritico y Eulalia brincó de la cama y se metió en el cuarto, pero al mismo tiempo, el hombre en dos zancadas subió las escaleras con un tetero y le dijo que no y más nunca pasó.

Pero, siempre hay una oportunidad…

La parejita comenzó a ir al último turno del cine aprovechando la presencia de Eulalia, que se quedaba hasta la una de la madrugada despierta, pero eso sí, cuando lo tenían en mente sin participárselo a nadie todavía, ya todos lo sabían y no se sabía por qué.

La rutina de la acostadera seguía su curso y al cabo de unos minutos se oía la puerta del garaje cuando el carro salía y las dos mayores, la perra, Eulalia y la chiquita abrían los ojos como un par de lunas llenas.

La perra saltaba y se acostaba en la colcha de las niñas, las dos grandecitas sacaban los disfraces de princesas para el teatro nocturno y Rompe Grupo y Eulalia se  fundían en un eterno abrazo de amor hasta que se oía la puerta del garaje de nuevo cuando entraban de regreso y la perra avisaba y todas se acostaban haciéndose las Musiúas.

Marinés Lares

La pita, los tacos y la trampa

Para la despedida del mejor plan vacacional que una niña haya podido tener al comando de su abuela, ésta, en lugar de haber amanecido con pañuelo en mano secándose las lágrimas y un rosario rogando que no se cayera el avión de regreso, se despertó con el plan de pasar el mejor día de su vida y dejar que la niña hiciera lo que quisiera complaciéndola en todo.

Le dijo  -ponte el traje de baño y échate protector que yo empaco-.

En un solo morral metió dos toallas, el cepillo, el shampoo y enjuague, la cartera con la plata para la merienda, la ropa para cambiarse y el par de goggles (lentes para nadar).

Se puso el traje de baño más bonito que había comprado y que resaltaba su color de piel morena, que por fin había recuperado después de haberse convertido casi en una mujer blanca por los helados inviernos del norte y bajó casi de dos en dos las escaleras.

Se fueron.

Llegaron y como par de seres sedientes de piscina se zambulleron. La señora quería este último día estar bien segura de que la niña había aprendido a bucear muy bien.

Acto seguido, la muchachita comenzó a lanzar unos juguetes especiales para ello, que se hundían hasta tocar fondo y entonces ambas se zambullían a ver quien los agarraba primero.

La abuela enseguida se dio cuenta de que jamás le ganaría a la nieta, era demasiado rápida debajo del agua y entonces, para ganarle aunque fuera una sola vez,  cuando estaban tratando de agarrar el juguete, la empujó para atrás y lo atrapó ella, la abuela.

A la niña le pareció increíblemente bueno que se pudiera hacer trampa y a raíz de allí la niña halaba a la abuela por las tiras del traje de baño sin ninguna compasión, tanto, que la pobre mujer se tenía que poner el traje de baño prácticamente de nuevo, ahogándose sentada en el fondo de la piscina.

Así pasaron la primera parte del mejor día de sus vidas. Entonces la abue le dijo que ella sugiriera adónde y qué quería comer porque era el día de la despedida, a lo que la niña respondió encantada que ella sabía perfectamente.

La niña se convirtió en la voz del GPS: make a right, make a left, make an U turn?, make a right, ¡Here abuela!  (Cruza a la derecha, a la izquierda, dale la vuelta en U, cruza a la derecha, ¡Aquí abuela!)

Se estacionaron, se tomaron muchas fotos y se fueron al restaurante que había apuntado la niña.

  • Pero mi amor- dijo la abuela-, -este restaurante no es de tacos como tú quieres, es de pitas-
  • No abue, es de tacos, nosotros le decimos tacos-.

Se comieron las pitas más sabrosas del mundo porque uno las hace, pero al final la abuela meditó que no podía dejar a la niña con el concepto erróneo  de que a las pitas se les podía decir tacos también.

Y le dijo, -mi amor, las pitas son el pan de la comida árabe, mientras que los tacos son de México, estas son pitas.

Pero para mí y mis juguetes son tacos.

Y asunto concluido, cada quien se fue para su casa y será para el próximo verano que se aclararán las cosas.

Mientras tanto la señora se hizo la Musiúa.

Marinés Lares

La nieta de América

Cuando hablamos de América nuestro imaginario lo asocia a grandeza. Un espacio geográfico importante que ubica nuestro origen. América suena a tierra. Incluso, existe un término que la industria cinematográfica ha tomado para describir a un tipo de mujer encantadora que cualquiera quisiera conocer, amar e imitar. A algunas estrellas las recordamos por haber tenido la dicha de ser consideradas  las “Novias de América”. Pero mi caso no este.

Yo, soy la afortunada que nació con un título debajo del brazo que resume todo lo que ese nombre significa: yo soy la Nieta de América.

Si es cierto que las almas gemelas existen entonces seguiré sumando aciertos a mi vida, porque mi abuela es la mía. Comprendí que nuestro lazo no era un encuentro sino un reencuentro de almas que han estado juntas por muchos años. Seguramente en muchos roles, pero si hay uno que se destaca en esta relación infinita es el de abuela-nieta.

América nació en Upata en 1927. Un pueblo por Ciudad Bolívar que no estaba preparado para recibir a este personaje tan fuera de tiempo. Ella es sacada de una buena historia. Construida con detalles y perfecciones imperfectas. Bordada con genio, musa y duende. La conocí el día que nací, porque ahí estaba ella al lado de mi mamá, pujando y pariendo con su temple para que luego de esas agotadoras 16 horas yo pudiera salir y entonces volvernos a ver.

Mis vacaciones escolares tenían un destino fijo: la casa de mi abuela. Desde allí dirigí mi centro de operaciones creativas porque estar con ella era jugar a crear. El virtuosismo de sus manos era la clase y cada uno de sus proyectos un universo que disfrutaba inmensamente. Pero con ella no solo me divertía, también era un espacio de discusión.

La sabiduría de nuestros antepasados no es en vano. Nos separan generaciones de lucha, de reivindicación de valores; de espacios conquistados. Hay una brecha inmensa de heridas de guerra físicas y emocionales. Pero además en el caso de mi abuela hay un estado de conciencia abismal. Para América el único propósito por el que vale la pena levantarse todas las mañanas es por ser feliz y ese ha sido el mantra que a sus 92 años me repite cada vez.

Es la chamana de la tribu. El alma de la fiesta. La voz tajante. La transparente que poco le importa la opinión del otro. Mi abogado y mi juez. La maestra de ceremonia. La amiga.

Mi abuela es mi amiga, de las mejores. Me escucha con atención y mientras lo hace le da la vuelta a la cabeza para buscarme en el armario de sus respuestas la solución indicada coloreada en su manera particular de combinar palabras e ideas. No se da por vencida fácilmente. Es una testaruda colosal en el arte de regresarme la sonrisa.

Mi abuela es la mamá de mi papá pero de refilón también lo es de mi mamá porque si hay algo que me ha hecho adorarla es la forma en que ha querido a su nuera a pesar de que legalmente ya hoy no lo sea. Los nietos somos la prueba de la trascendencia. Pero ser nieta de América es el testimonio de un tipo amor que da fe e su existencia.

Yasmín Centeno

La Musiúa

Nunca antes el dicho hacerse la Musiúa había tenido mejor App (aplicación) que en la situación que se le presentó a esta mujer… ¡Ah! ¡La transculturización!

La mamá de las muchachas, preservadora de su cultura prohibió hablar en inglés adentro de la casa para que no se perdiera el lenguaje español tan bello, a lo que la mayor se aplicó e hizo todo el esfuerzo por hablarlo.

Pasó poco tiempo hasta que le llegó la compañerita, su linda hermanita, que de inmediato la acompañó al Daycare (guardería) y con el don del habla que se trajo de los genes de su bisabuela comenzó a hablar en oraciones y párrafos con un lenguaje de TOEFL (Tofel).

En la guardería se pasaban y se hicieron amiguitas desarrollando el inglés a alto niveles y la mayor se quitó ese peso de hablar español ya que la chiquita no entendía y se armó la sampablera, pero en inglés.

Un día llegó la abuela, que inocente les hablaba en español todo el tiempo, así ellas le hablaran en inglés, un intercambio pues.

La mayor captaba y seguía instrucciones.

La otra no y se hacía la Musiúa. I don’t know what you are saying. (yo no sé que estás diciendo).

Entonces la abuela se lo pasaba y corrieron las semanas.

Hasta que llegó el día que pasó algo que ameritaba una reprimenda oral, un sermón pues y la niña con esos ojazos negros, la miró y le dijo I don’t get it. No entiendo. A lo que la abuela repitió el mismo sermón en perfecto inglés, pero rematándolo en español cuando le dijo;  -y basta ya del aplique de hacerte la Musiúa, porque aquí todos somos bilingües-.

Y desde ese día todos vivieron felices entre el inglés y el español, sin que nadie volviera a hacerse el Musiú por esos lares.

Marinés Lares

Ser abuela: amar en tercera persona

Extraña petición que me hace alguien muy querido y a quien nada puedo negar, así que aquí estoy ante mi laptop tratando de poner en palabras un amor que nunca había puesto en un texto.

Ser abuela fue una experiencia temprana para mí, cuando a los 47 años nacen mis dos nietos primeros. Mis nietos ¨morochos¨ impactaron doblemente mi encuentro con otra dimensión del amor.

Una niña y un niño entraron para siempre en mi vida, y mirarlos me hacía pensar que algo había cambiado de manera absoluta para mí. Era abuela y mi hija me había dado la primera señal de que la vida era un tránsito al infinito, porque todo seguiría por senderos nuevos que se abrían con esas nuevas vidas.

Hoy soy abuela ya seis veces, y en cada uno de mis nietos hay caminos por donde yo también transito de otra manera. Explicar lo que eso significa es el reto de estas líneas.

Ser abuela es tener un amor en tercera persona. Sabes que tus nietos son tu extensión, pero al mismo tiempo los miras desde ese espacio en donde sabes que son otros quienes deben darles las herramientas esenciales para vivir. Tú miras desde ese lugar distante y al mismo tiempo cercano, desde tu propia experiencia, y estás ahí para el consejo que se da sólo cuando se pide. Eres espectadora de tu propia vida y de la vida que han generado tus hijos en esos seres tan queridos como los propios, pero liberada del deber ser y de la obligación de no equivocarte.

Curiosa esta reflexión que jamás hubiese hecho sobre mi papel en la vida de mis nietos, y que hoy disfruto como el inmenso regalo que mis hijos me han dado. Sí, ser abuela es volver a ser mamá, pero con la gran ventaja de que estás en libertad de amar y de ser amada sin el conflicto de si estás o no malcriando, porque ese ya no es tu problema.

Podríamos decir, usando una frase hecha, que ser abuela es un amor sin fronteras…en tercera persona.

Virginia Aponte